Un trato con el diablo

Cautivada por el

Las horas pasaban y el sexy ladrón no volvía en absoluto. Mi paciencia se agotaba. Una idea descabellada me vino a la cabeza. Sabía bien que si me lastimaba, estos hijos de puta no obtendrían lo que querían...
O eso creía yo, hasta que el crujir de la puerta llamó mi atención. Ese sonido metálico me enfermaba.

Una dulce y profunda voz acaparó por completo mis sentidos:

—Apeina, che cosa cerchi?
—Abejita, ¿qué buscas?

Una sonrisa se formó en la comisura de mis labios.

—Te escondes muy bien de mí. Creí que no regresarías —susurré con fingida dulzura.

—Hai detto che volevi giocare.
—Dijiste que querías jugar...

—Me interesa ese vocabulario peculiar... ¿quieres escapar? —preguntó él con tono sugerente.

Sonreí con ironía.

—¿¿Escapar yo?? ¿Crees que soy tonta o finges no saber que hay cuatro cámaras grabándome las 24 horas del puto día? —me incliné hacia él con mirada desafiante—. E quelle trappole fuori dalla porta... pensi che sia stupida, sexy ladro? Se avessi voluto scappare, sarei già fuori.
—Y esas trampas fuera de la puerta... ¿crees que soy estúpida, sexy ladrón? Si hubiera querido escapar, hace tiempo estaría afuera.

—Bufó con una suave risa—. Digamos que sé un poquito de español... Si no quieres escapar, ¿entonces qué es lo que quieres?

Sonreí con malicia e ingenuidad fingida.

—Quiero que te acerques a mí. Para ser un mafioso, mantienes una distancia demasiado exagerada. Abejita, es peligroso jugar con un lobo hambriento.

—Lupacchiotto... questa signorina vuole catturarti.
—Lobito... esta señorita te quiere capturar —le susurré, lamiéndome los labios.

Su mirada intensa me encantaba. Esos ojos me desnudaban el alma. Sabía que quería acercarse, pero no era más que un peón. El verdadero jefe me observaba desde las sombras.

Mis ganas me consumían. Ese peón solo transmitía lo que ese bastardo quería decirme. Sabía que él no bajaría... no sin un plan.

Y tal y como van las cosas, estos cuatro días aquí no han ido mal. Tengo agua, comida… pero mi madre no se quedará tranquila. Conozco bien a esa mujer: hará cualquier cosa para que Alejandro me traiga de vuelta. Y eso es lo que más temo. No poder disfrutar este pequeño escape antes de que todo esto se joda.

Los días pasaban como de costumbre. Ese peón venía todos los días a la misma hora, fingiendo ser el jefe y queriendo jugar. Pero esto ya me aburre. Quiero que ese perro baje de su pedestal. Todos los días, la misma mierda. Dejé de prestarle atención al peón, como era de esperar.

Este juego ya no me divierte.

Los dos guardias que estaban allá afuera, siempre callados, dijeron algo por primera vez en días:

—Il capo scenderà a vederla. Le cose si stanno complicando là fuori. Il vecchio Alejandro sta attaccando i porti e minacciando il trasferimento della merce per questa ragazza.
—El jefe bajará a verla. Las cosas se están complicando allá fuera. El viejo Alejandro está atacando los puertos y amenazando el traslado de la mercancía por esta chica.

—Quel vecchio non vuole cedere i porti orientali al capo. È una perdita di tempo aver catturato questa ragazza.
—Ese viejo no piensa cederle los puertos orientales al jefe. Fue una pérdida de tiempo capturar a esta chica.

El silencio llenó el ambiente. Luego, se escucharon pasos decididos y firmes. Zapatos de cuero.
El aire se volvía escaso. En momentos como este, me gustaría tener una buena piedra para partirle la cabeza. Fingí estar dormida como siempre.

Unos ojos verdes y fríos se posaron sobre mí.

Al fin lo vi otra vez. Ese cuerpo es más guapo de lo que imaginé. Bastante guapo.
Si rompo las ataduras ahora, estaré en desventaja.
Fingir unos días más… hasta que el malnacido de Alejandro me libere.

Juro, en nombre de mis deseos pecaminosos, que te atraparé, hermoso hombre.
Solo toca esperar… y verás cómo te tengo solo para mí.

Tú solo espera… y verás cómo las piezas juegan a mi favor.

Mientras tanto, en la mansión de Alejandro, las cosas iban de mal en peor.
Lorena no dejaba de insistir en recuperar a la escuincla.

La situación no permitía operaciones ni negociaciones prontas.
Entre Alejandro y y el diablo el temible Zarek D’Vellaro no hay juegos. Son una mafia despiadada… y Alejandro no había jugado bien con ellos. Eso estaba más que claro.

Declararles la guerra… es una sentencia de muerte.
Y créanme: a nadie le gustaría morir en sus manos.

Y pensar…
que si ese maldito viejo no hubiera tenido algo que ver con la muerte de los padres de Zarek D’Vellaro, nada de esto habría ocurrido.

Eran las típicas conversaciones que escuchaba tras aquella puerta de metal.
Los guardias, que antes guardaban un silencio sepulcral, ya no callaban más.
Sus voces temblaban con rabia, tensión y miedo.
Sabían que estaban atrapados en una guerra demasiado grande para ellos.

Y esos ojos...

Esos ojos verdes y fríos, tan helados que ardían, venían cada noche.
Me observaban por aquel hueco en la puerta como si yo fuera un enigma al que quisiera destrozar.
Al principio, me sobresaltaba.
Ahora… me había acostumbrado.

A su presencia.
A su mirada.
A esa energía muda, agresiva, que se pegaba a mi piel como electricidad estática.

Me acostumbré a tener sus ojos encima.
Y aunque fingía dormir cada noche, lo sentía.
Sabía que estaba ahí.
Como si esperara que bajara la guardia…
Como si necesitara una excusa para atacarme.

Quería escapar...
O eso él creía.

Pero no.
Yo no quería escapar.
Todavía no.

Mis planes no estaban listos.
Y lo que yo deseaba…
era a él.

Ese hombre de cabello rojizo que me hacía suspirar sin permiso.
Su altura.
Su cuerpo.
Sus pasos firmes que marcaban el ritmo de mi ansiedad.
Ese pecho amplio, esos trajes oscuros con los que parecía un maldito rey del infierno.
Pero mi favorito…




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