Tim caminaba de un lado al otro de la gran sala de su apartamento. Su asistente personal le ponía un ultimátum: o la dejaba irse de vacaciones con su familia los últimos quince días de diciembre o renunciaba de forma definitiva. La rubia se mantenía con la cabeza en alto y pose segura.
—Entiendo Alicia, esto es importante para ti. Trae a tu familia a Miami, yo pagué todo. Pago vuelos, los hospedas en una de mis propiedades, o les rento un hotel por el tiempo que quieran.
—Mi familia es grande, es muy grande, iré a Maracaibo, a Caracas, a Valencia, tengo familia por toda Venezuela, no puedo traerlos a todos, no todos se quieren. Con los de Maracaibo, para que vos te hagáis una idea, hablo mal de los de Valencia, y con los de Valencia hablo mal de los de Caracas, y así, no los puedo juntar.
—Pues a unos les rento un hotel y a otros los dejas en una de mis propiedades —ofreció desesperado.
La rubia negó moviendo con exageración sus mejillas rellenas.
—Podéis montar a mis familiares en un avión, mijito, pero la bulla de la calle en diciembre, la gaita sonando en las calles a toda hora, la experiencia de hacer el pan de jamón y las hallacas con los amigos y la familia, el viajecito a Patanemo, la visita a la gran sabana, nada de eso me lo podéis montar en un avión ¿O vais a montar el Salto Ángel en un avión?
Tim negó derrotado, sobre todo después de que Alicia le mostrara el video de su abuelita de ochenta y siete años llorando porque no la había visto nunca más en persona; ella sí no escatimaba en recursos para manipularlo.
—No se van a hacer las hallacas este año, si vos no estáis, no vale la pena, esta familia se quebró —decía la anciana en el video con sendas lágrimas.
—Está bien, pero te quiero el cuatro de enero aquí Alicia. Ocúpate de que la agencia de empleo asociada a la liga coloque a tu reemplazo —ordenó resignado —, será tu última tarea antes de que viajes a Venezuela, por favor.
—Gracias jefecito hermoso, vos sois el mejor del mundo.
—Alicia, sabes por qué era importante que te quedarás, pasaré por un infierno, solo —dijo mirando hacia la ciudad nocturna que podía ver desde su Penthouse.
—Vais a estar bien, estáis bien —se despidió la mujer sin disimular su felicidad.
A Tim lo había dejado hacía tres días, su novia, la modelo Adela Gambarotto, eran la pareja del momento, por lo que su ruptura fue bastante pública, él estaba enamorado, para ella todo fue parte de un plan de mercadeo. Él no quería quedarse sin Alicia, mucho menos tener que atender solo todos los asuntos públicos de su persona en una fecha tan movida como esa, con sus numerosos contratos de publicidad y apariciones en eventos, necesitaba a su asistente, o al menos un reemplazo.
Alicia era perfecta: era ruda, fría y calculadora cuando debía serlo, amorosa, cariñosa y diplomática en otras ocasiones, tenía una habilidad increíble para saberse manejar de una forma u otra, era eficiente; pero Tim se resignó, pensó que al menos podría encerrarse a lamentarse sobre su ruptura sin que la extraña que lo acompañaría hiciera demasiadas preguntas, no lo conocía.
Esa noche se fue a dormir sintiéndose derrotado, perdió a su doble A en una semana: a Alicia y a Adela, al menos con una, tenía esperanzas de recuperarla, le pagaba y la mujer volvería, pero Adela, ella era un asunto del pasado ya.