Una carta a Lucía

Una carta a Lucía.

Llegue a casa, mi gato estaba inquieto y se refregaba en mis piernas, él sabía que estaba profundamente roto y triste. Acaricie su pelo mientras lagrimas brotaban de mis ojos. La había perdido nuevamente y no tuve el valor de volverme hacia ella y decirle todo lo que sentía, preferí callar y tragarme mis palabras y mi amor hacia vos. Fume y bebi hasta quedar inconsciente. Nuevamente volvía a ese agujero de tristeza y desesperación del que por un momento había salido. Estaba resignado a perderte. No, no lo podía aceptar. Agarre mis llaves y fui a buscarte, toque tu puerta y me recibiste con lagrimas en los ojos. Te comenté todo lo que me paso por la cabeza en ese instante, y me miraste con esa mirada tierna e inocente que siempre tuviste y me comentaste que no podías cambiar nada, la decisión estaba tomada y te mudarías a un nuevo país para buscar la felicidad que yo te había arrebatado cuando rompimos meses atrás. Lloré delante de ti, me sentí vulnerable, y me abrazaste y me dijiste que todo iba a estar bien y que tenia que dejarte ir. Te abracé y me despedí nuevamente. Mientras volvía nuevamente los recuerdos afloraban en mi mente y lagrimas no paraban de salir de mis ojos. Sentía que me estaba apagando y muriendo en vida pues tenía que soportar una eternidad sin vos. Camine a casa y al llegar me tumbe en la cama y me consolé a mi mismo con alcohol y cigarrillos hasta quedar dormido.  

Desperté aturdido y atormentado, era un domingo gris y la ciudad sentía tu despedida, así como lo sentía mi corazón. La otra mitad de mi alma me había abandonado finalmente, y mi otra mitad se hacia cenizas cual cigarro cuando se consume. No pude comer. Un nudo en mi estomago y garganta me impedía ingerir cualquier alimento. Solo podía llorar y aspirar ese licor salado que salía de mis ojos.  

Pasaron las semanas y trate de continuar con mi rutina. Establecer mi vida, encontrar un ápice de felicidad, pero no pude. Tu perdida significo el despertar de la soledad en mi interior y ni la más cálida compañía de Joaquina podía llenar ese vacío. Estaba roto. Empecé a perder la memoria. Aumente de peso y mi cara se veía dañada por el tabaco y el alcohol que ingería diariamente para tratar de no recordarte y que aquellas voces de mi interior se acallaran por un instante. Dejé de salir de mi departamento, me aislé, y solo me dedicaba a dañarme, pues soy un cobarde para quitarme mi propia vida. No, yo merecía una muerte lenta y dolorosa en pago por lo que te había ocasionado. Joaquina me preguntaba si me encontraba bien y si algo me estaba pasando a lo que yo siempre con una falsa sonrisa en mi rostro respondía que estaba todo bien, que solo era una mala época. Ella se preocupaba por mí, pero yo sabía que en el fondo me situación era incurable. El dolor no se acababa nunca. Tus palabras finales retumbaban en mi cabeza como martillazos y no las podía frenar, dejaba que me golpearan una y otra vez hasta que el alcohol hacia su efecto y quedaba yo inconsciente en el piso, desangrándome por dentro en una hemorragia fatal de pensamientos y tristeza.  

Los días pasaban, me intentaba comunicar con vos, pero habías desaparecido de mi radar. Cambiaste de número de teléfono, eliminaste tus redes sociales, y yo no podía ver si quiera una foto tuya que me consuele en mis tristes noches de agonía y fatalismo.  

Pero estoy cansado, cansado de vivir de esta forma y me propongo superarte de una vez. Empecé a estudiar un doctorado en historia, para conseguir un trabajo mejor y así mas estabilidad y mantener mi cabeza ocupada de vos. Las semanas pasaban y había dejado la bebida, pero los cigarrillos no. No podía ni me visualizaba una vida entera sin tocar el tabaco. El doctorado duraba 2 años y me iba bastante bien, aprobando los prácticos que se me presentaban y haciendo nuevas amistades. Intenté amar a Joaquina, estar en una relación con ella, pero no pude. Mis alumnos notaban que algo malo pasaba conmigo y Pablo me preguntaba siempre “¿cómo esta profe?”, yo siempre sonreía y les decía que estaba todo bien. Un día de clase común y corriente y en los últimos 20 minutos charlamos un poco de la vida, ellos encontraban interesante mi vida y me preguntaron nuevamente si yo me había enamorado alguna vez. Yo con amabilidad y derrotado por la insistencia decidí contarles sobre Lucía, les conté que la había conocido en este mismo colegio. Les conté lo que sentí la primera vez que la vi, como mi corazón se detuvo y mi mente quedo paralizada al escuchar su voz y al verla por primera vez. Les conté de los 8 años que estuvimos juntos, de cómo me habían parecido cortos esos años de relación ininterrumpida. Y les conté por último lo que es el amor, les comenté que cuando se ama a una persona se les es otorgado a cada uno un poder sobre ellos y que, si en verdad es amor lo que se siente, los dos deben renunciar a ese poder y aceptarse tal cual son el uno con el otro. Eso era mi definición de amor, yo acepte a Lucía por como era ella, no la intente cambiar nunca y la deje ser con sus pensamientos. Renuncie a ese poder que tenia sobre ella para no intentar lastimarla o hacerla sentir mal. Ame cada uno de sus rasgos y su personalidad y ella hizo lo mismo conmigo. Cada día que pase con ella hasta el ultimo se me hizo corto y en cada uno de ellos arrojaba felicidad por los bolsillos y me convertía en una mejor persona. Ella me completaba y yo a ella. Se quedaron sorprendidos por tal poética descripción y miraron con asombro la genuina sonrisa que evocaba de mi rostro cuando la nombraba. Concluí contándoles de nuestra separación y entendieron así, el porque de mi sombría personalidad actual y de mi carencia de felicidad y esperanza por la vida que se apercibía en mi rostro todas las mañanas en el colegio. Me preguntaron por Joaquina, y solo les pude decir que uno ama en su totalidad una vez en la vida, siente eso por primera vez y las siguientes veces no se da cuenta por que la intensidad no es la misma y los sentimientos no son como los de la primera vez. Uno nunca tiene que reprimir ese sentimiento porque esa es la razón que nos hace vivir, los sentimientos, el romance y el amor, de todas maneras, podemos elegir reprimirlos y crear una personalidad denominada fuerte, pero que con el tiempo se va a transformar en una notable soledad interior. Yo elegí amar a Lucia, y lo volvería a hacer sabiendo que el final seria el mismo, con tal de revivir aquello que me hizo sentir despierto cuando yo dormía, aquello que me hizo estar vivo y no tan solo existiendo. Concluí la clase y me retiré a mi departamento. Fume y fume, comía poco, estaba mas delgado, rozando un problema alimenticio. Me sentía cada vez más débil y no podía dejar de toser.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.