Saqué otra botella de vino del refrigerador. Estábamos embriagándonos con rondas sucesivas, una de vino, otra de cerveza.
La destapé, me disponía a servir…
—Dame eso —Dijo el viejo en forma de regaño mientras me rapaba la botella de la mano.
—Da tristeza verte servir eso. —Anuncio el viejo.
—¿Qué hago mal? —Pregunté.
—¡TODO! —Aseguró el viejo— Debes tomar la botella desde el cuerpo, no desde el cuello. Entre más cerca del culo, mucho mejor.
—¿Y eso para qué? —Pregunté ya con voz de indiferencia.
—Válgame Dios —Dijo el viejo haciendo un claro gesto de decepción—De haber sabido no te hubiera dejado entrar.
—Pero ya estoy adentro.
—Una lástima. Tienes suerte de haber traído algo decente. De lo contrario, te hubiera echado a patadas.
—¿Está seguro de ello? —Dije en tono desafiante.
—¿Te atreves a desafiarme en mi propia casa, hijo de puta? —Dijo el viejo sorprendido y extasiado. Quería seguirle el juego. Aunque parecía un viejo torpe y decrepito, no me podía fiar por su lastimera imagen.
—Si ofrecer algo de bebida es una forma de desafío. Sí, lo esto haciendo —Respondí plantándome firme frente a él.
El viejo me analizo con la mirada. Noté como sus ojos repasaban mi cara con detenimiento y no puede evitar imaginarlo en un interrogatorio. Seguro que sabía sacar todo lo que necesitaba o quería.
—Eres obstinado, eso es bueno… —Dijo por fin el viejo mientras llenaba las copas. Había ganado esta vez.
—Ésta postura es una muestra clara y evidente de elegancia y experiencia. Esto último es muy importante. Además, está el primer trago. Tiene que ser largo y tendido, eso demuestra seguridad y convencimiento, además de respeto a los acompañantes.
—Tomo nota
—Los de sorbitos. Esos hijos de puta merecen la pena capital —Aseveró el viejo mientras tomaba el primer trago de aquella ronda. Como lo explicó, largo y tendido.
—¿Así de importante es la bebida? —Pregunté
—Aun más.
—¿Y qué hay de la escritura?
—También, pero no tanto. Sin la una, no hay la otra.
—¿Qué hay de malo con los sorbos cortos?
—Es ruidoso, molesto. Son tímidos, inseguros, unos cobardes, y yo puedo tolerar muchas cosas, menos un maldito cobarde. El mundo está plagado de ellos.
—Y usted no es un cobarde
—Claro que no
—¿Cómo lo demuestra? —Dije intentando provocarlo.
—Porque no tengo miedo al asegurarlo —Su respuesta fue contundente.
—¿Carece usted de miedo?
—Por Dios. Claro que no.
—Explíqueme eso, Hank.
—¿Qué me da a cambio?
—¿Qué desea?
El viejo caviló…