Por la mañana Estefi se ha levantado con alegría, enchufa su móvil al altavoz portátil que le consiguió el coletas en unas ferias, sube el volumen y se viste cantando.
—¡Cuando zarpa el amor,
navega a ciegas, es quien lleva el timón!, ¡Y cuando sube la marea al corazón,
sabe que el viento sopla a su favor!
Desde el piso de abajo sienten las vibraciones y escuchan a la chica cantar.
—¿Pero qué es ese ruido? —pregunta Miguel saliendo de su despacho.
Luis está en el pasillo riéndose.
—Su nieta, señor.
Con sigilo, se acercan a la puerta y llaman, Estefanía no los escucha y corren el riesgo de si entran, ser muy inoportunos, Miguel coge del brazo al mayordomo, echándolo hacía atrás.
—¿Señor?
—Dejala, ya era hora de que se rompiera el silencio en esta casa.
Luis sonríe, tiene razón, estaban tan apartados y dormidos que habían olvidado lo que se sentía con una canción, la alegría que a veces da el ruido, la juventud.
Estefi se cambia de conjuntos una y otra vez, su abuelo insistió en que usará la ropa y lo que había pedido que llevarán para ella, le gusta, pero con ellos, no parece ella, finalmente se pone un vestido azul cielo, adorna su cabello con una cinta del mismo color y se maquilla, a su manera.
Apaga la música, sale de su habitación y baja las escaleras canturreando y bailando.
—¡Cuando zarpa el am...
Se queda en blanco al ver a Jorge parado frente a ella, termina de bajar en silencio, con cuidado de no caerse por los taconazos, se coloca a su altura.
—¡Buenos días!, ¿Con qué pie te has levantado hoy? —Jorge la mira sin entender su pregunta —. ¡Qué si hoy también vas a ser borde! —le aclara.
—No fui borde, sino sincero, todos no tenemos la suerte de tener un abuelo rico.
Estefanía sonríe con sarcasmo.
—Ay, colega, cuenta escuela te falta...
Según lo dice, camina contoneandose orgullosa, pero Jorge no se lo permite, la sujeta de la muñeca y la pega a él, está muy cerca, el corazón de Estefi empieza a latir con fuerza, lo mira a los ojos, al igual que él a ella, después los labios, la nariz, juraría que la va ha besar.
—¡Ay, como en una telenovela! —suelta sin querer, devolviendo a Jorge a la realidad.
La separa de él confuso.
—No tienes nada que ver con la protagonista de una telenovela.
—¿Eso es un insulto? —le pregunta Estefi cruzandose de brazos.
—Piensa lo que quieras, tu opinión, me da igual.
—¿Te crees muy superior a mi, no?
Jorge se ríe.
—No, no me creo superior a ti, pequeña, lo soy.
Luis y Miguel observan la situación, sonriendo uno, asustado el otro.
—¿Por qué sonríe, señor?
—Porque los polos opuestos se atraen.
—¿Qué? —le pregunta confundido, pero no responde a su pregunta, lo deja con la duda, caminando hacía la pareja.
El abuelo de la chica, irrumpe, cortando la discusión que no iba por buen camino.
—¡Buenos días, hija! —saluda a su nieta dándole un beso en la mejilla —. Jorge, vamos a desayunar y luego hablaremos.
Entran juntos al comedor, allí les sirven tostadas, café, leche, frutas, de todo...
Estefanía, muy concentrada, se sirve cacao con un pelín de leche, lo remueve con energía, cuando va ha echar el resto de leche, se da cuenta de que la están mirando todos, criada incluida.
—¿Qué?, ¡se hace así! ¡odio los grumos!
Sigue removiendo, ignorando las miradas curiosas, Jorge intenta no reírse, coge una taza, se sirve café y un chorrito de leche.
—Bueno, intentemos empezar de nuevo, Estefanía, Jorge —los señala, presentándolos de nuevo.
Ambos hacen un gesto con la cabeza, ignorando al otro, ella coge una tostada y le unta mantequilla.
—¿Cómo puedes comer tanto? —pregunta Jorge con toda la intención de molestarla, pero Miguel responde por ella.
—¡Necesita energía, créeme!, ¡no para mí un minuto!, ayer casi me hace recorrer todo el sendero de las rosas.
—Bueno, ¿vamos a su despacho, Miguel? —pregunta poniéndose de pie.
—Claro.
Los dos salen, dejando sola a la chica en la mesa.
—¿Quieres? —le pregunta a Luis, ofreciéndole tostadas.
Este sonríe y se sienta con ella, la criada, que lleva tiempo allí trabajando, no puede creer lo que ven sus ojos, el estricto mayordomo, desayunando con ella.
Jorge y Miguel entran al despacho, se acomodan en sus asientos, el más mayor, detrás de su escritorio.
—Hay algo de lo que tenemos que hablar —empieza Miguel.
—Usted dirá...
—Tienes que casarte con mi nieta, para poder heredar el mando de la empresa, si no lo haces, y a mi me pasara algo, mi hermano se quedaría con ella.
—¡No! ¡No y no! —grita furioso.
Desde el comedor pueden escuchar su negativa, Luis y Estefi se miran.
—Por favor, hijo, soy mayor ya, estoy cansado y quiero que mi nieta pueda vivir bien el resto de su vida, ¡darle lo que no le di a su madre!
—¡Eso no es un motivo para casarnos!
—Es el único modo de dejar todo atado, tú, te podrás quedar con la empresa y Estefanía, mi herencia, ¡solo tenéis que estar casados un año!
—¡Esto es ridículo!, ¡tiene que haber otra forma!
—No, no la hay, Jorge, las clausulas lo dicen claramente, solo un familiar puede ser director de la empresa, mi hermano vuelve en una semana, a comprado la mayor parte de las acciones, y viene dispuesto a jubilarme, o te casas con Estefanía, o perderemos, todos.
Jorge se pone de pie y camina por el despacio en círculos, buscando otra solución.
—¿Y ella que opina?, ¡no creo que se case conmigo porque si?
—Si, lo hará, ya le he dicho que es por su herencia.
En ese momento, decide juzgarla sin tan siquiera preguntar o conocer a la chica, claro, lo que haga falta por quedarse con el dinero, seguro que ni es su nieta, él solo sabe que de la noche a la mañana, apareció.
—Muy bien, lo haré, pero después de un año, nos divorciaremos.
Miguel sonríe.
—¡Oh!, por cierto, no se lo digas a mi nieta todavía, quiero darle yo la noticia.
Este asiente, complaciendo a su socio y profesor, aunque Estefi no le gusta, debe mucho a Miguel, ha llegado tan lejos por la oportunidad que le dió, porque le enseñó y creyó en él cuando nadie lo hizo, había sido como un padre, después de que muriese el suyo y lo dejara con una fortuna que no sabía administrar.
Salieron del despacho y se juntaron con Luis y Estefi.
—Yo me voy ya, tengo que trabajar —dice Jorge despidiéndose.
—Muy bien, llevaré a Estefanía a conocer las oficinas esta tarde, nos veremos entonces y cerraremos detalles —le informa Miguel.
Jorge asiente y sale del comedor.
Estefi mira a su abuelo, intrigada.
—¿Los detalles de qué?
—Ha aceptado casarse contigo, solo faltas tú.
La chica lo mira furiosa.
—¿Le has preguntado sin saber si yo quiero? ¡No lo he decidido aún!
Miguel coge las manos de su nieta, rogándole con la mirada.
—Por favor, hija, no volveré a pedirte nada, solo es un año y una vida de tranquilidad.
Estefanía no le quita el ojo de encima, pensando en ello, le da lástima, pero, ¿casarse con ese egocéntrico?, no era una buena idea.
—Con una condición.
—¿Cuál?
—¡A mí no me da órdenes!
Miguel se ríe, aliviado.
—Ni él, ni nadie, te lo prometo.
—Vale... entonces, acepto —confirma con un suspiro, segura de que eso no va a salir bien.
Es la primera vez que va a un sitio importante, está bastante nerviosa, revisa el armario de ropa, con una sonrisa, coge un conjunto de pantalón y chaqueta, se quita el maquillaje de por la mañana y cambia los colores, sus pendientes de la suerte, los de aro dorados y se hace una cola alta.
Se mira al espejo, orgullosa, parece una mujer de negocios.
Al bajar, Luis y Miguel, la miran asombrados.
—Se lo está tomando muy en serio —opina Luis.
—Demasiado —añade Miguel.
Suben al coche, observa como su nieta golpea sus rodillas con los dedos.
—Tranquila, no tienes que estar nerviosa.
—Ya, ya lo sé.
Llegan más rápido de lo que pensaba Estefanía, no está lista, toma aire y sale del coche con la cabeza alta.
Entra en el edificio del brazo de su abuelo, todos la miran, eso no hace más que aumentar sus nervios.
Suben por el ascensor y paran en el sexto piso, bajan juntos, Miguel acaricia su mano intentando calmarla.
Entran en su despacho y detrás llega Jorge con la mujer del restaurante.
—¡Buenas tardes, Miguel! —lo saludan, ignorando a Estefanía.
—¿Cómo ha ido todo en mi ausencia? —pregunta cortante, consciente del trato hacía su nieta.
—Bien, señor —responde la rubia despampanante.
—Estefanía, hija, ¿puedes esperar fuera un momento?, pide que te traigan lo que quieras, tú también, Bárbara —les dice a las mujeres.
Una vez solos, mira muy serio a Jorge.
—Voy a ser muy claro contigo, joven, Estefanía es mi nieta y quiero que la tratéis como tal, si no estás dispuesto a seguir con esto y respetarla, mejor que me lo digas ya.
Jorge, que es la primera vez en años que ve al hombre tan serio, se queda cortado.
—Lo siento, Miguel, tiene razón, no volverá a pasar —responde avergonzado —. Desde ahora seré todo dulzura con ella.
—Eso está mejor, necesito que me firmes estos documentos —le dice extendiendo unos papeles hacía él.
Mientras tanto, en el pasillo, la rubia observa con desgana a Estefani, incomodando a la chica.
—¿Qué? —pregunta alterada Estefanía.
—Nada, solo que es gracioso como sois.
—¿Como sois?
—Si, la clase baja, os creéis que con ropa cara, eso se borrará, en fin, ya sabes, la mona aunque se vista de seda...
Estefanía sonríe con sarcasmo.
—¿Lo dices por experiencia?
En esta ocasión se ríe la rubia, exagerando su risa para que la escuchen todos.
—¡Tú no me llegas ni a la suela del zapato! —hace un gesto señalando su calzado y sigue, esta vez, susurrando para que no la escuche nadie — .En cuanto Jorge consiga lo que quiere, se deshará de ti, ¡barrio bajera!
Estefi, que ya está más que cansada de su actitud, estalla.
—¡Pero serás zorra!
Con tan mala pata que justo salen los dos hombres del despacho.
—¡Estefanía! —la recrimina su abuelo al escucharla hablar así.
Lo mira confundida, ¿es que acaso nadie ve lo que ella hace?
—¡Ni Estefanía, ni cojones!, ¡a mi esta no me vuelve a hablar así!
—Estefanía, por favor, baja la voz —le pide Jorge con suavidad.
—¡No! —responde Miguel por ella, ante la sorpresa de todos — ¡Que quede claro desde ya, ella es mi nieta y legítima heredera!, Estefanía, puedes despedirla si quieres...
La joven lo mira, más confundida que antes, ni siquiera sabe de qué trabaja esa mujer, ¿y si la despiden por su culpa y trae consecuencias para su abuelo?, y todo por defenderla.
—No, no será necesario, ¿a qué no? —pregunta a Bárbara, la mujer despampanante, que ahora está pálida como la tiza.
—No, ha sido una tontería, una discusión estúpida, no volverá a ocurrir , señor.
—Muy bien, ¿nos vamos, hija? —le pregunta ofreciéndole el brazo con una sonrisa, no solo por poner en su lugar a la secretaria de Jorge, sino porque se siente orgulloso de su nieta, la cual a antepuesto su bienestar a su propio orgullo.