—Ohana —Alguien me llamó por mi nombre y terminé de cerrar mi casillero mientras me volvía.
Sonreí.
—Hola, Samuel —dije con voz suave y amistosa y una oleada de ternura me recorrió cuando lo miré acomodarse sus lentes como si no supiera que otra cosa hacer—. Eres mi compañero para lo de contabilidad —afirmé como un comentario y él suspiró con alivio, como si antes no se hubiese creído que eso era así y tampoco había conseguido el completo valor para preguntarmelo.
Le di otra sonrisa, tratando de hacer que se sintiera cómodo.
—Sí, eso me dijo Jeferson y... Dios, no sabes lo contento que estoy de eso. Siento ahora que no podía tener mejor compañera. Jeferson es... —Él arrugó su ceño con estremecimiento y yo solté una risita cuando no pude estar más de acuerdo en que Jeferson era una persona horrible.
—Lo sé —acepté sabedora y me acomodé la correa de bolso mientras tomaba mi camino.
Él me siguió.
—¿Entonces...? —dijo todavía como si no supiera como abordarme y yo lo miré, directamente a sus ojos, a través del cristal de sus lentes, y supe que quería hacérselo lo más fácil posible cuando me di cuenta de que Samuel era una buena persona.
Una duda me golpeó.
—Oye, ¿por qué tú y yo no hemos trabajado antes? —pregunté con verdadera curiosidad y él se vió asombrado por mi interrogante antes de bajar la mirada y encogerse de hombros.
—No lo sé —Sobó distraídamente con sus manos las correas de su bolso firmemente sujeta a sus hombros—. Lo intenté. Quise muchas veces. Vuelvo y repito: no pienso en tener mejor compañera que tú y me emociona ahora poder hacerlo, pero antes, cuando no era obligatorio trabajar en grupos, no me daba tiempo de pedirtelo cuando ya le estabas diciendo a los profesores que trabajarías sola... Y entonces yo no quería importunarte. Si así lo pedías, era porque así lo querías. Entro pasó y pasó y nunca se dió... Hasta ahora —Levantó la mirada y me sonrió.
Yo suspiré y miré al frente. Ahora que lo pensaba sí había sido así. Desde que había entrado a la universidad me gustaba trabajar sola, y eso se debía a que en el instituto todo aquel que se quería meter conmigo en grupo era por puro interés. Así que dejé de hacerlo.
—Bueno, vaya..., tienes razón —dije y él soltó una risita ante mi tono reflexivo.
Llegamos afuera.
—¿Entonces? ¿Cuando podemos empezar tú y yo? —Sentí como las esquinas de mis ojos se arrugaron ante su tono ahora más confiado.
—Ahora mismo —dije con total disposición.
—Eso es —Me señaló como si lo que yo acababa de decir fuera magnífico—. Por fin voy a saber lo que es trabajar con alguien más inteligente que yo —Y entonces yo abrí la boca asombrada ante la simpleza con la que había hecho esa afirmación, y luego solté una risita anonadada al darme cuenta de que él de verdad creía eso y que lo decía sin ninguna malicia o envidia; sus palabras solo pronunciadas con jocosidad y entusiasmo: como aquel niño fanático de los vídeos juegos que se le regala un cassette nuevo de juegos.
—Okey. Entonces ya estamos tardando —dije ahora divertida y él me atrapó del brazo para conducirme hasta el estacionamiento—. Okey. También tienes auto —solté con rendida aceptación y él se carcajeó de mí.
***
—Sí, estoy bien —Le dije a mamá a través del teléfono—. Estoy en casa de un compañero. Ya sabes. El otro compañero... —Yo también le había dicho a mamá de que Adrién no había querido trabajar conmigo y le había informado al profesor para el intercambio.
—Entonces... Estás en su casa —repitió nos palabras como si de nuevo necesitara mi confirmación.
Ella estaba preocupada. Cielos. Hasta mamá se extrañaba cuando yo trabajaba con alguien más en lo referente a la universidad.
—Sí. En su casa —Miré a mi alrededor. El lujo y...el lujo y de nuevo más lujo me abrumaron hasta aplastarme—. Bueno..., casa, casa... Tampoco, si me pides sinceridad...
—Oh, Dios, An —Mamá se alarmó.
—¡Es una mansión! —susurré discretamente al teléfono, pero con el tono impacto e incredulo no pude hacer nada.
—¿Eh?
—Sí, mamá. Es una mansión. Parece de revista —Miré a mi alrededor y negué con la cabeza todavía asombrada cuando me di cuenta de que Samuel me había metido en una habitación que él consideraba apropiada para que yo hablara en privado y que yo veía como una habitación perfecta para una sala de estar en dónde fácilmente podías meter a unas quince personas para una reunión de compartir.
Guao.
Yo todavía estaba cerca de la puerta. Había temido moverme de ahí y ensuciar la hermosa e impecable alfombra beige; o tropezar con los enormes sofás blancos y caer sobre la exquisita mesa baja de cristal... Oh, cielos, y ni que decir del enorme ventanal que dejaba ver la parte de afuera con su cesped tan verde y bien cuidado.
Ya sabía yo que ahí todo el mundo en la universidad era de familia de dinero, pero, vaya, esto me parecía otro nivel.
—No te sientas sobrecogida —Me educó mamá—. Tampoco abrumada. Nada de eso es más que tú. Solo sé tú, nenita. Sé la de siempre y no finjas ante nada solo por dinero.
—Samuel es amable, mamá —Lo defendí ante sus ojos, no queriendo que tuviera un mal concepto de él cuando Samuel para nada se lo merecía.
De verdad Samuel era simpático, y tímido, y vaya que tenía dinero. No encajaba su personalidad cerrada con toda la magestuosidad de su casa. He aquí un caso en que el dinero no había creado arrogancia y seguridad.
—De acuerdo. Confío en tí.
—Confía en mí. Es más, al terminar, lo invitaré a casa y tú ya tendrás una buena comida para las presentaciones, ¿qué te parece?
—Mejor imposible —dijo con la sonrisa en su tono y luego me colgó.
Miré la pantalla de mi teléfono y negué.
Salí de la habitación y me dirigí hacia la puerta por la que había salido unos minutos antes —cuando había entrado la llamada de mamá— y toqué.
No quería entrar como si nada y que Samuel... La puerta se abrió de inmediato y las cejas de Samuel se fruncieron mientras éste acomodaba sus lentes sobre el puente de su nariz.