Una Cuarentona en Cuarentena

Capítulo 2

Mi nombre es Josefa, pero me dicen Pepita. Tengo 43 años, 19 años de matrimonio con González de 42 (bueno, así le digo, por su apellido) y la Pili, mi hija de 17.

Mi matrimonio ha tenido altos y bajos, como todos los matrimonios, pero dentro de todo, amo a ese tobogán de piojos (le queda poco pelo al pobre). Es un hombre maravilloso, excelente esposo, padre, amigo, amante, etc. Tiene un sentido del humor único que hace que me enamore de él cada día…..o al menos eso creía antes de que hubiera cuarentena.

Y es que la pandemia nos cambió la vida a todos. Antes la gente anhelaba tener días festivos para ir a descansar a sus hogares y estar con la familia y ahora lo único que quieren es volver a trabajar para no terminar matándose unos a otros en casa. Como dice el dicho: “No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos”. Perdimos la oportunidad de relacionarnos libremente con otros, de abrazar a los que no están a nuestro lado, de ver nuestras caras y hablar sin tener que tapar nuestras expresiones. La cordura se va escapando de a poco por entremedio de nuestros dedos como si fuera agua, sobre todo cuando aquellos que están junto a ti te lo hacen difícil.

Para mí, cada día es especial…..una aventura quizás? Lidiar con un despistado en una cosa. Lidiar con dos eleva mi cuota de estrés a niveles insospechados.

Al principio, quise verle el lado positivo a esta nueva forma de vida. ¡Qué rico!, tener a mi esposo y a mi hija en casa nos daba la oportunidad de pasar tiempo juntos y afianzar los lazos familiares, y créanme, así es, salvo que no hay día en que el parcito no me haga pasar por una montaña rusa de emociones. Con ellos me río, me enojo, lloro, disfruto, amo, gozo……y me estreso. ¡Por Dios que me estreso!

 Mi día parte despertándome muy temprano. Digo despertándome, no levantándome. Como les dije, vivo en el campo y la vida es calmada. Vivo en el campo, pero no una vida campestre, es decir, aparte de mi esposo, mi hija y mis dos chihuahuas, no hay más animales de los que hacerse cargo, por ende tampoco hay mucho que hacer en cuarentena, salvo ver un montón de series, navegar por la red, preparar las comidas y mantener el aseo. Esto último, toda una guerra.

El campo es aire puro, un entorno rodeado de cerros y montañas, árboles, ríos, lagos, y mucha lluvia, al menos donde vivo. Y la lluvia llama al barro, y zapatos con barro + piso recién limpio = enojo titánico.

Mi casa es grande, al menos para 3 personas, y eso hace que limpiarla me lleve unas horas, pero al joven al parecer, le gusta verme como Esperancita, la maldita criada. No hace más que entrar a la casa y por arte de magia se olvida sacarse los zapatos y ponerse pantuflas para no ensuciar, y eso que se las dejo justo frente de la puerta de entrada. Es lo primero que ve al entrar. Pero no, ha estado un par de horas cortando leña afuera y el muy infeliz se aguanta las ganas de mear así que cuando entra, siempre es la misma excusa.

-¡Después me cambio, voy al baño y vengo!- y ahí se va…..dejando terrones de barro tras cada pisada que da hasta el maldito baño, al que después entro y encuentro peor que chiquero de chanchos. ¡Así cómo me va a durar el aseo! Lo único que me dura es el enojo que ni Krosti el payaso me saca.

Y su placer por dejarme trabajo es único. No hay día que el muy muy, no disfrute de sus momentos de soledad. ¡AH! Porque él SÍ tiene sus momentos de tranquilidad y soledad, momentos que aprovecha para ponerme los cuernos con el refrigerador y la despensa. Cada noche a escondidas va a la cocina después de que mi hija y yo nos acostamos, y saborea cada pieza de salame que encuentra, besa con pasión una cerveza helada y acaricia con lujuria paquetes de papas fritas y maní que sacian su sed y hambre nocturna. Y no conforme con eso, como si de un amante descuidado se tratase, deja atrás los rastros de ese sucio amorío, llámese, botellas, envases, pocillos, fuentes, etc, para que la tonta que lava y plancha limpie su mugre al otro día.

-¡Por la flauta, González! ¡Cuántas veces te he dicho que recojas y limpies si vas a hacer desmadres alimenticios!- digo furiosa.

- ¿Cuándo me dijiste? - Cuándo me dijiste, cuándo me dijiste… ¡Hay que ser muy caradura!

Aunque pensándolo bien, le creo que no me haya prestado atención cuando se lo dije, porque es así con todas las cosas, o escucha la mitad de lo que digo, o escucha mal, o de plano ni siquiera me escucha.

El otro día me preguntó cómo preparar huevos a la copa. Yo no los preparo nunca porque siempre me quemo los dedos o se me pasan del tiempo, pero igual le dije a mi peladito cómo se hacían. Debo reconocer que dudaba al ciento por ciento que fuera capaz de siquiera saber cómo funciona el timer de la cocina, cuánto más dudaba de que preparara los famosos huevos de manera exitosa. Estaba segura que no me había puesto atención en absoluto y que al final los pobres huevos iban a terminar o crudos o duros. Los minutos que estuvo en la cocina sufrí….y mucho. Solo por si acaso tenía en mis manos el extinguidor y el número de los bomberos en caso de emergencia, pero grande fue mi sorpresa cuando, como si estuviera espiando en territorio enemigo en plena guerra, me asomo en la cocina y veo al señorito sentado comiendo sus famosos huevos. Les resultaron. Me dio envidia debo decir.

De ahí en adelante cada domingo en la mañana, para el desayuno se prepara de manera perfecta y sin fallar jamás sus dichosos huevos, y se pavonea delante de mi sacándome encara algo que él puede hacer y yo no.



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En el texto hay: humor, anecdotas, humor familia amor

Editado: 30.06.2020

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