Desperté una mañana, con los pies en el aire y el viento disolviéndome la piel, la ventana estaba completamente abierta y hacia fuera sólo se veían nubes, no había casas ni nada, sólo nubes.
Estaba tirada en el piso, tal como había despertado cuando veo que mi armario se venía abajo a punto de aplastarme, giré hasta la puerta que está justo al lado de la escalera hacia el primer piso, me encontré con una sorpresa ya que la escalera no iba hacia abajo, esta iba hacia arriba.
La tierra había comenzado a moverse bruscamente aproximándose a las seis y cuarto del seis de diciembre del 2018, no era un pequeño terremoto, era un gran terremoto, parecía como si la tierra se iba a partir en dos, o tal vez en tres, todas las cosas estaban ladeadas o en el aíre, como si el planeta se hubiera quedado sin gravedad o como si la atmosfera se hubiera difuminado.
De un salto estaba en el primer piso, ahí no se hallaba nadie de mi familia, pero aún si, la puerta principal estaba toda abierta hasta afuera, una fuerza me empezó a arrastrar hasta la salida volando por encima de los sillones verde de la sala de estar y chocando con una pared que de inmediato fue esquivada.
El día anterior había hecho mucho calor, más de lo normal para época de invierno, y los últimos días había estado lloviendo muchísimo, sin embargo, a esa hora había bastante temperatura y el sol había empezado a alumbrar hace minutos atrás.
Comencé a volar por los aires, a unos metros de distancia de mí, iba un chico con lentes al cual nunca había visto antes y éste cargaba un libro en las manos, segundos más tarde se le cayó.
Empecé a elevarme más y los edificios cada vez eran más pequeños, me di cuenta que mientras más me movía más rápido avanzaba hacia algún lugar al que me dirigía aquella fuerza, entonces me calmé e iba a una velocidad media. Más adelante mío iba una chica que parecía como si aún no le hallaba lógica a volar.
Nosotros no éramos los únicos que eran arrastrados, eran montones de personas y eso de algún modo me tranquilizaba. Me fijé que todos transportaban algo que seguramente salieron con ellas a ver que ocurría, cuando yo con suerte traía puesto mi piyama rosa de unicornios blancos. Siempre tuve acrofobia o algún tipo de vértigo, sin embargo, en esos momentos no lo sentía. Sentía como si una mano invisible me llevaba velozmente hacia algún sitio en especial.
Veía hacia arriba aviones que caían, ya que no había gravedad que les permitiera volar. Todo era asombrosamente raro, pero genial. Los edificios más altos estaban a punto de ser tocados por mis pies, pero ya había pasado una altura máxima.
Las nubes estaban super cercanas, estas parecían de algodón, tal y como creíamos siempre de niños, me dieron unas ganas de tomar una como si fuese algodón, pero no lo era.
Los gritos los venía escuchando desde hace rato, simplemente yo me conformaba con ver, escuchar y percibir todo lo que ocurría.
Cruzamos las nubes y estas eran negras por dentro, pero blancas por fuera, como el dicho ‘’nada es lo que parece’’, casi me asfixié al cruzar por estas, pero una vez que las atravesamos todo era distinto, se veía una pequeña capa oscura y se empezaban a discernir las estrellas y los distintos tonos morados del universo. La luna cada vez estaba más cerca que nunca.
Todos empezamos a gritar cuando divisamos aquella tal capa desconocida, que se nos había olvidado que se nombraba atmosfera y que fuera de esta, estaba la nada, sin oxígeno, ni vuelta atrás.
Todos los humanos, estaban flotando y en esos momentos atravesando la atmosfera, pude ver a hombres con corbata y traje, a mujeres elegantes con vestidos elegantes, a niños con un delantal que representaba algún colegio, nadie quedaba en la tierra, millones de personas volaban por los aires. Empecé a hiperbolizar la situación cuando vi a gente de otra raza, gente rubia, morena o rojiza, o cuando escuché personas gritando en distintos idiomas, entonces ahí fue cuando me di cuenta la intensidad de todo.
A los minutos, yo estaba relajada, esperando llegar a alguna parte o que simplemente todo fuese un sueño, escuché gritos de personas hasta que abrí los ojos y miré que grupos de personas comenzaban a caerse, cada vez éramos menos personas las que quedábamos.
Cruzamos la atmósfera y durante varios minutos lo único visible era… oscuridad, gritos lejanos y llantos. Mi mente se desvaneció a negro y mis sentidos se nublaron.
Su escritora, Julianne Del Río