La bruja sintió como el calor de su magia recorría su cuerpo, cerró los ojos por unos segundos para visualizar su magia en el interior, justo cuando los abrió vio el coche de Azael, un miedo la recorrió, por primera vez no se creía capaz de salvar a alguien; notó como ese puto sentimiento se instalaba en su garganta.
—Concéntrate Elizabeth... —se dijo a sí misma regañándose por titubear. Tomó un largo suspiro y comenzó a tararear con su vista fija en el coche de Azael desde las penumbras— Vos, patres conscripti, in adiutorium meum vocamus, robur meum confirma. Deprecor et peto. Principem cape fac, eum ab igne protege, qui cutem suam amplecti vult, corpusque osculari. Expelle eum ab igne ut corpus non patiatur.
Elizabeth lanzó vio como el coche de Azael explotaba, un grito desgarrador salió de sus labios y cayó de rodillas. No sabía los sentimientos que se arremolinaban en su cuerpo, le había jurado a Jireh que Azael saldría vivo y ella no fue lo suficiente fuerte para sacarlo de aquel coche que ardía ante ella. Volvió a gritar por la impotencia y un rayo desgarró el cielo, su cara se cubrió de gotas y levantó la vista para que ver el cielo lloraba con ella y trataba de borrar sus lágrimas.
—¡Azael! —escuchó que gritaba Jireh y cuando sus ojos buscaron la voz los vio abrazados.
—Gracias... Gracias a todos... —susurró ella dándole la gracias a sus antepasados, cuando había soltado el hechizo les pidió su apoyo y sus fuerzas. Se dejó caer en el suelo cubierta por la oscuridad de la noche.
—¿Dónde está? —gritó Azael desesperado y se separó de Jireh para correr por el campo— ¡Sé que estás aquí!
—¡Azael! —chilló Jireh pensando que su hermano se había golpeado la cabeza— ¿Qué carajos haces?
—¡Sale de donde quiera que estés Elizabeth! ¡Sé que estás aquí!
Elizabeth abrió los ojos y se paró lo más rápido que pudo. ¿Cómo carajo había descubierto que ella estaba ahí?
—¿Quién es Elizabeth? —preguntó Jireh y se acercó hasta él para tratar de calmarlo.
—Alguien de mi pasado. ¡Esta vez no vas a desaparecer Elizabeth! ¡Te voy a encontrar! ¡Y esta vez no vas a escapar!
—¿La mujer que desapareció? —curioseó Jireh sorprendida.
—Sí, ella está aquí.
—¿Cómo sabes que está aquí?
—La escuché cuando salí disparado del coche, era su voz la que danzaba en el auto.
—¿Crees qué ella fue la que hizo que el coche explotara?
—No, ella fue la que me salvó.
Jireh sintió un presentimiento, ni siquiera sabía si estaba en lo cierto, pero su vista se enfocó en el pasillo donde había dejado a Theodora.
—¿Qué miras? —preguntó Azael y cuando él miró hacia ahí Elizabeth sintió miedo.
Sin esperar a escuchar la respuesta corrió hasta afuera de la pista, por dentro de los bastidores. Justo cuando llegó hasta la calle bufó porque no había ningún taxi.
—¡Azael estás loco! Debes dejar que alguien te revise.
—Mierda —masculló Elizabeth— Piensa, piensa... —No podía esconderse porque la calle estaba desolada, excepto por el coche de Jireh que estaba aparcado así que hizo lo que comenzaba a hacerse un hobby: mentir.
Corrió hasta el coche de Jireh e hizo como si se acabara de bajar de la puerta del piloto.
—¡Theodora! —chilló Jireh y ella sonrió como si no hubiera roto nunca un plato.
—Señorita he hecho las compras que me ha pedido y le devuelvo su coche sano y salvo —mintió Elizabeth y Jireh sonrió.
Elizabeth sintió que Azael la recorría con la mirada y su vista se enfocaba en sus piernas. Sus medias estaban rasgadas y tenían pedazos de ramas enganchadas.
—¿Qué te ha pasado en las piernas? —masculló Azael furioso y se acercó a ella para coger una de las ramas sin pedirle permiso.
Ella tembló cuando él rozó sus piernas al descubierto, pero lo disimuló lo mejor que pudo.
—Me he caído en el camino, disculpe por tener las medias rotas. No volverá a suceder.
—¿Dónde has estado Theodora? —preguntó él y ella pudo notar como él decía su nombre con algo de sarcasmo.
No supo a qué se refería, si a donde había estado toda su vida o esa tarde, así que respondió con su mentira.
—He ido a hacer las compras que me ha pedido la señorita Jireh
—¿Algún problema Azael?
—Ninguno, pero no sabía que le dejabas tu Jaguar a las secretarias, y menos las que acaban de comenzar.
—Era urgente —se justificó Jireh, pero él no le creyó y siguió mirando a Elizabeth.
—¿Y en qué viniste?
—En un taxi, ¿hay algún problema? Porque no me gusta que me interroguen y mucho menos cuando tienes que estar en el hospital. ¿Por qué estás interrogando a tu secretaria?
—¿Hospital? —preguntó Elizabeth haciéndose la sorprendida— ¿Qué ha sucedido?
—Ha explotado el coche donde iba.
—¡Oh dios! ¿Le ha pasado algo? ¿Está usted bien?
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Editado: 10.11.2024