A las afueras de la escuela pude ver como salía Carlos con sus nuevas amistades, esperé escondido sin que me notarán para ver si localizaba a Juan. Observé como Carlos estaba tan emocionado con Maria que ni siquiera hizo por buscarnos como suele hacerlo, recuerdo que solía ser una molestia porque era el primero en esperarnos y si no nos veía era capaz de ir a buscarnos por toda la escuela. Mientras se alejaban no pude encontrar a Juan entre la gente que pasaba hasta que sentí una mano en mi hombro.
—con que andas espiando. —gritó Juan mientras me tocaba el hombro.
—bueno, en realidad te estoy buscando. —respondí.
—¿y aquí escondido me vas a encontrar o qué? —pregunto sarcásticamente.
—no quería que me vieran, además tú estás escondido también o ¿Qué? —alegué.
Su semblante cambio, agacho la mirada y estuvo en silencio un rato, después alzo la mirada y con una sonrisa camino, lo seguí sin decir nada.
—¿alguna vez te has enamorado? —me pregunto con la mirada fija en el cielo.
En esos momentos vinieron a mi memoria los rostros de las chicas que pasaron por mi vida, no supe que contestarle ya que no sabía cómo explicar o ni siquiera comprender si alguna vez había sentido eso.
—creo que sí. —expresé dudando.
—no, aun no lo has sentido. —con una sonrisa replico.
—tal vez no ha llegado mi momento, dudo si algún día sentiré eso. —hablé.
—ya llegará la indicada hermano, no te desesperes. —dijo mientras me tocaba el hombro.
Ese día nos despedimos tomando cada uno su camino, después de llegar a mi hogar me sentía indeciso ya que se acercaba la hora pactada para asistir a la casa de Juan, no suelo ser bueno en las primeras impresiones, he tendido a ser callado y me bloqueo por no saber cómo iniciar una conversación. Los pocos ánimos que me quedaban eran porque sabía que no estaría solo si algo mal pasaba, ahí estaría Juan y Carlos que, si bien este último es algo latoso sabia como iniciar una conversación, así que puse manos a la obra y decidí salir de mi habitación con la esperanza de tener una buena tarde en la que conocería amigos nuevos.
Estaba a punto de abrir la puerta de la entrada cuando escuché sonar el teléfono, tuve que regresar a contestar ya que no había nadie en casa, por un momento dude en contestar ya que era algo tarde para llegar a casa de Juan, tenía diez minutos para llegar, con los retrasos que podría tener aumentaría el tiempo. Decidí contestar así que levanté el teléfono antes de que sonara por cuarta vez.
—casa de la familia Lopez. —contesté seriamente.
—Gio, ¿eres tú? —se escuchó una voz que reconocí, era Juan. Esta vez se escuchaba más contento, tal vez le hizo bien recibir a sus primos para que se olvidará del mal rato que pasó en la escuela.
—¿Quién habla? —pregunté con la misma seriedad.
—ya, déjate de payasadas. Carlos llegó desde hace media hora y mis primos ya quieren salir, te esperamos en Downtown, pero ¡te apuras!
—está bien, está bien ya voy saliendo. —respondí.
Colgué para salir corriendo y apresúrame a llegar, pero pensé que no tendría razón para hacerlo, después de todo nunca es demasiado tarde, me relajé y caminé despacio observando mi entorno como lo hacía últimamente, la tarde era hermosa esa ocasión jamás lo había notado antes, tal vez porque algo ocurrió en mi interior esa tarde. Cuando estaba entrando a Downtown decidí pasar a la librería que se encontraba ahí antes de llegar con mis amigos, sin embargo, el destino me tenía una jugada inesperada.
Buscaba el libro del poeta que me gustó y pensaba como es que me gustaba leer poesía si no estaba enamorado, tal vez estaba enamorado de la vida, de las parejas que observaba, de las estrellas que regalan su resplandor a este simple soñador.
En ese mismo momento comprendí que existe una magia invisible que atrapa, que seduce, que pierde hasta al más astuto de los hombres pues al estar revisando los libros en las repisas, pude ver una silueta que llamó mi ser, como atrapa el aroma de un perfume inolvidable, me detuve para apreciar ese milagro de la vida, hermoso momento que la vida me dio. Amor a primera vista pensé, algo en lo que nunca creí hasta ese instante en que vi su cabello negro brillante, reposaba hasta sus hombros y le hacían juego con sus ojos cafés que se podían ver a través de unos lentes que le daban un toque intelectual. Su piel era de un tono morena clara casi perfecta.
Me paralicé por un segundo, me fui acercando a ella, su pongo que babeaba ya que se dio cuenta de mi presencia, incluso sonrió al ver mi cara de impresión.
—¿buscas algo? —preguntó
—sí, y creo que ya lo encontré. —dije suspirando.
—¿este libro que tengo? —dijo mostrándome la portada.