Un vuelo al ¿amor?

La cena

—Freno, acelerador y palanca —repetí, memorizando el sitio de cada uno.

—No puedo creer que hagamos esto —Johan se pasó una mano por la cara.

Él iba en el asiento de copiloto, según para evitar tragedias.

—Tú lo propusiste.

—Lo sé, pero no sé, espero sepas conducir.

—No debe de ser tan complicado, supongo —dije encogiéndome de hombros.

Johan murmuro algo, pero no alcance a escuchar.

—Me voy a arrepentir el resto de mi vida —dijo Johan, después de que prendiera el motor—. ¿No quieres otra cosa? 

Sonreí, cobraría mi venganza y le haría sentir lo que me hizo sentir a mí.

—No, gracias.

—¿En serio? Mira que puedo regalarte la cámara.

Sonaba tentador, sin embargo, definitivamente prefería hacerlo sufrir.

—No, gracias —repetí.

Johan soltó un largo suspiro, mientras desordenaba su cabello.

Tan pronto como se calmó, baje la palanca y aceleré.

En realidad, no fue la primera vez que conducía un coche, ya lo había hecho múltiples veces anteriormente. Pero esa información no la tenía que saber él. Un poco de miedo no hace mal.

Johan gritaba que frenara, que nos íbamos a estrellar contra un árbol a ese paso, yo, por lo tanto, gritaba de emoción como una maniática.

Cumpliendo su petición, frene de golpe en la desolada calle. Así es, habíamos decidido poner en marcha aquella aventura un domingo a las cuatro de la mañana, cuando la gente aún duerme y no se levanta temprano para trabajar por las vacaciones de verano.

Teníamos todo calculado.

Lo malo, estaba en que mi vida dependió de Johan para llegar a ese momento. Una vez más, requerí de bajar por el balcón.

Sé que nadie en casa estaría despierto a esas horas de la madrugada, pero con mi padre, no me sabía su horario, algunas veces lo veía trabajando a altas horas de la noche, otras en la tarde y otras demasiado temprano.

Hasta en vacaciones, ese hombre trabajaba. Es una de las cosas que admiraba de Sebastián —mi padre— y por las cual si llegaba a preguntarme algo, no estaría dispuesta a mentirle.

Solo una cosa tenía segura, en la tarde estaría ocupado con mi madre, se supone que no tendría problemas al volver.

—Mira, justo paramos delante del parque, bajemos y caminemos —decía Johan.

Ni siquiera habíamos recorrido mucho, podría fácilmente llegar hasta ese sitio en diez minutos a pie.

—¿Sabes lo malo de que sea tan temprano? —le pregunte, no le iba a dar el gusto.

—No me digas...

—Hace mucho frío fuera del coche —sonreí, mi excusa era válida.

Puso mala cara.

Tenía ganas de reírme.

—Es irónico, ¿no lo crees? Que lo digas tú cuando siempre te vas a ver el cielo justo en el lugar con más viento.

—La diferencia es que hoy no quiero tener frío.

—Ve más lento, por favor —pidió, rindiéndose.

—No te preocupes, lo bueno que no hay muchos coches.

—Ya hubiéramos muerto —murmuró lo suficientemente alto como para poder escucharlo.

Eleve la comisura de mis labios, la verdad conducir no era mi actividad favorita, ir viendo por las ventanas en el trayecto iba mejor conmigo.

—Tengo hambre —dije tras estar al volante durante varios minutos.

—¡Que bien! —dijo Johan, entusiasmado— mira qué casualidad, cerca de aquí está el restaurante de la otra vez ¿Te acuerdas?

—¿Abre los domingos también? 

—Sí, abre todos los días y todo el día —se apresuró a contestar.

Johan tenía graves problemas para confiar, con la distancia que recorrimos es suficiente para darse cuenta de que si sé manejar. O sea, no he atropellado a nadie y tampoco me he saltado semáforos.

—¿Por dónde es? —pregunte, no recordaba el camino que habíamos tomado.

—A ver, cambiemos de asiento, yo manejo.

Lo medité un poco, siendo honesta, en este punto, no me importaba mucho mis problemas con Johan, ni lo que había planeado hacer horas atrás. El hambre era mi debilidad.

Acepte su propuesta, con el pensamiento de que, esta vez, podría pedir lo que quisiera. Días atrás me habían dado un par de billetes.

Ojalá alcance —pensé.

 

El trayecto de regreso fue mucho más divertido, lleno de chistes malos y cuando tratábamos de cantar una canción el interior del auto se llenaba de desafinadas.

Para entrar a la casa, busque la llave debajo de la alfombra y apenas entrar, me sorprendió ver a mi madre, sentada en la sala con las piernas cruzadas, estaba al teléfono.

Conversaba con alguien —seguramente alguna amiga suya— y por ende, no le importo mi llegada.

Al final de cuentas, me convenía, me ahorraba escuchar su regaño.

Subí rápidamente, necesitaba dormir un poco. 

Pero no llegue a hacerlo, poco después de haberme tirado a la cama, llamaron a la puerta.

Me tardé un poco en atender, capaz si me dormía dejarían de golpear la puerta y se iría. Sin embargo, existía la posibilidad de que fuese mi padre y sinceramente, para que él tocara a mi puerta, sería solamente por algo sumamente importante.

Abrí, encontrándome con mi madre. Aparentemente, su llamada no fue tan interesante como para que estuviera delante de mí, la había visto claramente con un teléfono al oído.

Supuse que eso la mantendría ocupada durante un buen tiempo.

—Cámbiate —ordeno entrando a la pieza—, invite a las vecinas a una cena.

Me paralicé, en mi mente estaba claro que mi madre era muy social, pero no hasta ese punto. 

Literalmente, ella pasó la primera semana en un hotel que seguro fue cinco estrellas, con mi padre y recién regreso hace poco.

Digo, ¿Cuándo le dio tiempo de hacer amigos? Sin lugar a dudas, nunca llegaría a entenderla.

—¿Qué haces? —cuestioné.

La veía sacar vestido tras vestido que en mi vida había usado, de mi maleta. Ni siquiera recordaba haber guardado todo eso.



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En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

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