Elisa sonrió al ver a los hijos de Richard escondidos detrás de una puerta.
— Entonces… — Felipe tomó la palabra al dejar encima de la mesa café para la señorita. — ¿Tiene algún documento o currículum que demuestre su experiencia en el cuidado de niños?
Richard tosió a propósito.
— Tengo algunas cartas de recomendación de las familias con las que he trabajado. — Respondió Elisa y sacó de su bolso lo mencionado. — He trabajado con niños desde bebés a los nueve años.
— Señor Donoso, Izan tiene diez años…
— Sé la edad que tiene mi hijo. — Lo cortó Richard.
— Está seguro, tuve que decírselo yo la vez pasada.
— Felipe.
— ¿Sí, señor Donoso?
— Déjame hablar a solas con Elisa y ve a ver lo que están haciendo.
Felipe miró a la señorita Elisa y le sonrió antes de caminar hacia la puerta en la que se ocultaban los niños.
— Nueve, diez años… es lo mismo, creo que puedo hacerlo bien. — Habló Elisa a Richard y él asintió.
— También lo creo. Y el que hayas venido hasta aquí siendo domingo ya dice lo responsable que eres. El trabajo es tuyo.
— ¡Muchas gracias! Cuidaré muy bien de sus hijos.
Richard le colocó en la mesa el contrato.
— Puede ir echándole un vistazo, iré mientras a buscar un bolígrafo para que pueda firmar. — Le dijo y se levantó yendo hacia un mueble.
Elisa agarró el contrato, en él, estaban escritas sus obligaciones como cuidadora de los tres niños Donoso y una le llamó la atención por no tener absolutamente nada que ver.
— Disculpe… — Lo llamó Elisa y giró el documento hacia Richard.
— ¿Sí? ¿Hay algo que no entienda? — Le preguntó Richard, dejó en la mesa un bolígrafo y miró la cláusula que la chica señaló con el dedo.
— Aquí dice que no debo coquetear con usted. — Elisa se avergonzó y dijo. — Entiendo que no debo de sobrepasar la línea entre contratador y contratada pero, ¿era realmente necesario dejarlo por escrito?
Richard le arrebató el papel de las manos y lo comprobó más de cerca.
— Lo ha descubierto. — Habló Zoe, mirando a Izan y Felipe detrás de ella. — ¿Tendríamos que pedir perdón?
— Has sido tú la que no has querido que papá salga con ella. — Le dijo Izan y Zoe agachó la cabeza.
— No quiero una mamá nueva, ya tengo una aunque esté en el cielo. — Murmuró y cuando Richard abrió la puerta, los tres niños se asustaron y salieron corriendo.
Felipe se vio solo ante el peligro y sonrió a su jefe.
— ¿Algún problema, señor Donoso? — Le preguntó Felipe como si nada y Richard lo agarró de los tirantes que vestía y lo arrastró hasta quedar frente a Elisa.
— Explica el motivo por el que has puesto esa cláusula en el contrato. — Le exigió Richard, señalando el contrato en la mesa.
Elisa atendió al asistente y Felipe se aclaró la garganta antes de hablar.
— Por supuesto lo he hecho por su bien, señor Donoso. Los libros y las películas están plagados de chicas pobres y hombres ricos que tienen un afer… — Felipe resumió la historia a favor de ambos. — Básicamente esa cláusula está ahí para evitar malentendidos. Cosas como que usted, señor Donoso, se aproveche de su posición de poder o que usted, señorita Elisa, se deje cegar por el dinero ajeno.
Elisa sonrió por no saber qué decir y Richard miró incrédulo a su asistente.
— ¿Es así… ?
— Por supuesto. — Asintió Felipe y se dirigió a la chica. — Espero no haberla ofendido, señorita Elisa. Mi trabajo es velar por el bien del señor Donoso y eso hago.
— Lo entiendo, creo… Está extrañamente explicado, pero entiendo lo que quiere decir. — Respondió Elisa y miró a Richard. — Quiere asegurarse de que estoy aquí para cuidar a los hijos del señor Richard y no para meterme en su cama.
— Veo que lo ha entendido a la perfección. — Sonrió Felipe con orgullo.
— Eso tendríamos qué decidirlo ella y yo. — Opinó Richard, y se inclinó encima de la mesa para tachar con la tinta del bolígrafo la cláusula en cuestión.
Elisa sonrió y tomó el bolígrafo de la mano de Richard para firmar rápidamente.
Felipe movió la cabeza no conforme con lo que acababa se ocurrir, pero sonrió cuando Richard lo miró con el semblante serio.
— ¿Quién de los tres ha sido? — Interrogó Richard a sus tres hijos, señalándolos uno por uno cuando Elisa se marchó de la casa.
Izan sonrió descaradamente al convertirse en el primer acusado.
— ¿Por qué piensas qué he sido yo? — Le preguntó a su padre y cruzó sus brazos. — ¿Cómo si me importara lo que hagas?
El dedo acusador de Richard se desplazó entonces hasta Dani, el más pequeño de los hermanos miraba a su padre sin saber a que estaban jugando.
Izan miró a Dani y le dio con el codo en el brazo.
— Dile a papá qué no has sido tú. — Presionó Zoe a su hermano pequeño.
— No he sido yo, papá. — Dijo Dani con una sonrisa.
Richard se acercó, sentándose en la mesa frente a los tres y mirando a Zoe.
— Entonces solo quedas tú. — La acusó Richard y aunque Zoe negó, él la regañó. — Casi nos acabamos de conocer, aún así, ayer estuve muy preocupado por ti y creí que nos habíamos acercado, pero ahora me mientes. Dime la verdad, Zoe, ¿le has pedido a Felipe que ponga trabas a la cuidadora?
Izan vio a su hermana ir de cabeza a la trampa sentimental de su padre.
— Es que... — Habló Zoe con la cabeza bajada. — Yo…
— Lo confieso, he sido yo. — Levantó la voz Izan antes de que Zoe confesara.
La niña miró a su hermano y Richard también lo hizo.
Editado: 27.03.2023