Toda la alegría y comodidad que sintió el día anterior, hoy se veía truncada por la presencia de Bárbara, la que no tardó en ir a su despacho a mofarse y hacerla cabrear.
Estefi estaba concentrada en la explicación que le decía Max cuando llaman a la puerta.
—¡Adelante! —responde Estefanía con una sonrisa.
Según la mujer entra, esa sonrisa se disipa.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunta muy seria.
—Solo quería saludarte... ya veo que es verdad lo que dicen.
—¿El qué?
—Que eres tan vulgar para vestir como para decorar —se ríe la rubia despampanante con sorna.
—¿Qué tal si te metes tu opinión por donde te quepa? —responde Estefi con una sonrisa igual de sarcástica que la de la otra mujer —. Si eso es todo, puedes irte —añade volviendo la mirada al ordenador.
—Si, será lo mejor, el papá de mi bebé me espera para almorzar —suelta Bárbara con toda la mala intención.
Estefi no la mira, solo espera escuchar la puerta cerrarse nuevamente, pero no llega ese sonido, en cambio, esta vez es Max quien habla.
—¿No has oído a la jefa?, ¡puedes irte! —le dice, consiguiendo una mirada rabiosa de la rubia.
—¿La jefa?, mi jefe es Jorge, no ella —responde antes de irse con orgullo por su contestación.
—¿Por qué aguantas eso, jefa? —pregunta a Estefi con curiosidad.
Ella lo mira con cara triste.
—Porque va a tener un bebé de mi marido y yo no soy quien para tomar esa decisión.
—¡Si lo eres!, ¡eres la heredera!, todos lo sabemos, al igual que lo del bebé.
—Ya, las noticias vuelan... —le dice frunciendo el ceño.
Dejando a un lado esa conversación, siguen trabajando hasta el mediodía, vuelven a llamar a la puerta, esta vez es su marido.
—¿Vienes a comer conmigo? —pregunta a Estefanía con una sonrisa.
Ella lo mira, indecisa, pero al final decide ir y dar un escarmiento a Bárbara.
—¡Claro! —sonríe traviesa — ¿Te vienes Max?
El becario la mira aterrorizado, una cosa es comer con ella y otra muy diferente con el jefe, el que lleva el cotarro y da las órdenes.
—¡No, gracias!, ya he quedado —miente para salir del apuro.
—Ok, pues nos vemos luego —se despide ella con una amable sonrisa.
Jorge y Estefi caminan juntos por el pasillo, teniendo que pasar por el despacho de este y por ende, por el escritorio de Bárbara. Si las miradas mataran, Estefi estaría siete metros bajo tierra, con naturalidad, coge la mano de Jorge, como la noche anterior hizo él y le sonríe con dulzura.
Jorge, que sabe tanto de mujeres como de ganchillo, le devuelve la sonrisa y acaricia la mano con las yemas, sin saber que su esposa solo quiere molestar a su antigua amante, provocando que hierva de rabia.
Cuando salen a la calle, todavía cogidos de la mano, Estefi lo detiene con un gesto, tirando de él.
—¿Me dejas escoger a mi? —le pregunta emocionada.
—Claro, ¡sorprendeme!
Le hace ir a buscar el coche y conducir hasta donde comió por primera vez con su abuelo, al lado del camino de las rosas.
La comida es agradable, charlan y ríen contándose anécdotas.
—¡Y la Vane va y se cae en el agujero!, ¡mientras que el coletas se corta un dedo del pie con un cristal!, ¡la bronca que nos hecharon los educadores! —se ríe.
—¿Los educadores?
—Si, los educadores del centro de menores... —responde ella pensando que él lo sabía.
—¿Te criaste allí?, ¿por eso estáis tan unidos?
—Si, han sido mis hermanos, menos la Trini, a ella la conocí después en el curro.
—¿Cómo decidiste hacerte enfermera? —pregunta Jorge queriendo saber más de ella.
Estefanía se ríe.
—¡No soy enfermera!, soy auxiliar de geriatría, es distinto.
—Pensé que ...
—No, no me podía permitir eso, en cambio salió un curso de auxiliar en el paro y lo aprobé, en las residencias siempre hay trabajo, ¡pero quiero mucho a mis yayos, eh! —le aclara con una sonrisa.
—Imagino, bueno, ahora puedes hacer lo que quieras, ¿qué te gustaría?
—Te lo digo si no te ríes —le responde con timidez.
—¡Lo prometo! —concede él con seriedad.
—¡Me encantaría crear un refugio de animales callejeros!, para que vayan a comer o se puedan quedar indefinidamente, hasta que los puedan adoptar... —hace una pausa y bebe agua — ¡Pero no uno cualquiera!, uno en el que tengan muchos juguetes, distracciones y cariño, uno en el que no les falte de nada.
Jorge sonríe.
—Es un sueño muy bonito, ahora puedes hacerlo.
Estefi entonces deja de sonreír y se pone sería, triste, prefiere cambiar de tema.
—¡Termina el café que te quiero enseñar algo! —le dice animada de nuevo, poniéndose de pie.
Jorge termina el café de un trago y la sigue, la chica camina alegre, le coge la mano y lo guia hasta el mirador.
Se quedan mirándolo unos minutos, en silencio, Estefi sonríe y dice :
—¿A qué es precioso?
Jorge entonces la mira a ella y responde.
—Si, lo es.
Una llamada al móvil de él, corta el bonito momento.
—Lo siento, tengo que contestar, es importante —le informa mientras camina un poco por el mismo sitio que les ha llevado ahí, cuelga después de asentir varias veces — .Tenemos que volver, tengo una reunión en menos de una hora.
Estefanía asiente, comprendiendo que es importante.
Ya en la empresa, en la puerta de su despacho, se despide de él.
—Gracias por la comida, me ha gustado.
—A mi también —comparte él, antes de lanzarse y besarla suavemente, se quita despacio, mirándola a los ojos —.Hasta luego, Estefi.
—Hasta luego, Jorge.
Bárbara, al otro lado de su escritorio, aprieta el boli con la mano muy fuerte y furiosa.
—¿Sabes que este cuento de hadas durará muy poquito, no?, en cuanto nazca mi bebé no habrá lugar para ti, barrio bajera.
—¡Entonces será mejor que lo aproveche!, ¿no crees? —le responde Estefi con una sonrisa yéndose para no darle un bofetón, pero en el fondo sabiendo que tiene razón, un hijo es un hijo.
Son las nueve y media de la noche, y Jorge no ha ido a buscarla para llevarla de vuelta a casa, coge sus cosas, cierra su despacho y va a buscarlo ella.
Cuando llega se encuentra la oficina con las luces apagadas y cerrada con llave, confusa baja al primer piso y pregunta al de seguridad.
—¿No abras visto a Jorge irse no?
—Si, señorita, hará dos horas, con la señorita Bárbara —le responde este mirándola intrigado, sabe quién es y lo sucedido con su marido, como todos allí.
—Ok, gracias —se despide disimulando su malestar.
En otra situación hubiera llamado a Alfredo o pedido un uver, pero necesitaba despejarse y aliviar la tensión que sentía en el estomago, las mariposas no dejaban de moverse haciendo que se le revolviera todo.
Por desgracia, era de noche y en el largo camino no había farolas, así que tuvo que llamar a altas horas al chófer, Alfredo la encontró en medio de una calle oscura sentada en un banquito.
Estefi sube al coche, sin saludar, sería y cabizbaja.
—¿Está bien, señorita? —pregunta preocupado.
—No tengo ganas de hablar —responde ella solamente.
Al llegar a la mansión su abuelo la esperaba fuera, nervioso, se acerca a ella según baja del coche.
—¡Estaba preocupado, hija!, ¡te podría hacer pasado cualquier cosa!, ¡te podrían haber secuestrado!
—¡Anda tira!, ¿por qué me iban a secuestrar?, ¡eso solo pasa en las pelis, yayo!
—No, ya no estás en España, aquí si pasa y más si eres la heredera de mi fortuna, tienes que tener más cuidado y no volver sola a casa —la reprende Miguel con mucho tacto.
Estefanía piensa en ello mientras pica algo en la cocina, desde la comida no ha probado bocado y está hambrienta.
Su abuelo se acerca y le sonríe.
—¿Qué tal ha ido hoy?, quería comentarte algo.
—Dime, yayo —le dice mordiendo de nuevo un sándwich.
—He hablado con mi abogado, voy a renunciar a mi porcentaje de la empresa, así que eres libre, hija, puedes divorciarte si así lo quieres, y
e irte... —le informa con pesadez.