Ji-eun no dejaba de hablar, con una verborrea dulce y afilada como navaja de cerámica.
—Espero que su vuelo no fuera demasiado agotador. A veces, los asientos estándar son tan… estrechos, ¿no le parece? —preguntó, ladeando la cabeza con fingida inocencia—. Para algunas constituciones, debe ser toda una prueba.
Valentina, mirando por la ventana el paisaje urbano de Seúl, contuvo un suspiro.
—Fue acceptable, gracias.
—¡Qué bien! —trinó Ji-eun—. El señor Kim insistió en que nos aseguráramos de que estuviera cómoda. Ha reservado una suite ejecutiva para usted en el hotel. Son las más espaciosas. Pensó que… bueno, que lo agradecería. —Hizo una pausa significativa—. A veces los hoteles de la ciudad no entienden las necesidades de… los clientes de talla internacional.
Valentina apretó la mandíbula. "Talla internacional". El eufemismo era casi cómico.
—No era necesario tantas molestias —respondió, manteniendo la voz neutra.
—¡Oh, para nada! Es nuestro placer. Además, después de una reunión tan… intensa… uno necesita descansar y reponer fuerzas. —Ji-eun bajó la voz como si compartiera un secreto—. Le he tomado la libertad de reservar una cita en nuestro spa hotelero. Tienen tratamientos maravillosos para la circulación y para… well, para reafirmar. Muy populares entre ejecutivas con… una vida tan estresante.
El coche se detuvo frente al lujoso hotel. Ji-eun se bajó ágilmente y se dirigió al conductor con una ráfaga de coreano. El hombre asintió y abrió el maletero. Ji-eun señaló la maleta de Valentina, una pieza robusta y cara de equipaje.
—Ah, y no se preocupe por su equipaje —dijo, dirigiéndose de nuevo a Valentina con esa sonrisa de hielo—. Nuestro conserje es muy fuerte. Él se encargará de subir su… extenso guardarropa. No queremos que se fatigue.
Valentina sintió que la sangre le golpeaba en los oídos. Cada palabra de Ji-eun era un alfilerazo perfectamente colocado, envuelto en una capa de falsa solicitud. No podía quejarse sin parecer paranoica o grosera. La secretaria coreana era una maestra en el arte de la humillación cortés.
Al dirigirse al mostrador de recepción, Ji-eun la siguió como una sombra perfumada.
—Para la cena, el restaurante del hotel tiene una opción de buffet muy variada —comentó, señalando un folleto—. Muy… completa. Pero si prefiere algo más… controlado, también tienen un menú de ensaladas excelente. Light. Para mantenerse ágil.
Valentina se volvió lentamente para enfrentarla. Los ojos de Ji-eun seguían sonriendo, pero desafiaban. Era la guardiana de un mundo delgado y perfecto, y Valentina, con su cuerpo y su éxito recién ganado a pulso, era una intrusa que debía ser recordada su lugar.
—Señorita Ji-eun —dijo Valentina, con una calma que sorprendió incluso a ella misma—. Agradezca al señor Kim su… meticulosa atención al detalle. —Hizo una pausa, dejando que el silencio cargara el aire—. Y en cuanto a la cena, no se preocupe. Después del día que he tenido, tengo un apetito considerable. Prefiero el buffet. Necesito energía para la reunión de mañana. —Dejó caer las palabras "apetito" y "energía" como guantes—. Después de todo, no se negocia con un tigre hambriento con una ensalada.
La sonrisa de Ji-eun se congeló por fin. El destello en sus ojos se apagó, reemplazada por un parpadeo de confusión. No esperaba que la devolviera el golpe.
—Claro —murmuró, recuperando la compostura—. Como desee.
Valentina tomó la llave magnética de la recepcionista.
—No es necesario que me acompañe más. Ya ha sido de… mucha ayuda. —La mirada que le lanzó era tan fría y afilada como el cristal de la sala de juntas—. Espero que el señor Kim esté tan bien preparado para la reunión de mañana como usted lo ha estado para recibirme. Buenas tardes, señorita Ji-eun.
Sin esperar respuesta, Valentina giró sobre sus tacones y se dirigió hacia los ascensores, sintiendo por primera vez desde que había salido del despacho de Visconti que, a pesar de todo, aún llevaba puesta la armadura. Estaba abollada, pero intacta. Y ahora, también sabía cómo devolver el golpe.
La suite era, como había prometido Ji-eun, espaciosa. Demasiado. Un vasto salón de muebles de diseño minimalista que parecían gritar su precio por cada fibra de cuero y cada veta de madera pulida. Valentina dejó caer su maleta con un golpe sordo que resonó en la emptiness. La puerta se cerró a sus espaldas, aislando el zumbido del mundo exterior y el eco de las palabras envenenadas de la secretaria coreana.
Se quedó de pie en el centro de la habitación, respirando. El olor a limpio, a flores caras y a nuevo, le revolvió el estómago. No era cansancio lo que sentía, era otra cosa. Una rabia fría, densa, que se había estado acumulando desde el momento en que la mirada del señor Kim se había posado en ella con desdén. La había comprimido, pulido y endurecido durante el vuelo, en la reunión, en el intercambio con Ji-eun. Ya no era un cable de alta tensión. Era una barra de acero.
Su mirada recorrió la suite impecable, el bar bien surtido, la frutería con manzanas perfectas que parecían de plástico. Todo era lujo, control, perfección superficial. La misma que Visconti exigía en un informe sin manchas. La misma que Ji-eun encarnaba con su traje pastel y su sonrisa de hielo. Un mundo diseñado para negar cualquier imperfección, cualquier humanidad excesiva, cualquier… hambre.