—¿Está bien señorita? —preguntó un hombre que estaba junto a ella en el elevador.
Elizabeth lo miró y aunque podía ver que le decía algo no podía escucharlo. Odiaba cada vez que eso le sucedía, era como si su cuerpo se desprendiera del presente y la llevara a un universo paralelo. Asintió de manera automática y salió del elevador casi al punto de correr. Parecía que el mismísimo Azael estaba a su espalda y ella huía de él. Un coche pitó justo a su lado y frenó en seco antes de llevársela por delante.
—¿Está usted bien? ¿Me escucha? —preguntó el conductor del taxi al ver que ella lo miraba ida.
—Ella venía corriendo, parecía que huía —gritó una señora que venía de trotar.
Elizabeth pestañeó varias veces y se obligó a salir de su inercia. No le gustaba ser el foco y no iba a permitir que el demonio de su pasado atrapara a su yo del presente. No esta vez. Se levantó como pudo del suelo y suspiró hasta que notó que su cuerpo volvía a volver en sí.
—Estoy bien, disculpe no presté atención al cruzar la calle.
El taxista soltó un bufido y se montó en su coche de mala leche.
—¡Pues mire por donde va! Que no todos queremos pagar un muerto después.
El hombre arrancó y la dejó con la palabra en la boca. Levantó una mano y esperó a que otro taxi se detuviera. Le dio la dirección y sin pensarlo dos veces tecleó:
«¿Con quién tengo el gusto de hablar?»
Segundos después su teléfono volvió a vibrar.
«Mi nombre es Jireh Paveé, si eres buena en lo que haces sabrás quien soy»
—Vaya, vaya.
Elizabeth la recordaba, nunca pudieron hablar porque la enviaron a un internado para disciplinarla, pero decir el nombre de ella en la escuela aterrorizaba a los profesores. La indomable, la niña que nunca se callaba lo que pensaba... Siempre deseó ser igual que ella, en su adolescencia era la chica rara, la que las populares criticaban y a la que le tiraban papeles con nombres, deseó muchas veces darles una buena lección, solo que su magia estaba alterada en esa época y utilizarla estando hormonal sería catastrófico.
Otro mensaje entró y sonrió por las palabras que leyó.
«¿Aceptas o no?»
«Tengo que pensarlo, estoy demasiado ocupada, debo mirar en mi agenda»
«Eres la mejor de este campo, sé que eres una bruja en lo que haces, pero créeme cuando digo que yo también soy una bruja y consigo lo que quiero. Y para mi suerte o mi desgracia, te quiero y te necesito a ti»
Elizabeth soltó una carcajada. ¿Qué pensaría Jireh si supiera que estaba hablando con la madre de su sobrino? Su cuerpo se tensó ante esa posibilidad, ellos no podían saber de la existencia de Dylan, ni siquiera de quien era ella.
¿Qué se sentiría volver a verlo? Podría ayudar a Jireh y actuar de encubierta, mantenerse alejada de él y darle una pequeña probada de su medicina.
—Oh siii... —siseó con maldad.
«Universo si eres tú dándome una señal créeme que la voy a tomar, pero esta vez no seré una chica buena...» Pensó Elizabeth.
—Te acordarás del día que jugaste con la bruja —susurró y se mordió el labio, demasiadas cosas sentía en su interior, pero una de ellas era la sed de venganza que le recorría el cuerpo y le resecaba la boca.
No quería hacerle daño, sino jugar con él, porque a veces el pasado viene cobrando las facturas envejecidas, y por desgracia él tenía una cuenta pendiente con ella.
Desbloqueó su teléfono y tecleó con rapidez.
«Te diré cuando y donde nos reuniremos. Solo tú y yo. Y aclaro, no soy barata»
Esperó con paciencia, sabía que la mujer al otro lado de la línea no la haría esperar y así fue.
«No nos interesa cuanto sea, siempre y cuando puedas coger a la persona que nos está jodiendo»
Su sonrisa se esfumó cuando leyó “Nos”.
—¿Qué esperabas? ¿Qué él no se interesara por la empresa? —gruñó con sarcasmo.
«¿Nos? Eso me suena a multitud» Escribió.
«Somos mi hermano y yo quienes llevamos la empresa»
—Mierda...
«Solo me reuniré contigo, no con nadie más, serás mi contacto tanto dentro como afuera. ¿Queda claro?»
«Ok» Le respondió Jireh y ella sonrió.
—¡Oh boy! Hora de cobrar cuentas...
Media hora después Elizabeth entraba en el ático de sus tíos, corrió hasta la cocina al oler la fragancia de las galletas de su tía, sabía que a esa hora ella horneaba galletas para cuando Dylan llegara de la escuela. Sin hablar vio a su tía adornando una bandeja y alzó la mano y una galleta viajó hasta ella.
—¡Pequeñaja! —chilló su tía queriendo parecer molesta.
—Sabes que nunca me he podido resistir a ellas.
Se acercó hasta Valentina y besó su mejilla. Dejó el bolso en el suelo de la cocina y se sentó al frente de ella, justo cuando levantó la mirada vio que ella la miraba de forma curiosa.
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Editado: 10.11.2024