Eran las once y media cuando salí de mi cuarto, Jesy estaba profundamente dormida así que no hubo problema al escaparme. Los pasillos estaban todos oscuros y el sonido de mis zapatos hacía eco en el solitario camino, tuve que caminar más despacio para evitar que sonaran tanto.
La azotea quedaba lejos de mi habitación, tenía que pasar por todas las habitaciones de las chicas de tercer curso y de quinto antes de poder ver la puerta que daba a la azotea. Al llegar me asegure de que no hubiera nadie y no sé si fue mi imaginación jugando con la oscuridad, pero me pareció ver un par de ojos escondidos, pero al parpadear no había nada, así que lo deje ir.
Subir a la azotea no era tan difícil, pero mis manos temblaban y eso hacía que los barrotes de la escalera se me resbalaran.
Al final logré subir sin caerme y salí al frío viento de Londres, las estrellas brillaban con fuerza y los búhos cantaban de su manera lúgubre habitual. Pero además de eso estaba sola, vi todo el techo y no había rastro de Jade, así que decidí esperarla unos minutos nada más.
Me acerque a la orilla y me puse a ver el bosque, todo se veía tan lejos, pero a la vez lo podía sentir tan cerca. La libertad estaba justo ahí abajo, y yo no podía alcanzarla. Así que deje que el viento me contara historias de amores perdidos mientras las estrellas me hacían sentir enfocada, como si miles de personas se hubieran juntado solo para verme, y sin pensarlo cante en voz baja.
Pero callé al escuchar la trampilla cerrarse, rápidamente me volteé y vi a Jade de pie frente de mí, su ropa se basaba en un short corto y una blusa de mangas largas algo grande para su delgado cuerpo, su cabello caí desordenado por sus hombros y sus ojos lucían somnolientos.
—Hola —ella dijo con una pequeña sonrisa nerviosa.
Y no sé por qué pero Jade parada ante la luz de las estrellas lucía tan indefensa y tan hermosa.
No, no pienses eso Perrie.
—Hola —susurré de vuelta.
—No pensé que vengas, pero aquí estas. —sonrió de una manera que le hacía ver tan insegura, tuve que apartar mi mirada. Jamás la había visto así de tierna.
—Sólo vine para saber a qué te referías, eso es todo.
Por alguna extraña razón nuestras voces no pasaban de susurros, era como si no quisiéramos que nadie se enterara de esto, o como si no quisiéramos quitarle la calma a la naturaleza.
—Perrie… No sé cómo decir esto sin que me odies pero…—se calló por unos momentos y pude ver su mirada nerviosa, entonces cerró los ojos y suspiro—. Pensé que era obvio, al menos para ti, no es fácil ser la rara a la que le gustan las mujeres y tener que ver como los demás te burlan por eso, ver cómo te quedas sin amigos y volverte una infeliz de mierda. Pero llegaste tú y aún seguías sonriendo, me dieron celos porque todo en ti gritaba “amor, felicidad…” Tienes amigas de verdad y yo sólo no podía con eso. —abrió los ojos y vi sinceridad en ellos, para esto entonces mi corazón iba a mil—. Tenía celos de no poder ser feliz como tú, por eso inventé ese rumor, por eso me junte con Sandy, porque no podía soportar verte feliz… Pero entonces me di cuenta de que esos celos eran porque yo no estaba contigo, porque yo no te hacía reír o te hacía sentir segura. Y esto es tan nuevo para mí cómo para ti.
Nos quedamos en silencio, ella no dijo nada más y yo no sabía que decir, todo esté tiempo, esté maldito año, ¿ella estaba celosa de mí…? Ella fue la que inicio con toda la mierda de mi vida y… ¿viene y me dice que era por qué le gustaba?
—Jade, no me gustas.
—Lo sé, ¿quién puede sentir algo por la persona que la hace sufrir? Eso es enfermo. Sólo que yo ya no puedo más con esto, estuve un año haciéndote sufrir y cada vez me dolía más… Soy una tonta, Perrie, pero estoy harta de serlo contigo.
Sus palabras taladraron mi mente, pero sobre de todo, mi corazón. Una sensación recorrió todo mi cuerpo al verla con los ojos puestos en mí, con una mirada que pedía perdón a gritos, y por una extraña razón, le creía.
— ¿Eras tú? —le pregunté.
— ¿Yo?
—La de las cartas…
Sus ojos se encendieron de la nada, ya no había rastro de sus sinceras emociones, ahora sólo había algo indescifrable.
—Algún día te diré esa respuesta —susurró. Supuse que la mirada en sus ojos era por pena.
Hubo un silencio, un largo silencio sobre de nosotras, hasta que por alguna extraña razón mis pies avanzaron hasta ella y mis brazos la envolvieron. Ella se volvió débil y empezó a llorar, en ese momento sentí mi corazón en dos.
Por mucho que ella me haga daño, ¿a quién le gusta ver a una persona fuerte derrumbarse en tus brazos?
—Lo siento. —Lloriqueó en mi hombro—. Siento haberte hecho daño en lugar de afrontar mis emociones.