Una en un millón.

Trato hecho.

— Quiero decir, ¡no!

Los ojos del abogado se posan en mi con severidad.

— ¿Cómo qué no?

— ¡No! No quiero casarme con él.

Cruzo los brazos sobre mi pecho pero me doy cuenta que estoy transmitiendo una imágen infantil y poco madura por lo que las coloco en forma de puño sobre la mesa. Con una ceja levantada Frank observa mi ademán, luego a mi.

— Increiblemente coincido con ella — comenta Roser desde la puerta. — ¿Cómo se te ocurre tal idea?

— ¿Qué le hizo cambiar de parecer, señorita Valls? — me pregunta el abogado ignorando la pregunta del chico.

— ¿Cómo?

— ¿No es usted fan de Roser Murphy? — Incrédula repaso las palabras que había dicho hasta el momento y cuál de todas fue la que lo dejó suponerlo. — No se preocupe, señorita. Por suerte existen las redes social.

Frank Glem abre la computadora portátil que se encuentra en medio de su escritorio. Roser, quién había actuado como una sombra hasta el momento, se acerca a paso rápido hasta el abogado para poder ver lo que hacía en internet. Frank, con la rapidez de un anciano, teclea unas letras las cuales supongo son las de mi nombre. Al cabo de unos segundos, los dos levantan la vista al unísono para enseguida meterse de lleno en la pantalla. Los ojos de Roser sobresalen cada tanto por encima de la pantalla. La luz de la misma le cambia las facciones del rostro. Por un momento, la verguenza me envuelve. No sé que están viendo, ni cualés de los más tontos tweets están leyendo. De improviso, Frank cierra la pantalla de golpe lo cual provoca que Roser salte hacia atrás.

— Bien. Por lo que veo tienes buena influencia en las redes.

— Sólo en Twitter.

Frank pone los ojos en blanco: — Si, es una red social, es lo mismo. La cuestión es que resaltas la buena imágen de Roser, y eso es una influencia en las demás personas. Todos parecen creer lo que dices aunque no siempre es la verdad.

— ¿A qué se refiere?

Por un momento creo ver verguenza en las ojos de Roser, aunque la posibilidad es mínima, más aún después de todo lo que había presenciado.

El abogado se pone de pie mientras se abrocha la chaqueta nuevamente. — Verás. Hay cosas que no son como ustedes los fans lo ven. La única relación que ustedes tienen con ellos es alguna entrevista o video músical. Algún encuentro en la calle, pero ¿qué tan bien pueden conocer a una celebridad en unos segundos? — Hace una pausa esperando por una respuesta que nunca llega. Absorta en mis pensamientos, empiezo a sentir miedo. No miedo por mi presente, sino por mi pasado. ¿Es todo una mentira?

— Tampoco es tan así, Frank — comenta Roser de imprevisto.

— ¿Lo qué no es tan así? — contraataca sin voltearse. Sus manos apoyadas en el escritorio. Su rostro a pocos centímetros de mi.

— Me estás haciendo quedar como un monstruo.

Finalmente voltea la cabeza, luego se yergue hasta enfrentarlo por completo. Roser da un paso hacia atrás.

— ¿Un monstruo? ¡Por favor, Roser! ¿Acaso tienes problemas de mostrarte tal cual eres frente a una de tus fans? ¿Las cosas cambiaron ahora que pasó de ser una persona cualquier a ser tu fan?

Traga saliva antes de responder: — La verdad que si. Cambian un poco las cosas, ¿no crees?

Me pongo de pie. — ¿Cómo que cambian un poco las cosas? ¿Acaso tienes derecho a tratar mal a todas aquellas personas que no son tus fans?

— No es eso lo que dijo — interviene Frank al ver como Roser queda sin palabras.

— ¿No?¿No dijo eso? Bueno, disculpen por estar quedando sorda — comento con un toque de sarcasmo en la voz.

— ¿Y si es eso qué? — dice Roser para mi sorpresa. — Los fans son la razón por la que estoy aquí. Las personas comunes no lo son, ¿por qué debería preocuparme por tratarlas bien?

Incrédula me alejo del escritorio. — ¡No lo puedo creer! ¿Te estás escuchando a ti mismo?

Furiosa, camino hacia él con el dedo índice a la altura de su pecho. No llego a tocarlo pero, por un segundo, luce apenado aunque su porte cambia en un segundo. Da un paso hacia atrás mientras me observa de forma despectiva. Transformo mi mano en un puño, en un intento de disipar mi furia. El hecho de que había gastado diez años de mi vida en esta persona me revuelve el estómago.

— No lo haré. No quiero tener nada que ver con él. Yo...

— Ahí está la puerta — se adelanta a responder el abogado con una sonrisa maliciosa en el rostro. No me detengo a pensar que puede eso significar eso por lo que me alejo a paso decidido, tomo el pomo de la puerta y la abro. Para mi sorpresa, del otro lado de la misma, dos policias vestidos completamente de azul esperaban impasibles.

Me volteo. Roser está tan sorprendido como yo, por lo que me da a entender que no estaba enterado de esta parte del juego. Mientras tanto el abogado seguía con su sonrisa burlona en el rostro. Levanto las cejas, me encogo de hombros y estiro los brazos hacia afuera.

                                                       εїз

Me encuentro en una habitación pequeña y helada en la parte de abajo de la sección de policías de la ciudad de Rimini. A mi izquierda una cama con un colchón delgado de gimnasia estaba intácto. A mi derecha un pequeño escritorio completamente despejado. A los pies de la cama está el inodoro amarillento y sucio. El mismo despedía un hedor el cual era una tortura. No sé cuánto tiempo llevo aquí. Me duele la espalda baja, el trasero y las rodillas de estar sentada en la misma posición tanto tiempo. No se escucha ningún ruido a mi alrededor, suficiente razón para sospechar que no era una celda común y corriente. Puede que sea una sala intermedia como un purgatorio, o la sala de espera antes de entrar al juzgado.

Como no tenía nada para hacer, me dispuse a observar mi alrededor: suficientes métodos de tortura. La definición de tortura figura como castigo físico o síquico infligido a una persona con el fin de mortificarla o para que confiese algo. Allí no había nada como para lastimarse físicamente pero si suficientes cosas para volverse loco: una gotera que era imposible detener, ratones que amenazaban por entrar por cualquier espacio pequeño, y por supuesto, nuestra mente, llena de invensiones e historias.




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