Estefi mira el plato, un pequeño filete rosado y blanco, acompañado de lechuga arrugada, no le inspira mucha confianza.
—¿En serio me lo tengo que comer? —pregunta sin entusiasmo.
Luis se ríe.
—Si, pruébalo, te sorprenderá.
La chica coge el tenedor que le ha indicado poco antes Luis, por lo visto también hay un cubierto para cada alimento, eso tampoco lo sabía.
Corta un pequeño trozo del pescado con el borde, lo pincha y se lo lleva despacio a la boca.
—¿En serio? —vuelve a preguntar como último intento.
Luis asiente con la cabeza.
Se lo mete en la boca y según lo degusta, su cara lo dice todo, su expresión de disgusto, lo dice todo.
—¡Esto está asqueroso! —salta en voz alta, provocando que todos la miren, del mismo modo que la han mirado al llegar allí.
—¿No le gusta? —pregunta sorprendido, ignorando esas miradas.
—¡No! —Estefanía, ni corta ni perezosa, escupe los restos del salmón en el plato— . ¡Los pijos sois mu raros, tío!
Luis se ríe, no de ella, de la situación, el salmón, para él y para mucha gente, es uno de los alimentos más exquisitos que hay, pero en cambio ella, ha hecho verdaderos esfuerzos para masticar el pedacito en su boca.
—No se lo coma si no le gusta, pediremos otra cosa.
Revisa la carta, buscando algo que la sorpresa y le guste, su idea es darle a conocer esa vida de lujo y comida cara.
Al final se decanta por una carne con setas muy famosas en España, llama al camarero y se lo pide, este no tarda mucho en traerles el plato.
Estefi vuelve a mirarlo con cara de asco, la carne le parecía bien, pero la salsa...
—¿Por qué le ponen por encima la salsa color...?, ¡caca! —expresa buscando la palabra.
—Pruebelo, no sabrá si algo le gusta hasta que lo pruebe, además, no se deje engañar por las apariencias, a veces que algo no parezca bonito por fuera, no significa que no lo sea por dentro.
Obediente, corta un trocito, poniendo un pelín de salsa, se lo mete a la boca, nuevamente con desconfianza, pero está vez...
—¡Oh!, ¡está cojonudo!, ¡tenías razón, don estirao!
Se come todo el filete, la salsa y las setas con gula, parece que lleva sin comer años, Luis, satisfecho, sonríe.
—¿Qué es esto? —pregunta con curiosidad la chica.
—Solomillo con salsa de boletus y setas variadas.
—¡Es lo mejor que me he comido en mi puñetera vida!, ¡y eso que la madre de la Vane, hace unos san jacobos de la ostia!
Luis vuelve a reír, su comentario y comparación no es para menos, pero solo lleva un rato con ella y le cae bien, le parece tan inocente y sincera...pocas personas quedan así.
Después de una agradable cena, para ellos, el resto de comensales pareció no disfrutarla tanto con los altibajos de los gritos de Estefi, terminan el postre y Luis, va directo al grano.
—Señorita, he venido a España, por petición de su abuelo, el cual la necesita con urgencia.
Estefi lo mira con la boca abierta, literalmente.
—¿Qué?, ¿mi abuelo?, ¡perdona, tío, pero yo no tengo abuelos, te has equivocado de persona!
Luis se queda pensativo, no puede ser, tiene que ser ella.
—¿Es usted, Estefanía Martínez Vega?
—Si, pero...
—¿Sus padres eran Viviana Vega y Marcos Martínez?
Al escuchar sus nombres, la chica se pone triste, desvía la mirada de Luis.
—¿Lo eran? —insiste el mayordomo, siente lástima por ella, pero debe averiguarlo.
—Si, lo eran.
—Entonces es usted la nieta de Miguel de la Vega, señorita.
—No, no lo soy, para mí, murió el mismo día que mis padres.
Dicho esto, se levanta y se va con rapidez, dejando solo a Luis en la mesa, dejándolo pensativo.
Justo en ese momento lo llama su jefe.
—¿Y?, ¿ya has hablado con ella?, ¿va ha venir?
—No lo creo, señor, no lo creo...
—¿Por qué?
—Deme unos días más, ya lo llamaré. —le cuelga la llamada, mirando por donde se ha ido instantes antes su nieta, por la cara que había puesto, estaba seguro de que odiaba a su abuelo, pero no se lo podía decir a él, le destrozaría el corazón, y ahí si, no habría cura.
Estefi llega al piso que tiene alquilado, tira el bolso en el sofá y se sienta, pensativa, resopla, "¿qué querrá ahora de mi, después de tantos años?", piensa.
Decidida a no dar el brazo a torcer, se va a dormir, esperando que ese señor, no vuelva a buscarla.
No tarda mucho en darse cuenta de que su esperanza era en vano, Luis está en su portal, esperándola.
—¿Qué quieres, pesao?
—¡Escúchame, señorita Vega!
—¡Señorita Martínez! —lo corrige, enfadada.
—¡Está bien, señorita Martínez!, ¡escúchame solo un momento!
Estefi se cruza de brazos, esperando.
—Su abuelo está muy delicado de salud —comienza el mayordomo, apelando primero a su bondad, ve con satisfacción como la chica ablanda la mirada de rabia — . Le gustaría verla, aunque solo sea un poco, antes de fallecer.
Estefi se gira para que no vea sus ojos húmedos, está enfadada, si, pero tiene corazón, y finalmente, es la única familia que le queda.
—¿Por qué ahora? —pregunta con rabia.
—Eso, se lo tendrá que preguntar a él, señorita.
—¡Muy bien!, ¿dónde vive?, ¿En el barrio de los ricos?
Luis se ríe ante su ignorancia.
—No, señorita, vive en Venezuela.
—¿¡Qué!?, ¿y pretende que vaya hasta allí?, ¡está como un choto!, ¡yo no tengo pasta ni para volar aqui al lao y queréis que vaya hasta Venezuela!
—Obviamente, ha gastos pagados, nosotros pagaríamos el vuelo, cualquier gasto que pudiera ocasionar y su estadía allí.
—¿Y mi curro?, ¡no puedo irme y ya está!, ¡tengo que pagar facturas!
—Tampoco sería un problema, yo mismo me encargaría de hablar con su jefe y exponerle la situación, seguro que accede —esto lo dijo, pensando en que un buen fajo de billetes, suele ayudar—. También le pagaría varios meses del alquiler, para cuando quiera volver.
—¿Meses?, ¿de qué estás hablando, tío!, tú estás fumao?
—¿Que si estoy qué?
—¡No voy a quedarme allí!, ¡que quede claro desde ya!
—¿Eso significa que va ha venir conmigo?
—Si, con una condición.
—¿Cuál, señorita?
—¡No me obligueis a comer ningún pescao más!
Ante su condición, Luis no puede evitar reírse a carcajadas.
—No, señorita Vega, se lo prometo.
—¡Ah!, ¡y deje de llamarme así!, ¡me llamo Estefi!, ¿Ha quedao claro?
El mayordomo lleva muchos años sin tutear a nadie, así ha vivido desde los dieciocho años, edad a la que empezó a trabajar para Miguel Vega.
—Si, señorita Estefi —responde sintiéndose ridículo.
—No, no, ¡si, Estefi!
La mira, seguro de que es una venganza por darle a comer salmón.
—Si, Estefi.
—¡Así mejor! —lo aprueba la chica, dándole una palmada en la espalda que lo tira hacía delante.
Mientras Estefi prepara las maletas, le pide a su vecina que le riegue los geranios, regalo de la Vane en su último cumpleaños y se despide de su piso, prometiendo volver pronto.
Luis zanja el asunto con el director de la residencia, el cual, da su palabra de que si la chica vuelve, conservará su puesto de trabajo, como imaginaba, un par de miles de euros, ayudarían al hombre a tomar esa decisión.
La recoge con un taxi negro, a Estefi le llama la atención, hasta hace poco, los taxis eran amarillos y blancos, no un Mercedes negro.
Se pone nerviosa cuando embarcan en el avión, desde la ventanilla ve todo a su alrededor y el ala enorme que tiene detrás, se empieza a poner nerviosa.
—¿Estás seguro, me juras por tus muertos, que esto no se va ha estrellar? —le pregunta a Luis.
Este se ríe.
—Se lo prometo, señorita.
Estefi lo mira frunciendo el ceño.
—Te lo prometo, Estefi —se corrige.
Durante todo el viaje, para él ha sido como estar en un show humorístico en directo, para ella una película de terror.
Al llegar, bajan del avión, con una mareada Estefi.
—No volvería a España con tal de no tener que volver a montar en ese cacharro de tortura...—comenta la chica.
—Es un vuelo muy largo, es lógico qué este cansada, cuando lleguemos a la mansión, podrá descansar.
—¡Un vuelo muy largo!, ¡si salimos a las once y media, y son las cinco y media!
Luis se ríe, no se ha dado cuenta del cambio de hora.
—No, son las cinco y media si, pero de la mañana, hay seis horas de diferencia horaria, el vuelo ha tardado once horas en llegar.
—¿Qué?, ¿once horas embutida ahí?
Luis vuelve a reírse con la expresión de sorpresa y confusión de la chica.
—¡Ah!, ¡se me olvidaba!, esto es para usted.
Estefi mira la cajita con la manzana mordida plasmada.
—¡No lo necesito, tronco!, ¡ya tengo uno! —saca de su bolsillo el móvil, la funda rosa con una letra dorada, la S, lo dejan intrigado —¡ahorré mazo tiempo para comprarlo!, ¡y ahora estoy ahorrando para un Seat maqueao que flipas!, ¡el más chulo del barrio!
—¡Ah!, bueno, igualmente, se lo puede quedar, pero me tendrá que dar su número de móvil por si necesito localizarla.
—¡Claro que sí, colega!, ¿quieres un chicle? —le ofrece extendiendo el paquete de sabor a fresa.
—No, gracias, y usted tampoco debería comerlos, le estropeará los dientes.
—¡No hombre, no!, ¡qué son de marca!, ¡esos que te los lava y son sin azúcar!
Luis asiente, queriendo dejar el tema, sabe que esa discusión, está más que perdida.
Llegan a la mansión, Estefi se queda con la boca abierta, otra vez.
—¡tío!, ¡esta casa es mazo grande!, ¿porque no me lo has dicho?, ¡me hubiera puesto algo más... para estar a la altura!
Luis, la mira sorprendido, ¿en serio se hubiera arreglado?
—Bueno, no se preocupe, tiene tiempo de sobra para subir a su habitación y cambiarse antes de ver al señor.
—¡Uff!, ¡menos mal!, ¡ya estaba sudando!
La acompaña dentro y escucha sus expresiones de asombro y admiración.
—¡Oh!, ¡ala!, ¡joder!, ¡flipo!, ¡menuda choza tiene el viejo!
Estefi hace todos esos comentarios mientras observa cada detalle, las grandes lámparas de cristal, los brillantes suelos marrones, negros o blancos, las criadas con su uniforme ir y venir, mirándola con curiosidad, los enormes cuadros colgados en casa sala, las figuras de diferentes estilos, animales, perdonas o cosas sin sentido para ella.
Se para cuando uno de los cuadros le es familiar.
—¿Qué ocurre, señorita? —le pregunta Luis al verla tan quieta, callada y triste.
—Es mi madre de niña...
—Si, es la señorita Viviana, ¡no paraba quieta ni un momento! —le cuenta con una sonrisa.
—¿Conocías a mi madre?
—Si, señorita, la vi nacer, gatear, andar y crecer como una hermosa flor. —le cuenta con dulzura.
—La hecho de menos, apenas tengo un par de recuerdos borrosos de ellos.
—Lo siento, Estefi. —la consuela con tristeza, siendo más cercano con ella al tutearla, aunque le cueste reconocerlo, ha sentido empatía por ella desde el primer momento.
—¿Me parezco a ella?
—Si, mucho, solo que teníais...estilos diferentes.
Estefi aprendió hace muchos años a no mostrar su sensibilidad, a ser fuerte, a tener un muro entre ella y el resto del mundo, aunque pudiese aparentar lo contrario, y en esta situación, hace lo mismo, se sacude la cabeza y sigue caminando.
Llegan a su habitación, la designada por su abuelo, después de un par de expresiones más, se tumba en la cama, mirando el techo con formas cuadradas.
—La dejaré instalarse, en dos horas vendré a buscarla y conocerá a su abuelo.