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Cuando le dieron el alta, Karlo regresó a trabajar. Aun con la visión disminuida, en cuestión de días estaba como pez en el agua.
Yo lo llevaba y recogía para evitar que manejara pero él no estaba conforme. Lo acompañaba hasta la puerta de su oficina y me quedaba un rato sentada afuera hasta que salía y pedía que me marchara. En la jornada laboral le hacía de 5 a 10 llamadas para saber si estaba bien pero solo conseguía impacientarlo.
Cuando me quedaba en casa tenía miedo de que sonara el teléfono y me dijeran que había convulsionado y estaba lastimado. Por mi cabeza pasaban las peores imágenes.
De nuevo me habló con firmeza y pidió que lo soltara un poco; dijo que no tenía miedo y estaba contento, se sentía bien después de tanto tiempo y los retos en el trabajo lo motivaban.
Dejé de llamarlo pero pedí a una compañera suya y amiga mía, que me tuviera al tanto de cualquier detalle. Él se enteró y me sugirió que la dejara trabajar. Dijo que ya tenía tiempo para llevar a la bebé a estimulación y eso me mantendría ocupada.
Nos mudamos de casa, pagamos nuestra deuda e invitamos a cenar a los amigos de Cd. del Carmen que nos habían prestado dinero.
Mi madre cocinó Filete Mignón y puré de papa para nuestros invitados y pasamos una noche agradable, parecida a las de antes. A todos decíamos que Karlo estaba mejorando y no entrábamos en detalle de lo que en realidad vivía.
De nuevo éramos un matrimonio joven con una hija y convivíamos con gente de nuestra edad.
Volvió un poco de normalidad. Gracias a la estimulación, Ale no sólo caminaba sino corría. Incluso pude retomar mi vida laboral por unos meses.
En la siguiente cita el tumor seguía igual, no disminuía pero tampoco crecía y eso era una excelente noticia.
Terminó ese año, el 2000.
A principios del 2001 en una nueva cita, nos indicaron que el tumor estaba igual.
Como medida de apoyo alternativo, rentamos en la Cdmx una cama magnética en la cual Karlo debía permanecer media hora cada mañana con piedras e imanes en diferentes partes del cuerpo. También por recomendación, conseguí uña de gato, cápsulas de víbora y otras pastillas llamadas Fadon para ayudar a detener las células tumorales. Dentro de la alimentación naturista no podían faltar berros, berenjena, brócoli, espinacas, perejil y otras hojas verdes, todo crudo. El cuerpo de Karlo ya no producía sodio así que debía tomar de por vida, además de hormonas, cápsulas de sal. Al evitar desvelos, alcohol, stress y seguir al pie de la letra su tratamiento, logró sentirse si no al 100%, bastante mejor.
Convulsionó muchas veces más pero por fortuna ocurrió mientras estaba acostado descansando o bien por las noches cuando dormía. Aprendí a reaccionar rápido y opté cada vez por seguir el procedimiento, voltearlo, meterle el trapo en la boca, cuidar que no se cayera, cerciorarme que respirara y prometerle que recordaría todo poco a poco. En algunas ocasiones despertaba hasta el día siguiente así que luego del caos velaba su sueño y evitaba comentarle lo ocurrido pues consideraba que era mejor que no se enterara. Estaba agradecida con Dios de que nunca lo hubiera visto otra persona además de mí.
En una ocasión, Ale se cayó de la cama y se golpeó la cabeza. Mientras atendía a mi bebé, vi a Karlo hincarse y hacer un trato con Dios, a él podía ocurrirle lo que fuera pero deseaba que su hija siempre estuviera bien.
Los siguientes meses, en cada visita a la Cdmx, retomamos los recorridos a lugares de interés o íbamos a partidos de fútbol en el estadio Azteca, mi mamá, su esposo, algunas veces Lety, nuestra bebé y Gerardo. Todo un grupo.
En el trabajo propusieron a Karlo para un ascenso y asumió las responsabilidades del nuevo cargo mientras se consolidaba la plaza.
Las esposas de los señores que ocupaban esos puestos, pertenecían a un grupo de Damas Voluntarias de no me acuerdo qué y se la pasaban organizando desayunos benéficos, loterías, rifas, cenas elegantes y obras de caridad. Me agregaron a su selecto grupo y asistí a varias reuniones bastante divertidas. Las señoras parecían contentas, hablaban de los viajes fuera del país con sus esposos, de sus hijos adolescentes o universitarios y de otras cosas que para todos eran normales pero que para Karlo y para mí no lo habían sido. Desee tanto que la salud de él se estabilizara y pudiéramos llevar una vida así de común.
Los domingos Karlo iba a la iglesia a escuchar misa. Yo prefería no acompañarlo porque me costaba entretener a Ale así que me quedaba en casa con ella.
Él amaba a Dios profundamente, su formación era católica pero era un cristiano librepensador. Decía que para creer en ÉL no era necesario rezar todo el día o estar cada tarde en la iglesia. Aseguraba que Dios estaba presente incluso cuando la gente convivía en una reunión con sus amigos, tomando una o dos cervezas y sin hacer daño a nadie. No le gustaban los ritos ni el exceso de oraciones sin embargo se confesaba y comulgaba.
En una ocasión tardó 2 horas en volver y yo ya estaba nerviosa e histérica. Cuando llegó me contó que después de la misa, los invitaron a rezar un rosario, unas oraciones de sanación y algunas alabanzas. Admitió que se sintió desesperado de hacer algo repetitivo y le pareció una pérdida de tiempo. Cuando venía de regreso reflexionó y se dio cuenta de que prefería estar con su esposa y su hija pues Dios también estaba ahí.