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Samuel bajó del todo terreno que había estacionado frente al utinekane, o casa de verano, de mamá Chona. Se acercó a la puerta y, justo cuando iba a entrar, Miriam abrió la manta que hacía de puerta, mientras estaba girada hablando con la señora. Al verlo, la jovencita pegó un salto y, asustada, corrió al interior.
Samuel frunció el ceño y entró a la vivienda. Miriam estaba sentada en el suelo, sobre una estera, casi detrás de mamá Chona, mirándolo con algo de temor.
Samuel negó, soltó un suspiro y se acercó a besar a la señora.
— Supongo que ya le dijiste. — Comentó, sentándose frente a ellas.
La mujer asintió con seriedad.
Él miró fijamente a la asustada chiquilla, por un momento y luego negó.
— No como niñas. ¿Sabes? — Dijo con seriedad. — Al menos no tan pequeñas como tú. Me quedaría con hambre.
Miriam lo miró con los ojos muy abiertos y contuvo el aliento.
La señora y Samuel empezaron a reír a carcajadas.
— No es cierto, la verdad es que no como gente. No me tengas miedo, pequeña Miriam. — Dijo Samuel luego de reír. — Yo jamás te haría daño.
— ¿De verdad eres un oso? — Preguntó ella, aún asustada.
Él asintió.
— Pero, entenderás que no puedes contarle esto a nadie. — Le señaló. — El miedo puede ser irracional. ¿Te imaginas si alguien decide que soy peligroso y me mata?
— ¿Por eso te fuiste a vivir con esa gente? — Preguntó la joven, con curiosidad.
— Era lo mejor para él. — Asintió mamá Chona. — No podía tenerlo escondido aquí. Ellos lo iban a cuidar mejor que yo.
— ¿También son osos? — Preguntó la niña.
Samuel negó.
— Mis hermanos son lobos. — Dijo en voz baja. — Papá no, él es humano. También nos visita un amigo que es un coyote.
Miriam abrió mucho los ojos.
— ¿Por eso dicen que en esa montaña hay bestias salvajes y que es muy peligroso subir? ¿Por todos ustedes?
Samuel sonrió.
— No somos bestias salvajes. — Negó divertido. — Créeme que somos personas, como tú o como mamá.
— Pero se pueden convertir en animales. — Dijo ella, tratando de entender.
— Sí, pero estando así, seguimos pensando como personas. — Aclaró él. — No perdemos el raciocinio. Si me llego a convertir en oso, yo te voy a reconocer y no te voy a atacar ni nada. Seguiré siendo Samuel y entenderé todo lo que me digas.
— ¿Y ellos? — Preguntó ella, aún temerosa.
— Ellos igual. — Asintió Samuel. — Saben que ahora eres parte de mi familia. Te consideran mi hermana. Así que tú y mamá pueden ir al rancho cuantas veces quieran, ambas son bienvenidas allá. A mamá siempre la han recibido bien. ¿Cierto?
La mujer asintió en silencio, con una sonrisa complacida.
— ¿Seguro que no me van a comer? — Preguntó de nuevo Miriam, con preocupación.
Samuel volvió a reír.
— Segurísimo. — Le dijo divertido. — ¿Sabes qué es lo único que como cuando soy un oso además de alguna fruta que encuentre en el bosque?
— ¿Qué cosa?
— Pescado. — Respondió él, encogiéndose de hombros. — Los lobos tienen el olfato muy sensible, mucho más sensible que, incluso, los perros. No toleran el olor del pescado, no les gusta. Así que cuando yo quiero comerlo, voy al arroyo a pescar.
Miriam frunció el ceño e hizo cara de asco.
— ¿Y te lo comes crudo como se ve en los documentales de la televisión? ¡Ugh!
— A veces, cuando voy solo. — Respondió Samuel, negando con una sonrisa. — Pero, como casi siempre voy con papá, lo asamos en una fogata.
La muchachita lo miró con seriedad por un momento, luego volvió a hablar.
— ¿Por qué eres así? — Preguntó con curiosidad. — ¿Por qué te puedes convertir en oso? ¿Eres un nahual?
Samuel negó con seriedad.
— No tengo la menor idea por qué soy así. — Negó tajantemente. — No somos nahuales. Así es nuestra especie. No tengo respuesta a eso. Es como preguntar por qué alguien tiene el cabello rizado y otros lo tienen lacio. O por qué tienes los ojos oscuros y otros lo tienen de color claro. Simplemente, así nacimos.
— ¿Es por eso que mamá Chona te envió con ellos?
La mujer asintió.
— Yo había escuchado de las bestias en ese rancho y, cuando encontré a Samuel convertido en oso, algo empecé a sospechar. — Empezó a explicar. — Me arriesgué y fui a hablar con el señor. Le dije que mi hijo era una bestia como ellos y que corría peligro aquí entre nosotros, que necesitaba estar con los suyos. Al principio no dijo nada, pero sus niños le gruñían como si lo presintieran, así que acabó admitiéndolo y aceptó ayudarnos.
— Han sido buenos conmigo. — Asintió Samuel. — Me aceparon como parte de su familia y me explicaron muchísimas cosas que ni mamá ni yo sabíamos ni entendíamos. Eso me ayudó a comprender y aceptar mi naturaleza y poder vivir en paz conmigo mismo.
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Editado: 10.10.2024