"El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos".
Octavio Paz.
Mazunte, Oaxaca, México.
Los tenues y cálidos matutinos rayos de sol se colaron con persistencia por las rendijas de las cortinas que vestían las ventanas de la habitación, otorgándole un despertar apaciguado.
Una sonrisa se dibujó con gracia en su rostro y frotó sus ojos con aletargamiento, quitando de paso un pequeño mechón de cabello que rozaba su nariz, provocándole comezón.
Tras finalizar de despabilarse bien y estirar enérgicamente los brazos emitiendo un gran bostezo, los recuerdos de la confortante cercanía de Mateo durante la cena compartida en la noche anterior, inundaron su mente.
No solo había pasado una considerable parte de tiempo entre sus protectores brazos en algunas ocasiones del día, sino que también había sido el único y estelar protagonistas de sus sueños. La sonrisa traviesa volvió a situarse en la comisura de sus labios, y con un sentimiento de confrontación, se recriminó mentalmente por no ser capaz de manejar el control de sus pensamientos sentimentales como tan bien había hecho hasta ahora.
¿Qué era lo que tenía Mateo que la desestabilizaba tanto con su sola cercanía? Ni en sus sueños, había logrado desestimar el imán de esa mirada profunda que parecía ser la única capaz de someterla irrevocablemente. Casi sin darse cuenta, se encontró suspirando tan solo de evocar esa mirada.
Decidida a no otorgarle más de sus pensamientos, se levantó rápidamente encaminando sus pasos a la ducha. Solo necesitaba de un refrescante y renovador baño para volver a ser ella misma y dejar de pensar en bobadas.
Pero ese par de ojos intrigantes no desistieron de permanecer en su inconsciente ni aún mientras desayunaba.
Con impaciencia observó la hora constatando que aún no eran las diez de la mañana, necesitaba encontrar una distracción luego para dejar de pensar en Mateo y mientras Naná continuara durmiendo como un roble no eran muchas las opciones que se le ocurrían.
—¿Qué te tiene tan pensativa, mija? Llevas un buen rato sumida en tus pensamientos y pareces cargar un gran dilema, al menos es lo que dejas entrever mientras piensas en voz alta a instantes.
La voz de Carmen la sacó de sus cavilaciones y presionó con nerviosismo la cálida taza enlozada que sostenía entre sus dedos.
—Mamá... no te sentí entrar a la cocina —fue consciente de lo blanca que se tornaron sus yemas ante la gran presión que ejercían sus dedos en la taza—No es nada, ya sabes... me cuesta desconectarme de las cosas del trabajo.
Frunció la nariz como restándole importancia al asunto.
Carmen la observó inquisitiva, sin desclavar su mirada de aquel par de ojos que parecían rehuirle.
—No me digas... Te he escuchado pronunciar el nombre de Mateo al menos un par de veces en este lapso que llevas bebiendo el café, no me explico cómo es que él está involucrado en tus asuntos laborales, mija —sonrió con inocencia y le guiñó un ojo con complicidad— ¿Será que por fin estás aceptando lo que sientes?
Un ruedo de ojos no se hizo esperar de parte de Charlotte.
—Por favor, mamá... Solo siento preocupación por Naná, eso es todo lo que llena mis pensamientos en estos momentos.
—Ajá, si —Carmen suspiró resignada.
—¿Será que la despierto? Aún no despierta y ya me estoy comenzando a preocupar. —depositó la taza vacía sobre la mesa y tamborileó los dedos contra ésta siguiendo un ritmo nervioso e irregular.
—Cariño yo creo que pronto despertará, ella suele pasar las noches en vela o logra dormir de manera intermitente, es mejor dejarla dormir ahora que finalmente ha conciliado el sueño.
—Bueno, en ese caso creo que iré a dar un paseo, ¿deseas acompañarme? Pensaba visitar a algunos amigos de infancia —señaló Charlotte terminando de mensajear un texto en su móvil y dejándolo a un costado, procediendo a encaminarse al lavaplatos para limpiar los trastes que había usado y dejarlos escurriendo en el secador de aluminio del costado.
—De hecho, me parece una excelente idea que visites a algunos de tus amigos cariño, yo debo quedarme y atender a Naná, pero estamos en contacto. —Depositó un beso en la mejilla de Charlotte y la observó dirigirse enfundada en un delicado vestido de seda, en dirección a la entrada— Lleva el auto cariño, las llaves están colgadas a tu derecha.
Charlotte siguió la mirada de su madre que observaba con atención su delicado calzado y sonrió sacudiendo la cabeza.
—Tranquila que no pienso dañar mis tacones de todas maneras, ¿recuerdas a Mario, a quien contraté como chofer privado ayer? Acabo de mensajearlo —se encogió de hombros— No creo que lo más prudente sea dejarte sin automóvil madre, en caso de emergencia y de no estar presente, prefiero arreglármelas con Mario.
—Es cierto, tienes razón cariño. Bueno en ese caso, disfruta de tu chofer que por cierto ya lo recuerdo por lo guapo que es —le guiñó un ojo.
La aludida no pudo evitar sonreír y miró al cielo pidiendo paciencia. Carmen no se quedaría tranquila, hasta que la viera involucrarse de manera sentimental con algún hombre del planeta.
La brisa fresca y un espléndido cielo despejado la recibieron en la entrada de la residencia, así como el chofer que ya aguardaba por ella, abriéndole la puerta trasera con diligencia en cuánto se acercó al vehículo.
Su primera parada fue a un par de calles de distancia, en la casa de Ana María, una de sus más queridas amigas de infancia y con quien mantenía contacto constante, hasta la actualidad.
Permitió que el sonido de sus stilettos anunciara sus pasos con elegancia hasta hundir el dedo en el timbre.
—Pero mírate nada más, ¡qué bien te ha hecho el aire de Ciudad de México estos últimos años! Ya me estaba sintiendo ofendida contigo, que tardabas en visitarnos, ingrata—los brazos de Ana María la rodearon con genuino afecto, en cuanto la vio tras el umbral de la puerta.