Flashback - Escocia, 1837.
La noche era fría y la hierba debajo de sus pies estaba húmeda. Hacía varias horas que la fiesta que organizaran sus abuelos, con la esperanza de que Meribeth encontrara allí un hombre con el cual casarse, había terminado. A su regreso de su último viaje a El Cairo, siete años atrás, Beth se negó a conocer caballeros con los cuales podría entablar alguna relación y para disgusto de los ancianos buscó trabajo como institutriz.
El aroma del bosque que traía el viento al rozar su rostro la hacía sentir añoranza por los años pasados, la despreocupada juventud que se marchaba lentamente, la despedida final de una vida que ya jamás sería igual, a la mañana siguiente comenzaría una nueva etapa como novicia en la Abadía de St. John, y las esperanzas de sus abuelos de verla casada, acabarían para siempre, pero sus sueños no eran los de ella. Meribeth no quería casarse, no aceptaba ser una mujer puesta bajo el dominio de un hombre. Nunca cometería el mismo error que su madre.
La desolación con la cual regresara de El Cairo, se había apoderado de su alma al punto de no querer nada de lo que las demás jóvenes deseaban. Recordaba tan vívidamente el desprecio con el que Farid la había tratado, la forma cruel en la que se riera de su tonta ilusión de niña. Sin embargo, tampoco podía olvidar que cuando se fue a los doce años, él la acompañó al barco y le prometió esperar su regreso para casarse con ella. “Tonta de mí”, pensó. Ribeth regresó y se encontró con que él se casaría con una mujer musulmana, y una europea de otra religión solo podía servir como amante o concubina, a lo sumo, le había dicho.
La sensación de ser observada la hizo voltear hacia la casa y regresar apresuradamente, levantó con la punta de sus dedos el lino fino de la delicada túnica de dormir con la que su cuerpo se encontraba cubierto, y caminó de puntillas de manera graciosa hasta el interior, para cruzar el salón donde horas antes, se había celebrado su cumpleaños número veinticinco, con la fiesta más grande que se hubiera visto en la región en muchos años.
Estando a dos pasos de la escalera, sonidos de pisadas detrás de sí, la sorprendieron obligándola a darse vuelta, se encontró con tres siluetas oscuras recortadas por la intensa luz de la luna que entraba por los ventanales. Una mujer, y dos hombres, personas cuyos rostros estaban velados por la oscuridad. Hubiera querido gritar, pero el miedo la enmudecía.
Uno de aquellos desenfundo una espada y la coloco en el hueco donde se unían sus clavículas, a tal velocidad que no pudo ver la hoja moverse, pero si sintió el hilo de sangre caliente que brotó de la base de su cuello y recorrió su piel hasta manchar la blanca tela de su camisón.
Ribeth quería pedir ayuda y no podía, su voz se había perdido.
Momentos después, los cuerpos de los intrusos se pegaron muy junto al de la muchacha. Se cernieron sobre ella y sus dientes afilados, penetraron en su carne como si se tratara de la piel de un durazno, succionaron de ella hasta que su consciencia se perdió pensando que moriría, jamás imaginó que al día siguiente comenzaría una vida totalmente distinta, y sus expectativas de ser monja le durarían muy poco.
Fin del flashback.
***
2020 - En la isla perdida.
Un líquido caliente se derramó sobre su cuerpo, despertándola y provocando un dolor que no recordaba haber sentido, al entrar en sus recientes heridas.
— ¿No eres tan valiente ahora, verdad? — Habló Lachlan, resentido por el ataque de la vampira.
Ella no respondió, aunque sí emitió un quejido adolorido.
— ¿Estás disfrutando? Apuesto a que así lo hacías con el maníaco de Morand, él se excitaba con las torturas, ¿no?
¿Debería decirle que Nicholas y ella nunca tuvieron intimidad de esta manera? Meribeth maldijo interiormente a Syoran por dejarla a solas con este pervertido, estaba segura de que la violaría.
— Quizá yo pueda experimentar lo que él sentía, la verdad es que nunca se me ha dado bien juntar el sexo con la violencia, pero eres tan bella — la mano del australiano masajeó su trasero cubierto de sangre. — Creo que lo intentaré.
Un asco profundo la invadió al sentir las manos de alguien que no era Sein sobre su cuerpo, pero no podía ahora ahondar en este fugaz pensamiento.
— Dudo que puedas estar a su altura — respondió.
— Me esforzaré — habló de manera lasciva, dejando descender su mano por sus nalgas, pero no llegó al objetivo porque ella apretó las piernas.
— Ni por más esfuerzos que hagas lograrías siquiera estar cerca de lo que él era.
Ella estaba colgada de los brazos con una cadena, contra el muro. Lachlan la inmovilizó con su cuerpo, colocándola de frente a la pared y comenzó una lucha en la que él intentaba abrirle las piernas, pero Ribeth las había cruzado fuertemente. Ella podía soportar torturas, seguramente podría aguantar también las intromisiones sexuales del australiano, pero no por ello se lo dejaría fácil.
Por más esfuerzos que hizo el vampiro, no consiguió nada en esa postura, por lo que la obligó a girarse. Enardecido, se inclinó y la tomó por los tobillos, separandole las piernas y colocándose entre sus muslos.
Pensándose victorioso, Lachlan trató de desprender sus pantalones. Sin embargo, no pudo concretar el ademán para hacerlo, Meribeth lo había atrapado entre sus piernas, fuertemente, y atrayéndolo intentó morderlo como lo había hecho horas antes. Él también sacó sus dientes y quiso atacarla, pero ella, interceptándolo, le rasgó la mejilla y la mandíbula hasta el cuello, haciendo que gritara. Si la lucha seguía era probable que no pudiera detenerlo, pero aquel sonido fue suficiente para que Syoran apareciera.
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Editado: 08.05.2023