Habían pasado un par de días sin que tuviera noticia alguna de aquellos ojos que me habían enamorado, mis noches se habían convertido en un completo tormento, en mi mente sólo existía el recuerdo y una sensación tan maravillosa de lo que había sido la mejor noche de mi vida. Por un momento, mientras dormía, sentí tu presencia consolando mis infinitas ganas de verte, tu mano sosteniendo la mía, pero sabía que sólo era un sueño, ¿y si solo te volvería a ver mis sueños?, pues hubiera preferido dormir hasta mi muerte, tú te habías convertido en el delirio de cada mañana al despertar.
Soñar contigo se había vuelto mi pasatiempo favorito, y estar despierto para mi ya no tenía sentido, durante el día caminaba por la ciudad para olvidar un poco mi agonía, cada recorrido me llevaba a pasar siempre por el mismo lugar, el lugar en donde te mire aquella noche fría.
Y como todos los días no te encontraba, realmente necesitaba verte. Una melancólica tarde agarre un pedazo de papel y una pluma, empezé a escribir todo lo que quería decirte y aunque hubiera deseado entregarte la carta para que puedas leerla, no tenía dirección alguna para enviarla, aquella tarde bebía una copa de vino, me estaba ahogando en la tristeza, terminada la carta la metí en un sobre al cuál le puse de nombre "la carta sin destino".
Habían pasado ya algunas semanas, la esperanza de poder verte se desvanecia con el pasar de los días, intenté dejar de buscarte y quizá olvidarte, con ésto volvería a mi vida aburrida y solitaria. Me dirigí a un bar de copas y recuerdo que te mire parada fuera de ese lugar, mis ojos se iluminaron, mi corazón latía como la primera vez que te mire, otra vez había comenzado a vivir.
Aunque sólo la había mirado una vez, el recuerdo de su imagen no se desgasto durante todo ese tiempo de sufrimiento, mi mente había conservado su recuerdo intacto. Me dirigía hacia ella, mis piernas y mis manos temblaban como la primera vez, ella dió media vuelta, me miro pero no me reconoció, sentí como si un puñal atravesara mi corazón, me quedé quieto a su lado sin decir ni una sola palabra, siendo otra vez un cobarde y no pude hacer nada, sólo observé como mi amada se marchaba sin ni siquiera voltear a ver atrás.
Depronto sentí ganas de salir corriendo en su búsqueda, ya había sufrido mucho como para dejarla ir otra vez, me acerqué y al oído le dije.
– Espero usted me recuerde, pues su olvido causaría mi agonía.
Sorprendida volteaste la mirada, otra ves tenía aquellos ojos hermosos mirándome fijamente. Desde que te despediste de mi esa noche, no había sentido mayor felicidad como la que tu reencuentro me causó. Un hombre enamorado puede sufrir de infinitas maneras y solo es feliz cuando tiene a su amada entre sus brazos.
Sonriente, me dijiste que si me recordabas, yo habría podido saltar de la felicidad, te había estado esperando y ahora por fin estabas junto a mi, haciendo de mi el hombre más feliz del mundo.
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Tus manos empezaron a desvanecerse, tu sonrisa se había borrado y tus hermosos ojos ya no brillaban como antes, todo era mi culpa, con mi propia mano había borrado todo lo hermoso que tiempo atrás habíamos conseguido. Me sentía miserable, la sangre había manchado mis manos, y por más que hubiese querido quitarla siempre iba a estar ahí para recordarme la desgracia, mis ganas de sonreír, al igual que nuestro amor se habían esfumado.