2010 - El Cairo
Su corazón latía con fuerza, se sentó en la cama y encendió la lámpara en la mesa de noche, su hijo dormía relajadamente a su lado, tocó su cabello y él se volteó a mirarla soñoliento.
— ¿Recuerdas a Chiara Bernecci? — Murmuró él con voz ronca.
— ¿La nieta de don Carlo? — Preguntó Ribeth intuyendo los problemas.
Él asintió con la cabeza.
— Sí, la recuerdo, ¿qué pasa con ella? — Respondió Beth.
— Está embarazada.
Evan se acomodó en el lecho, colocando las manos detrás de la cabeza.
— ¿Y? — Dijo mirándolo sin comprender.
— Anda diciendo que su hijo es mío — explicó Evan calmadamente.
La mujer abrió los ojos con sorpresa creciente.
— Pero, no entiendo, tú no puedes tener hijos, es decir... Ay… — Ribeth se tomó la cabeza con la mano en un gesto de confusión.
— Y aunque pudiera, madre, sabes que siempre me he cuidado con todas, no me gusta tener que dar explicaciones, por un lado, y por otro, mi vida no es tan estable como para dejar de hacerlo.
— ¿Y por qué ella dice que es tuyo?
— Porque quiere que me case con ella, supongo.
— Ay… ¿Y cuánto hace que salen para que ya quiera casarse?
— Un par de meses, pero no era nada serio, no sé por qué.
— La has ilusionado.
Él se sentó y adoptó una actitud defensiva.
— ¡Oh, no, madre! Todas saben que no pueden esperar nada de mí.
— Saben, saben, ¿pero se los dices explícitamente?
— No, bueno... sí... — respondía mirando hacia otro lado. — Se los doy a entender…
— ¡Ay, Evan!
— ¿Ya vas a empezar a culparme? Tuvimos un amorío intenso, ¿vale? Es mi naturaleza, no puedo evitarlo. Pero no es nada para mí, y no tengo intención de casarme ni mucho menos hacerme cargo de un hijo que no es mío.
El joven se puso de pie inquieto y se dirigió hacia la ventana, Ribeth caminó detrás de él y lo abrazó tiernamente apoyando la mejilla entre sus omóplatos.
— Tranquilo, lo solucionaremos — le dijo besando suavemente su espalda.
— Yo… nada más intentaba borrar los fantasmas de mi oscura existencia ¿Por qué no puedo ser normal?
— Sabías que sería así — replicó soltándolo.
— Sabía cómo sería, no que me sentiría de este modo ¡Nunca debiste traerme a la vida! — Le reprochó él.
— Tú me lo pediste.
— No debiste aceptar ¿Por qué lo hiciste?
— Deja de victimizarte y más vale antes piensa dónde la metes.
— No me victimizo y no puedo pensar así. Soy un maldito íncubo, ¿lo olvidas? Igual no entiendo por qué me hiciste esto.
— Porque te amaba, lo sabes — se apartó del joven disgustada. — Además, atormentaste toda mi adolescencia para que lo hiciera, hemos discutido esto muchas veces, Evan. Lo hecho, hecho está, y en cierta forma… si lo que buscas es llevar una vida normal, tal vez esto no sea tan malo.
— ¿Qué sugieres? — El muchacho volteó la cabeza hacia ella, que ahora se encontraba sentada en la cama.
— Pues, cásate con ella — la mujer, de cabellos rojos y ojos marrones, miraba el piso mientras balanceaba su pierna derecha cruzada sobre la otra, intentando disimular su inquietud.
— ¿Estás loca? — Él levantó la voz un tono, mirándola con ira. —¿Cuánto tardará en darse cuenta de que soy diferente? — Revoleó los ojos acariciando su cabello con exasperación.
— Si eres discreto, tal vez algunos años.
— ¿Si soy discreto? ¿A qué te refieres, madre? — Acercándose a ella, se puso de rodillas mientras le separaba las piernas para abrazarla. Ribeth acunó su cabeza contra su pecho.
— Pues si vives con Chiara en Italia…
— ¿Intentas deshacerte de mí? — Exclamó interrumpiéndola.
Se separó de ella y salió de la habitación enfurecido.
***
— Aline, ¿has visto a mi hijo?
— No, no sabía que estaba aquí — la mujer de unos sesenta y tantos, trabajaba allí desde toda su vida, sus padres habían servido en la casa antes que ella y conocían todos los secretos de la familia, era una persona en extremo confiable y muy amada por Ribeth.
— Sí, vino anoche, andaba metido en un lío y se ha enojado conmigo además.
— O sea, lo de siempre — sonrió la mujer cuyos cabellos grises se encontraban pulcramente cubiertos por un velo de color rojo oscuro delicadamente bordado.
— Más o menos, al parecer tiene una admiradora más ferviente que las demás.
— La virtud de Evan de volver locas a las mujeres… — comentó Aline como al pasar.
— Así es, pues es la nieta de un empresario que tiene negocios conmigo, y anda diciendo que mi hijo la ha embarazado.
— ¿Un milagro?
Ambas rieron con complicidad.
— En fin, creo que algo sucederá pronto. Tengo un presentimiento y lo que es peor, no puedo dejar de recordar las cosas que viví aquí.
— Pero eso siempre te sucede, mi querida.
Flashback - 1818, El Cairo
Al llegar a la casa, la música se oía desde afuera. Sin duda, este era un pueblo muy alegre, desde que bajaran del barco no dejaban de oír melodías y tamborcillos por todas partes.
Al entrar, la casa tenía un patio interior en el cual había músicos y personas bailando, con vestimentas tradicionales muy diferentes de las de Laura y Meribeth.
La niña se quedó un poco atrás, sintiéndose intimidada por el tumulto. Farid, al verla, se le acercó y se puso en cuclillas a su lado.
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Editado: 08.05.2023