Colver
Regreso a su habitación y me recuesto en su cama durante todas las horas en las que se ausentará.
El miedo sigue persiguiéndome, así que no puedo quedarme más tiempo y debo irme. Pronto estará toda la policía en este barrio y lo que menos quiero es que revisen casa por casa hasta que me hallen. Suena idiota, sin embargo los creo capaces por todo gracias a mi enorme historial en el que me he escapado.
Juego con una pelota que encontré por ahí y la lanzo al techo, para después volverla a tomar, repito el movimiento por mucho tiempo.
Oigo la cerradura y mis instintos me dice que me esconda, sin embargo siento alivio al verla entrar. Sus ojos azules me observan y relame sus labios.
¿No tenía que estar en la escuela?
—No quise ir—contesta como si hubiera leído mi mente—. No me gusta ir, odio ir.
Frunzo la cara y después rio.
—¿Qué?—Interroga.
—A nadie le gusta ir, pero si supieras lo mala que es la vida cuando no asistes a una, apuesto lo poco que me queda a que seguirías yendo.
Me siento al borde de la cama y sigo recordando.
Cuando era más chico, mi padre nunca la importó llevarme a una escuela, él prefería llevarme a robar a su lado. Atemorizar a la gente con pistolas falsas o navajas brillosas y filosas, capaces de perforar cualquier parte del cuerpo. Me enseñó como él quiso que fuera, pero sabía que estaba mal, aunque no me quedaba de otra más que obedecerle, de no hacerlo mis dedo sufrirían fracturas.
Anhelaba ir al escuela, pero no pude. Hasta que la conocí a ella y fue mi ángel bajado del cielo. Me enseñó lo poco que sé de cada materia y me dio el amor que nunca pude tener, aunque le fallara más de una vez.
Aún la extraño.
—Ojalá no me obligara mi madre.
—Ojalá y tuvieras otros pensamientos—corrijo. Me regala una mirada de pocos amigos y volteo los ojos—. Odio ir, no lo tolero. Me siento invisible para los demás, nadie quiere ser mi amigo. Las materias no se me dan para nada, únicamente me va bien en clase de dibujo. Mi mamá dice lo mismo que tú y odio oírlo, ustedes no lo viven.
—He vivido peores cosas.
—Sí, pero mi sufrir es este—dice y después resopla.
Me pongo de pie y camino a la ventana para mirar la ciudad. Cierro un poco los ojos para después decir:
—Colver—murmuro.
—¿Qué dijiste?
—Me llamo Colver.
No oigo ningún ruido, pienso voltear pero ella se apresura a contestar.
—Me llamo Beth-confiesa.
Y sonrío.
~
Más tarde ella se encarga de traer comida, mientras la espero dentro del cuarto. Cuando regresa, la definición de comida que ella me dio, no es la que imaginaba.
¿Una bolsa de Doritos nacho gigante con una gaseosa? Debe estar bromeando.
—No comeré eso.
—¿Por qué? Es delicioso.
—A tu edad es delicioso, en la mía tienes que hacer maroma y teatro para bajar la grasa.
—Solo come, no hay otra cosa.
—Prefiero pasar.
—Como quieras—dice finalmente, abre la bolsa y lleva una fritura a su boca. Se sienta sobre la cama y sigue coloreando el dibujo que acaba de hacer, no puedo ver bien de qué se trata porque lo cubre. Chismoso—me regaña.
—¿No puedo ver?
—Es personal.
Con su mano me pide que me aleje y lo hago, me siento sobre la silla de escritorio y juego nuevamente con la pelota.
—¿Cómo puedo hacer amigos?—pregunta después del silencio en el que quedamos.
—Fácil; siendo tú mismo—respondo sin pensar muy bien mi fundamento. Una vez lo oí por ahí, ¿por qué no usarlo ahora?
—No me sirve de nada.
Suspiro, me acomodo en la silla de forma vaga y hablo:
—No soy el indicado para darte consejos buenos en tu viaje por toda la galaxia en busca de un amigo, todos los que he tenido son terriblemente temibles y mala influencia, como yo. Así que puedes preguntar otra cosa.
Se queda sin decir nada un buen rato y su mano suspendida por encima de su cuaderno, hasta que reacciona segundos después para verme.
—Eres un delincuente-afirma ingenuamente.
—No vamos a tener esta plática-canturreo entre dientes.
—¡Claro que lo eres! ¡Y soy una estúpida en dejarte en mi cuarto!-comienza a gritar y tomar su cabeza—. ¡Es obvio, por eso entraste en mi cuarto con demasiada facilidad! Mierda, tienes que irte porque sino la policía me vincularía contigo, tal vez vaya muy joven a la cárcel...
—¡Silencio!—exploto estresado entre sus gritos, llamando su atención—. Ya te dije que no me quedaré, me iré la próxima semana, ¿bien? La policía jamás se enterará que estuve aquí.
—No te creo, los criminales mienten todo el tiempo—dice a la defensiva.
—Pues este no lo hará, soy un criminal de palabra. Así que si sigues gritando, repitiendo esto o dices algo a alguien externo, juro que te mataré y a tu mamá igual—amenazo y asiente.
Nos quedamos en silencio hasta que ella sale de su cuarto cuando presencia la llegada de su mamá.