Wilbert Cooper se encontraba en la cima del mundo, pero sentía como si su corazón estuviera enterrado bajo una capa de hielo tan espesa como sus millones. Un hombre de negocios brillante, su mente afilada había levantado un imperio financiero que otros solo podían soñar. Sin embargo, tras la fachada de éxito y riqueza, Wilbert llevaba consigo el peso de un dolor invisible, un dolor que se aferraba a su alma con garras de hierro. Su esposa, Kaylee, había sido su refugio y su confidente, la única persona que conocía la verdadera fragilidad que se ocultaba tras su apariencia de hombre invencible. Su muerte, al dar a luz a su hija le había dejado una herida abierta en el corazón de Wilbert, que nunca se había cerrado por completo.
Desde el fallecimiento de Kaylee, Wilbert se había recluido en un mundo de cifras y contratos, donde cada transacción era un intento de llenar el vacío que ella había dejado. Su carácter se había endurecido, convirtiéndolo en un hombre frío, implacable y despiadado en los negocios. En su mansión aislada, rodeada de lujo y opulencia, el silencio era ensordecedor, roto solo por los recuerdos de risas que ya no existían. Su única compañía era su hija, la cual no cuidó como debía por miedo a perderla también.
Fue en un viaje a la casa de su hermano en Italia cuando el destino intervino en forma de una carta, sencilla y urgente. El remitente era Astrid Campell, una joven madre soltera en apuros. Sus destinos se cruzaron y desde ahí nada se pudo evitar, además que la pequeña Chelsea le dio un toque especial a la explosiva pareja.
Astrid no deseaba ayuda de nadie, ella podía sola en la vida con su hija, aunque sabía que tenía a su hermano, sin embargo, ahí estaba el pesar de criar a una niña sola, sin una figura paterna. En ese viaje, ella se abro con ese hombre como si lo conociera de toda la vida.
Intrigado, y quizás en un intento inconsciente de escapar de su propio tormento, decidió escucharla. Wilbert no esperaba nada fuera de lo común. Sin embargo, lo que encontró fue una joven mujer cuyos ojos, a pesar de las adversidades, brillaban con una fuerza y una esperanza que él había olvidado que existían.
Astrid habló de su vida con una franqueza desármate, su relato entrelazado con sonrisas y lágrimas contenidas. Su lucha por darle a Chelsea un futuro mejor, sus esfuerzos por mantenerse digna en medio de la desesperación, todo ello resonó en Wilbert de una manera inesperada. Observando a Chelsea, quien le devolvía una mirada curiosa y asustada a partes iguales, Wilbert sintió cómo un sentimiento olvidado comenzaba a despertar en su interior.
Sin embargo, la sombra de Kaylee aún planeaba sobre él. Cada vez que intentaba acercarse a Astrid, el recuerdo de su esposa emergía, su voz espectral susurrando que cualquier nuevo amor sería una traición a su memoria. Wilbert se debatía entre el miedo de volver a sufrir y la necesidad de sentir nuevamente. El abismo económico entre ellos, su posición de poder frente a la vulnerabilidad de Astrid, añadía una complejidad que lo paralizaba. ¿Cómo podría él, un hombre marcado por la tragedia y el poder, encontrar la redención y el amor en alguien tan distinto y distante de su mundo?
Las noches se convirtieron en un campo de batalla interno, donde Wilbert se enfrentaba a sus propios demonios y prejuicios. Pero con cada encuentro, con cada sonrisa de Chelsea y cada acto de bondad de Astrid, la posibilidad de una nueva vida comenzaba a tomar forma en su mente. La lucha entre su miedo a amar y su deseo de redención se intensificaba, llevando a Wilbert a cuestionar si realmente podía permitir que el amor, en su forma más pura y desinteresada, entrara de nuevo en su vida.
Así, en el frío vacío de su mansión, Wilbert Cooper comenzó a vislumbrar una chispa de esperanza, una luz tenue que lo guiaba hacia una decisión que podría cambiar su vida para siempre. El camino hacia la redención estaba plagado de desafíos, pero también ofrecía la promesa de una felicidad que creía perdida.
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Editado: 15.11.2024