De forma inesperada, la mañana de mi coronación me sentí tranquila. Sabía que tendría que afrontar cientos de extraños, pero ya lo había hecho para la boda así que sabía que era capaz de hacerlo de nuevo. Aunque la celebración por mi coronación sería diferente a la boda. Ya no asistirían solo humanos, la fiesta sería pública en las calles de la ciudad. Después de ser coronada, realizaría una clase de desfile para que todos pudieran ver a la nueva reina, la celebración continuaría todo el día y concluiría con fuegos artificiales en la noche. Jamás había hecho una fiesta de cumpleaños y pensar que ahora iba a haber toda una ciudad celebrando por mí me causaba cierto orgullo. Por primera vez en mi vida me sentí especial.
Me cercioré de estar impecable más de diez veces antes de salir de mi habitación, Kyra me acompañó a la antesala del salón donde sería coronada y ahí aguardamos pacientes por instrucciones.
Cuando por fin fue momento de comenzar, aparté los pensamientos negativos de mi cabeza, bien o mal, este día era mío e iba a disfrutarlo. Entré al salón de la forma más solemne posible y vi a mi esposo al otro extremo aguardando por mí; esta vez, Esteldor llevaría la ceremonia y no el oficiante. Caminé hasta donde él se encontraba y me incliné.
—He aquí Encenard, sus riquezas y su fuerza. Un pueblo justo, necesita un líder justo. Un pueblo fuerte, necesita un líder fuerte. ¿Serás fuerte y justa? ¿Afrontaras con entereza la responsabilidad que te confiero? ¿Entregarás tu vida a esta tierra?
La voz del rey hizo eco en las paredes, tan sepulcral era el silencio del recinto.
—Me comprometo a eso y más.
Esteldor sacó de un cofre de madera una corona similar a la suya, pero más pequeña. La colocó sobre mi cabeza y los presentes comenzaron a vitorear. Me puse de pie, la gente guardó silencio e hizo una reverencia, sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Ahora era una reina.
Esteldor me tomó la mano y me llevó con él mientras los presentes comenzaban la celebración. Caminamos hacía un pequeño salón al sur del castillo, no poseía mobiliario, solo un ventanal que daba a un balcón de gran tamaño.
—Desde aquí se ve la ciudad de Encenard. Asómate y conoce a todos aquellos que esperan verte.
Esteldor besó mi frente. Unos duendes abrieron las puertas del ventanal y el ruido de cientos de voces inundó la habitación. Caminé fuera y me quedé sin aire, hasta ese momento todas las ventanas por las que me había asomado daban a jardines, pero esta tenía una vista completa de la bella ciudad.
Encenard era hermoso, parecía salido de un cuento de hadas y por un segundo dudé que fuera real. Ahí parada podía avistar desde el patio de recepción del castillo hasta el comienzo del bosque, una gran calle adoquinada atravesaba la ciudad de sur a norte, de ella nacían el resto de las calles como afluentes de un río. Habían infinidad de jardineras, fuentes y pequeñas plazuelas regadas entre las modestas casas y comercios de madera.
En cuanto salí, los gritos se intensificaron, varias personas y duendes ondeaban banderas con el escudo de Encenard mientras otros batían sus palmas con entusiasmo. Me inundó una mezcla de alegría y vanidad, todos me celebraban a mí. Contemplé el espectáculo estupefacta durante varios minutos, me era imposible separarme de ahí y los gritos y cantos no disminuían. No recordaba la última vez que había sonreído con tanto entusiasmo; súbitamente los gritos aumentaron, y al voltear vi a Esteldor a mi lado.
—Es increíble, ¿no te parece? —preguntó con irritable superioridad en la voz.
—Jamás había vivido nada parecido —admití.
Él tomó mi mano. En ese momento su contacto no me molestó, me sentí unida a él pues de cierto modo ambos compartíamos un vinculo especial, solo nosotros podíamos saber lo que se sentía estar parado ahí y ser celebrado por tanta gente.
Salimos del castillo, una carroza sin techo adornada con flores me esperaba, subí y Esteldor subió tras de mí. Comenzamos a avanzar hacia la ciudad, por primera vez desde que había llegado vi el castillo completo desde fuera. Era una construcción tan bella e imponente como lo era por dentro. El castillo estaba hecho de cantera color durazno con hermosos vitrales de colores. Estaba rodeado de jardines, al norte los jardines eran tan extensos que no se podía ver más allá, pero al sur había un patio a la entrada con un caminito de piedras rosas que daba a la salida a la ciudad. Cuando se abrieron las rejas de entrada para dejarnos pasar los engranes hicieron un escándalo ensordecedor. En las rejas estaba montado el escudo de Encenard por ambos lados. Pasando las rejas había un pequeño puente, el castillo se encontraba rodeado no solo de un muro del mismo color de cantera sino que por fuera lo rodeaba un angosto río.
Entramos a la ciudad, a nuestro paso los súbditos aventaban flores, aplaudían, gritaban o cantaban. Había gente que se asomaba desde sus ventanas y algunos incluso lanzaban listones de diversos colores para darme la bienvenida. Yo sonreía y saludaba a mi paso, Esteldor se encontraba con la cabeza recargada sobre la palma de su mano aunque también le sonreía a sus súbditos. Recorrimos las calles principales de la ciudad durante casi una hora, las casas de madera eran tan variadas en sus formas como lo eran en sus tamaños, algunas eran realmente pequeñas, con ventanas y puertas enanas, otras eran de varios pisos, algunas eran altas, pero ridículamente angostas. Parecía que no había ningún estándar arquitectónico para construir las casas. Era el mismo caso con las tiendas, algunas tenían grandes y espaciosos aparadores, y en otros parecía que uno debía hincarse para entrar. No fue difícil adivinar que la diferencia en los tamaños de las construcciones se debía a la diferencia de tamaños entre los habitantes de la ciudad, cada quien construía de acuerdo a sus necesidades de espacio.
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Editado: 01.08.2022