Un sueño para Madeleine

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Capítulo siete: la voz ilusoria que trae calma y mil dudas.

Madeleine.

Llevo solo tres días en casa y todo parece ir demasiado perfecto para ser verdad.

Los sueños.

La necesidad de escribir.

La sensación de que alguien me esta persiguiendo. Esa que apareció de la nada y que no pude soportar. La que me trajo aquí.

Todo eso parece haber desaparecido.

Pero...

A su voz... aún puedo escucharla. Mi cuerpo la recuerda con tanta claridad que me estremece. Es un sonido que se me hace único y tiene la capacidad de tranquilizarme, es... es como si me dejara flotando en la nada.

Aunque no la conozco.

Aunque no creo haberla escuchado alguna vez.

Así que todas la noches hago lo mismo. Su voz me invade, me lleva a ese lugar donde no existe nada y yo puedo dormir con tranquilidad. Cuando despierto en la mañana me siento cansada de tanto dormir porque nada interrumpe mi descanso. Desde que me fuí de casa no había vuelto a dormir así.

Es como esa canción que te produce éxtasis y te deja fuera de este planeta. Así es su voz para mí y es por su causa que voy cerrando los ojos mientras mi cuerpo ya está a mitad de camino. Dormir se ha vuelto tan fácil que es un poco aterrador.

Me pierdo en el mar de la inconsciencia.

Y caigo en lo profundo sin resistirme y sin dudar, todo porque soy un cuerpo dormido sin control alguno.

Paso horas en lo mismo hasta que me vuelvo consciente de lo que está pasando a mi alrededor. Estoy en lugar oscuro, escuchando pasos y voces inteligibles. Algo se arrastra por el suelo. El sonido de las agujas del reloj retumban en este lugar.

¿Dónde me encuentro?

Me incorporo tambaleándome un poco a causa de la oscuridad, dónde todo parece extraño. Quisiera caminar pero no soy tan valiente, podría caerme. Aunque... estoy casi segura que este es uno de esos sueños fugaces y que podría terminar si caigo por un vacío. Así de fácil puede ser. Tamborileo mis dedos en mi estómago y es un gesto de impaciencia. Aquí nada parece parar. La oscuridad y los sonidos.

—Esto es desesperante —susurro en voz es baja.

Y como no, hace eco con todo lo demás. Ya me está empezando a doler la cabeza.

—Cierto que sí.

Pego un brinquito y el corazón se me quiere salir el pecho debido al susto. Mierda, ¿eso qué fué?

—¿Q-quién eres? —pregunto ni una gallina que se las da de valiente. Perfecto, no se me pudo ocurrir mejor pregunta que la típica en las películas de horror.

—Soy... soy algo supongo —responde con cierta tristeza en su voz. Frunzo el ceño y espero a que vuelva a decir algo, tengo una corazonada—. ¿Quién eres tú?

Anteriormente su voz sonaba lejos y ahora lo último que dijo fue dicho en mi oído, en un pequeño susurro que me deja estática en mi lugar y con un estremecimiento recorriendo mi cuello.

—Soy Madeleine Wilches —respondo a su pregunta.

Trago en seco y aunque quiero controlar los latidos locos de mi corazón no puedo, casi estoy segura que él puede escucharlos. Su respiración casi imperceptible sigue en el lugar donde la mandíbula y el cuello se unen, causándome pequeñas corrientes eléctricas. Estiro mis dedos, tratando de sobrellevar esa sensación de sobrecarga. No entiendo porque no me muevo. No entiendo porque no le tengo miedo. No entiendo cómo es que su voz se me hace terriblemente conocida.

Con una suavidad y lentitud que se me hace turtuosa desliza uno de sus brazos por mi abdomen, dejo escapar un jadeo silencioso cuando hace lo mismo con el otro en la parte de arriba, teniéndome así atrapada en un abrazo. Allá donde nuestras pieles se tocan, todo se calienta, y la sombra de su cuerpo casi tocando al mío me tiene la mente nublada.

Una sonrisa se escapa de mis labios y muevo mis manos para colocarlas encima de las suyas. Las tomo como si las estuviera conteniendo en mi cuerpo para que este abrazo no se acabe. No sé que está pasando, pero siento la necesidad de hechar mi cabeza hacia atrás y recostarme en su cuerpo. Aunque a duras penas me contengo. Es la duda la que me detiene de profundizar todo este contacto que me tiene envuelta en calma y deseo.

Al final el entrelaza sus dedos con los míos en este abrazo que es todo un revoltijo de pieles que... se extrañan. En medio de esta oscuridad desde que él llegó las voces se apagaron y el reloj suena como música de fondo demasiado baja para tomarse en cuenta.

Cuando se separa solo un poco mis manos se tensan en respuesta, y el miedo de que se aleje se instala en mi pecho. Pero no lo hace, él no coloca distancia entre nosotros y solo apoya su frente en medio de mi cabello. El aire que no sabía que estaba reteniendo escapa de mis pulmones.

Sus dedos enroscan los míos con fuerza y unos segundos después su cuerpo vibra, como si se estuviera riendo en silencio, pero sé que no lo está haciendo cuando en mi garganta reseca se forma un nudo y los ojos me duelen.

—Cariño... —jadea con voz rasposa, como si no hiciera mucho que tomó una siesta—. Cariño, te extraño demasiado.



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En el texto hay: romance, dimensiones, fantasia épica

Editado: 20.09.2022

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