canela, naranja y seguridad.
Soy lo que sobrevive de mí (Erik Erikson)
Feromonas. Apestaba toda la casa de la manada a ella, James estaba dejando todo marcado con su olor creyendo que de esa manera su pequeña pareja se sentiría mas segura con las nuevas recién llegadas. A el Alfa normalmente no le molestaba que su Alfa fuera tan protector, al ser el segundo al mando en esa pequeña manada estaba acostumbrado a tener que olerlo intensamente desde hace 15 años cuando encontró a su pareja pero extrañamente su interior hoy se sentía revuelto, no quería que otro olor que no fuera el suyo propio invadiera el lugar, su lobo interior se removía tratando de casi pellizcar la superficie de su piel como si estuviera a un pequeño suspiro de salir. Tal vez necesitaba correr un poco, hace muchísimo Astra (su lobo) no se ponía así.
Se miro por unos minutos al espejo luego de enjugar su cara por tercera vez y no noto nada extraño. El Alfa tenía unos ojos azules profundos, fríos, mirada cargada de salvajismo. Sus ojos gritaban lo que era; un asesino. Su cabello negro estaba empezando a crecer haciendo pequeñas ondulaciones, era de piel oliva con pequeñas manchas de sol y cicatrices, lo que lo llevo a parar en la cicatriz que le atravesaba desde la mejilla hasta su hombro. Una marca que lucia su bestia con orgullo pues el era un sobreviviente y esa era la prueba de que el había ganado la guerra.
—Deberías cerrar la puerta al usar el baño Orión—suspiro una pequeña y tímida coneja a su lado —Perdona por hacer de esto un circo, se que me pongo nerviosa con las visitas pero tengo mucho que no veo a alguien como yo—
Las manos de la omega jugaban entre si mientras se balanceaba en sus pies, el Mayor podría jurar que tendría sus uñas casi en la cutícula de la ansiedad sin siquiera verla. Era algo que hacia muy seguido y que a su pareja le molestaba pero el como su amigo podía comprender. La ansiedad era algo difícil de sobre llevar y morderse las uñas parecía algo mínimo en comparación a otras soluciones.
—Tranquila, aquí la Luna eres tú nada va ha dañarte, además—Sonrió el alfa con ironía— Te puedo asegurar que ellas deben estar igual de asustadas, son una mujer mayor y su cría solas imagina lo que debieron pasar—
Eso no dejo tranquila a la menor pero el tenía razón, como un buen guerrero había visto lo que el mundo le hacia a las personas más débiles. Cuando esa Alcón llamo para pedir unirse a la manada se escuchaba desesperada y contrario a lo que normalmente sentía sobre los forasteros o rogues, su lobo le grito que hiciera algo. Casi suspiro de alivio cuando la coneja de buen oído había soltado un pequeño chillido de alegría y con sus ojos ilusionados mirando a su gorila le suplico que las ayudara. Su amigo perdido solo pudo decir sí.
Los envidiaba. No de manera insana pero hace muchos años que se encontraba solo, ver como el albino de su amigo se derretía por ese animalejo frágil en vez de asquearlo le había pegado en el corazón. Ver como ella suspiraba y velaba por el bienestar de él, como estaba dispuesta a sacrificarse solo para hacerlo feliz, el amor era una locura pero ansiaba el poder amar y ser amado sin embargo el destino siempre parecía decir NO cuando se trataba de alguien como el.
—Llegaron las puedo escuchar—chilló.
La Omega corrió por el pasillo, bajando las escaleras y sentándose en la pequeña sala del recibidor acomodando nerviosamente su cabello, aplanando su ropa. Jeremy ya estaba allí con todo su ser blanco y peludo sonriendo de manera torcida, forzándose a ser amable. Jodido gorila albino. El Alfa solo pudo mirarse de nuevo en el espejo y asentir mientras gruñía esperaba que esto no fuera una mala decisión y que no tuviera que deshacerse de nadie.
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Mientras tanto en la entrada se desataba una pequeña bola de nerviosismo.
—Tata debí usar los supresores- se olisqueó la canina —Esta pronto mi celo y todo el lugar apesta a Alfa protector— susurro.
La menor estaba ansiosa, había alcanzado a soltar un poco su largo cabello y sacudir su arrugada ropa, no quería ser odiada, no quería que la vieran con asco. No quería que ese olor a Alfa protector hiciera que su animal interior chillara, estaba emparejado y aun así su Omega interior estaba inquieta, mimosa y soltaba pequeñas feromonas cada tanto que le estaban siendo imposibles de retener. La Omega mayor solo le resto importancia mientras caminaban por el pequeño pasillo.
—No te preocupes, te amaran— Como toda madre siempre creía ciegamente eso de su pequeña.
Tan pronto como entraron a la sala, su vista paro en seco en una joven chica con cabello corto y achocolatado, ojos miel y sonrisa nerviosa. Todos sus instintos estaban alerta como si su instinto de caza estuviera allí, rascando. Entonces respiro y ambas lo supieron. Ella era una coneja. Todos sabemos que los zorros comen conejos. La valiente coneja pese al miedo que dejo escapar se posiciono al lado de su pareja. Un hombre enorme, de ancha espalda, cabello largo blanco y barba poblada. Era una jodida muralla.
—Alfa, Luna. Gracias por aceptar este encuentro—La omega mayor solo inclino la cabeza en señal de respeto tratando de aliviar la situación —Les presento a mi nieta Phoebe—
La omega menor solo pudo soltar esas deliciosas motas de feromonas tratando de calmarse, de decir que todo estaba bien, porque alguien tan intimidante la asustaba.
— Alfa, luna es un placer. Lamento la incomodidad—
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Editado: 23.05.2024