(Primeras horas de la mañana)En un pequeño botadero de basura, a las afueras de una de las grandes ciudades de uno de esos grandes países, unos cuantos buzos revolcaban para allá y para acá los desperdicios de las grandes residencias de aquellos que como decía Esther habían nacido bajo una estrella, entre la putrefacción, jeringuillas, vidrios y plásticos retorcidos de vez en cuando se encontraba un poco más de vida, de esa vida áspera y tosca como las manos de quienes ya sin olfato pedían a la diosa surte un poco más de luz, cualquier trozo de carne , cualquier pedazo de pan era sin duda una bendición, Doña Esther con sus ya setenta y tantos años a cuestas recorría a lo largo el botadero, con temblorosas piernas y escasa piel sobre sus huesos, andrajosa como aquellos que la acompañaban en su rutina diaria, caminaba con la mirada desgastada buscando como el águila a su presa el lote más fresco y quizás menos revuelto de los desechos, habían pasado años y la experiencia la hacia ganarse las mejores sorpresas, tenía solo un par de minutos para escudriñar y sacar lo que pudiese antes de que los otros cayeran por todos lados en busca de sus tesoros. Un día de tantos, bajo la gélida brisa del alba y envuelta en uno que otro harapo, allá bajo el puente de una carretera, con cartones como pared y cama, Esther tenía nuevamente aquel sueño que más que un sueño vivía como un recuerdo, estaba sentada en un sofá blanco como la nieve, suave como la lana, abrigada con una colcha, una taza de café en su mano y el ruido en la cocina de quien fuese su esposo, ese hombre con el que había compartido más de la mitad de su vida, el guerrero de mil batallas con quien había conquistado al mundo su mundo, cariño estaba bien de azúcar, no se amor espero a que vengas para tomar el primer sorbo junto a ti, gracias cariño pero de verdad pruébalo, esta bien amor, el sorbo y en al fondo del pasillo risas, por Dios Luis le echaste sal, tu y tus bromas, carcajadas y un te amo, aquí tienes mi cielo este si está bueno, una pareja feliz a su modo, vivían con la ilusión gastada de una familia de mas integrantes pero el destino no les había permitido tener hijos, una broma de las de mal gusto, ambos eran estériles y los tramites de adopción eran casi eternos en su país así que aún esperaban con fe alguna respuesta positiva luego de tanto ajetreo, pero a pesar de la amarga y acuciante desilusión sobrellevaban el dolor con su amor sin igual, ese día mientras vacilaban acurrucados en el sofá, la puerta trasera de su hogar se abrió abruptamente, el café por los aires, una capucha con dos profundos ojos tan oscuros como la boca del cañón del arma que los apuntaba, las vidas de cada uno pasaron como destellos en sus mentes luego un sonido del demonio desgarrando el alma. Sobresaltada Esther se sentaba una vez más , una amargura fugaz, unos ligeros surcos en su boca dibujando la mueca de una sonrisa, se hacía así misma la señal de la cruz en su pecho y frente, terminado con un amen, así empezaba su nuevo día. Busco entre sus argamandeles, encontró par de guantes de látex, unos lentes transparentes y un kimono de mecánico lleno de grasa, un silbidito para atraer las buenas vibraciones y a la calle ya sus colegas estaban allí esperándole, un grito desde el otro costado le animaba apresurar el paso, oye Esther anda te toca primero hoy parece que la suerte nos visita con más fuerza, de inmediato otro gran grito, esta vez con terror y presura, Esther tan solo había dado dos pasos por aquella carretera, a todos los ahí presentes se les erizaron los cabellos de todo su cuerpo, seguido del impactante estruendo un bulto recorrió varios metros por el cielo antes de quedar casi inerte en la cuneta.