Un vuelo al ¿amor?

Ada miedosa y Johan sin coche.

Mis padres llegaron hasta el octavo día por la noche.

Como siempre, la señora Amell con su característica amabilidad, los invito a cenar.

No sabría decir si eso jugaría a mi favor. Por un lado, mi madre se llevó muy bien con Katy y Griselda y, por otro lado, temía por lo que podría pasar en un futuro cercano. Y con esto me refiero a que le tenga tanta confianza hasta llegar a ser capaz de contarle de mi vergonzosa vida de bebe o cosas así. No sería la primera vez.

Conociendo la amistad entre las dos señoras Amell, si una se enteraba de algo, la otra también.

Recordaba perfectamente la noche anterior y por eso, no podía verle la cara a Johan, moría de la vergüenza. No fue mi mejor noche.

Mientras esperaba que llegaran mis padres de su «repetición de luna de miel», me dedique a hacerme la tonta, según no me acordaba de nada de lo sucedido y gracias a dios, Johan no cuestiono.

Los siguientes días, tal y como lo planeé, los pase en rutina:

Despertaba antes de las nueve.

 Bajaba a desayunar después de bañarme, la mayoría de las veces, mis padres aún dormían.

Regresaba a la habitación y hacía cualquier cosa.

Por las seis, cuando el sol se despedía, salía a la orilla del mar a admirar los colores que teñían cielo.

Volvía a mi habitación horas después de la salida de la luna.

Llamaba a Paige, duraba al rededor de una hora. 

Y por último, dormir.

Hasta que un día, después de la llamada diaria con Paige, recibí una inesperada llamada a la mitad de la noche.

—Acércate al balcón —decía Johan, al otro lado de la línea.

Recuerdo haber alejado el celular de mi oído, verificando si lo que oía fuese real.

—¿Qué haces? —pregunte, abriendo la cortina.

—Baja, todavía no terminamos el recorrido.

—¿Te das cuenta de la hora? 

—Mucho mejor, no habrá mucha gente.

Salí al balcón, encontrándome a Johan sonriendo de oreja a oreja.

—Debo dormir —le dije, recordando mi rutina.

—Solo será poco tiempo —aseguró.

—Mañana debo despertar temprano.

—Mucho «deber» —dijo haciendo énfasis a lo último—, ¿Que es lo que quieres hacer tú?

—Ir contigo —dije sin pensarlo.

Tan pronto como salieron de mis labios esas dos palabras, me asuste. No lo medite antes y eso prendía una alerta.

—Entonces vayamos —me animó.

Lo consideré unos minutos.

—Vale —accedí— ¿Cómo bajo?

—Mira, es sencillo, yo lo hice por la puerta, pero si quieres puedes hacerlo saltando del balcón.

—Moriré si bajo por aquí.

—Pues puedes salir por la puerta...

Al ver mi negativa dejo de hablar.

Definitivamente, salir por la puerta no lo consideraba la mejor de las ideas. Puede que mi madre fuera distraída y no se dé cuenta de la mitad de las cosas que suceden, sin embargo, mi padre era como el orden de la familia; podía llegar a ser muy cariñoso, pero si me atrapaba seguramente me sometería a un interrogatorio y sinceramente ¿Cómo le explico algo así?

«Oye papá, salí en la noche con nuestro vecino, haz de cuenta que me cayó muy bien y pues eso. No hicimos nada malo, solo fuimos a pasear»

Aunque fuese verdad, ¿Suena creíble eso para un padre?

Lo conocía casi a la perfección para saber que si le decía eso seguramente quisiera estrangular a Johan, de la misma manera que quiso hacerlo con Michael —aunque, ahora esto último, si me hubiese gustado un poco—.

—Te atraparé —prometió.

—Si caigo y muero —amenace— mi muerte quedará en tu conciencia el resto de tu vida.

El desgraciado se atrevió a sonreír.

—Te agarras del barandal y cuando te diga que caigas, intentaré que no caigas al piso.

—¿Intentarás?

—Sí.

—Tienes qué.

—Bueno, voy a atraparte y por nada en el mundo caerás contra el piso —alzó una mano y puso la otra en su pecho, en modo de promesa.

Trague grueso.

Pase primero una pierna al lado exterior del barandal y después el otro, las manos me sudaban, temía resbalarme a pesar de estar agarrado con todas mis fuerzas el tubo, me fui desplazando poco a poco hacia abajo.

—A ver, tírate —dijo Johan.

—Me atraparás, ¿verdad? —comenzaba a dudar de si era una buena idea.

Lo siento, pero le temía y le sigo temiendo a la muerte.

—Si, tú confía.

Luchando por no subir y meterme a la habitación de nuevo, apreté los ojos y me dejé caer.

De milagro, no me quebré un hueso. Johan logro atraparme, fue un alivio saber que no estaría en una tumba pronto, o probablemente si, en cuanto tenga que volver a subir. Todo era incierto.

—Te dije que no te dejaría caer —dijo, aun cargándome.

Expulse todo el aire de mis pulmones, fue terrorífico y no me explico. Sabía las posibilidades de romperme algo y, a pesar de eso, me atreví a ir.

Sentía un objeto en mi espalda.

—¿Trajiste la cámara? 

—Sí, pensaba usarlo para convencerte de que bajaras.

Era observador, me lo confirmo con aquellas palabras.

—¿A dónde iremos? —pregunte tras bajarme de sus brazos.

—Hay un edificio abandonado, no muy lejos de aquí.

Lo dijo tan serio que por un momento me la creí.

—Ya, en serio, ¿A dónde vamos? —solté una pequeña risa.

—No es broma, Ada. Iremos a un edificio abandonado.

Deje de caminar al escuchar sus palabras. Probablemente sea una broma. No. Tenía que ser una broma.

—Bromeas —reí nerviosa.

—Mira el lado bueno —dijo entregándome la cámara—, podrás fotografiar cosas de noche.

Me estaba manipulando, lo sé. Lo peor fue que haya aceptado.  

Cogí el aparato.

—¿Cuántas fotos desee? —pregunte, iba a asegurarme de que el trato fuera justo.

—Sí.

—¿Sin límite? 

—Así es.

Apreté los labios, conteniendo una sonrisa. 

Tendría que comprarme una cámara en algún futuro cercano. No sabía que me gustaran tanto, hasta que tuve una en mis manos.



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En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

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