El momento decisivo por fin ha llegado. Génesis y Samantha se hacen presentes en casa de Maga después de muchos años. Apenas las hemos visto bajarse del taxi, hemos salido a recibirlas llenos de sentimientos encontrados. Maga al frente, Leonardo y yo unos pasitos detrás, junto a la puerta principal. Puedo percibir un leve aroma de nerviosismo y tensión circulando en el ambiente, pero que se extingue una vez que Samantha muestra su lado más simpático, alegre y cariñoso.
—¡Abuelita! —dice abalanzándose fuertemente contra Maga, de tal forma que casi la derriba—. ¡No puedo creer lo que estás viendo mis ojos! —exclama mientras le regala un abrazo afectuoso—. ¿Cómo has estado?
—¡Hola bebé! —contesta Maga entre un mar de lágrimas—.
—No, no llores —Samantha deja de abrazarla y extrae un pañuelo oscuro de su chaqueta, con el cual seca aquellas lágrimas de emoción—.
—Pero mírate, estás echas toda una señorita.
—Sí, lo sé. Apenas cumplí dieciocho hace unas semanas. ¡Alcancé por fin la mayoría de edad!
Ambas vuelven a fundirse en un sincero abrazo y luego Génesis se acerca. Le ha pedido al chofer del taxi que deje las maletas sobre la acera y enseguida planta cara. Intenta tomar la iniciativa para saludar en principio, pero después se arrepiente. Solo cuando mi prima intercede por las dos con aquella carita tierna del gato con botas, Génesis cede.
—¡Qué tal mamá! —agrega con voz áspera e irritante, que más que un saludo, parece un sentido pésame—. Me da gusto volver a verte.
—La próxima deberías sonar más convincente —protesta Maga con hostilidad—. El papel de niñita buena jamás te quedó. No te esfuerces en aparentarlo.
Inconscientemente empiezo a apretar los puños, de tal forma que escucho tronar los dedos de Leonardo. Vuelvo mi mirada a él cuando me doy cuenta, y, sorpresivamente, ni siquiera se ha inmutado. Observa la escena con lujo de detalle, pero tiene puesta su atención en los movimientos de Génesis, cómo si le resultara familiar de cierto modo.
—Lo siento —le digo intentando excusarme—.
—Descuida. Sucede hasta en las mejores familias.
Samantha agacha la cabeza, decepcionada por el comportamiento infantil de ambas mujeres, y le implora a Génesis que reconsidere la situación. Ella exhala un suspiro profundo, aprieta los labios y en un giro inesperado de la escena se funde en un abrazo con Maga. Es evidente que aquel gesto no es del todo sincero por ambas partes, pero para Samantha y para mí se trata de un buen comienzo.
—¡Bienvenidas! —me atrevo a intervenir luego del pequeño momento de tensión—.
—¡Piojosa! —grita con tal fuerza Samantha, que hasta los perros del vecindario empiezan a ladrar—.
Ella se acerca a mí dando brinquitos de emoción y me abraza. Vuelve a gritar con fuerza mientras zarandea violentamente mi cabeza y me llena de besos en las mejillas, provocando que sienta mareos al cabo de unos segundos.
—Sam, por favor, ¡detente! —replico intentando detener su ataque de locura, pero dichosa también—.
—Perdón, pero es que… —vuelve a abrazarme—. No sabes cómo te he extrañado piojosa. Desde el día que desapareciste yo…
—Lo sé —la interrumpo acariciando delicadamente su mentón—. También te he echado de menos, cariño.
—Pero mira, ¡que hermosa que estás! —afirma—. Seguramente tienes a muchos chicos rendidos a tus pies.
Enseguida suelto una risita vanidosa y carraspeo incómoda. Samantha gira la cabeza hacia mi espalda y se percata de que un chico muy atractivo nos observa detenida-mente.
—Tú debes ser Leonardo —replica Samantha sin querer acercársele, ya sea por temor o respeto—.
—Tú debes ser Samantha —contesta él, cordial—. Un gusto.
—El gusto es mío. Esther me ha hablado muchas cosas de ti.
—Pues espero que positivas —bromea—.
—Efectivamente. Dice que tienes unos labios deliciosos y que eres un tigre en la cama.
Aquello me toma desprevenida. Evidentemente es una exageración. Apenas y le hablé de él en la última videollamada, así que me las va a pagar cuando estemos a solas.
—¿Eso es cierto? —me pregunta Leonardo fingiendo estar sorprendido—.
—Yo… no… o bueno… sí…
—Sam, por favor, compórtate —interrumpe Génesis echándome una mano—.
—Es cierto —susurra Samantha juguetona—.
Acto seguido, como si se tratara de una copia un poco más refinada de mi madre, Génesis se me acerca para saludarme. Tiene la misma contextura física, el mismo tono de piel y cabello, y hasta la misma forma rítmica de caminar que Natalia, que tranquilamente pudo haberse hecho pasar por ella sin problemas. La única diferencia que tiene con mi fallecida madre es el color de los ojos. Los de Génesis son de un tono verde tan profundo, que me pierdo en ellos antes de poder buscarlos. Irradian un poder invisible que no puedo describir con palabras, pero que han hecho que me maree un poco y pierda el equilibrio unos instantes. Debo parpadear varias veces para que las imágenes no se tornen borrosas, cosa que afortunadamente no sucede en un momento tan inoportuno.
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Editado: 15.04.2021