Desperté casi a las diez de la mañana, aún me sentía cansada, pero la estridencia de los tambores y la incomodidad del sillón me hizo imposible dormir más. Esteldor ya no se encontraba ahí, Kyra me explicó que el rey no había dormido ni dos horas cuando tuvo que ir a apaciguar a la muchedumbre histérica que se amontonaba fuera del castillo. Me sentí culpable, era mi obligación estar haciendo lo mismo.
Me acicalé lo más aprisa que pude y me dirigí al Salón de la Reina. No había nadie, el castillo estaba desierto. Decidí asomarme a la ciudad por el balcón del sur y ver qué sucedía afuera.
En cuanto abrí las puertas el ruido de cientos de voces mezcladas con la sonata de guerra de fondo inundó la estancia. Al asomarme vi un gran gentío aglomerado fuera del castillo y a varios duendes de la guardia haciendo una valla para impedir su paso. Los seis caballeros se encontraban detrás de los guardias y gritaban a todo pulmón:
“¡Vuelvan a sus casas!”
“¡Es una orden del rey Esteldor! ¡Conserven la calma!”
“¡Cualquiera que irrumpa el orden será sancionado!”
No entendía por qué estaban impidiendo el paso al castillo, eso solo provocaría más inseguridad en la gente. Debía hablar con Esteldor. Entré al castillo y recorrí las estancias en busca de mi esposo, noté que las puertas del salón de bailes estaban abiertas, me asomé y vi a Esteldor sentado sobre el suelo al centro del salón con la cabeza metida entre los brazos.
—¿Qué te ocurre? —pregunté.
Esteldor alzó la mirada al escuchar mi voz, se veía exhausto. Parecía falto de vida e incluso su ropa lucía gris, ni siquiera sus anillos y alhajas le lucían.
—Los odio, los odio a todos. Ya no soporto esta situación. Todos son tan necesitados… siempre pidiendo algo… siempre demandan tiempo y protección. No puedo continuar. Si no fuera por ellos podría vivir en paz —la amargura se desbordaba en su voz.
—No te creo —rebatí con severidad—. No te creo, ellos te interesan, cada uno es importante para ti y quieres protegerlos. Lo sabías bien el día que les diste refugio: era un compromiso para el resto de tu vida y aún así los rescataste. No te engañes a ti mismo, quieres lo mejor para todos y jamás dejaras que nadie les haga daño, ni siquiera te lo tienen que pedir, tú siempre los vas a proteger. Además, tú también necesitas a esas personas, vivir con Morgana rodeados por duendes no era suficiente, querías gente como tú a tu alrededor. Estabas muy solo antes de su llegada y sabes que, aunque te causen problemas, no quieres vivir sin ellos.
Esteldor me observó atónito, él no imaginaba las cosas que yo había llegado a deducir.
—Ya veo que has estado indagando más sobre mí… tengo súbditos muy chismosos al parecer —guardó silencio mientras tomaba aire, parecía reflexionar—. No tiene importancia… todo lo que dijiste es cierto. Sin importar cuánto me exasperen en el fondo los necesito; amo a todos y cada uno de mis súbditos, incluyendo a los duendes —suspiró mientras clavaba la mirada en el techo—. No sé porque jamás lo admito en voz alta. Nunca se lo había confesado a nadie.
—No tienes que hacerlo. Es obvio —le contesté.
—Creí que pensabas que yo solo maltrataba y humillaba a mis súbditos —dijo cambiando la expresión sombría por una sonrisa.
—No, también pensaba que les infundías terror —dije sonriendo de igual forma, pero pronto la sonrisa se borró de mis labios—. A veces cometemos errores, hice mi juicio sobre ti muy rápido y me equivoqué.
Esperé que comprendiera mi arrepentimiento y que no se cerrara como la vez anterior, pero era difícil que en esas pocas palabras cupieran todos los sentimientos que tenía dentro de mí.
—Te agradezco que me hayas dado una sacudida de realidad. A veces suelo entregarme al drama como un adolescente, supongo que Morgana y yo nos parecemos en eso. Me alegra que me pusieras en mi lugar.
Se puso de pie mucho más tranquilo.
—Poner al rey en su lugar también es parte de los deberes de una reina —contesté volviendo a sonreír.
El rey me devolvió la sonrisa y caminamos juntos a la salida, después Esteldor acudió en ayuda de los caballeros para contener el caos afuera del castillo.
Yo decidí ir a visitar a Dafne. La niña se encontraba inquieta por los tambores, al igual que todos en Encenard, así que hice mi mejor esfuerzo por distraerla y pretender que todo iba de maravilla. Al final me pareció que tuve más éxito en distraerla a ella de lo que me pude distraer a mí. La amenaza Pors era todo en lo que podía pensar, por más que quisiera fingir que no pasaba nada.
Al anochecer, estaba segura de que si el sonido no se detenía pronto iba a desquiciarme. Me puse el camisón dispuesta a dormir y tomar fuerzas para aguantar el siguiente día. Fue inútil, el ruido no me permitía conciliar el sueño, di vueltas en la cama por horas, pasé por distintos estados de ánimo desde tristeza hasta rabia, quería ir a la frontera y prenderle fuego a esos Pors. El cansancio me hacía pensar las cosas más ridículas, pensé en qué pasaría si los Pors lograban invadirnos, pensé en qué sucedería si Esteldor jamás volvía a interesarse en mí y mis teorías se hacían cada vez más descabelladas. Mientras agonizaba con mis pensamientos, escuché a Esteldor llegar. Saber que mi esposo estaba cerca me calmó un poco, pero no lo suficiente. Me puse de pie y salí de mi habitación sin ningún objetivo en mente, Miel me siguió hasta la estancia común moviendo su colita de un lado a otro pues seguro creía que iríamos de paseo. Esteldor ya había entrado a su habitación cuando yo salí, la estancia se encontraba a obscuras y di varias vueltas con Miel a mis pies. Mientras caminaba chasqueaba mis dedos para calmar la inquietud que sentía, necesitaba pensar claro, pero no me era posible hilar ideas coherentes. Finalmente, me detuve frente a la puerta de Esteldor, supe que el rey estaba despierto pues aún salía luz de velas de su habitación; mi corazón golpeaba contra mi pecho como si pretendiera saltar de un precipicio. No quería estar sola con la mente bullendo en escenarios pesimistas y miedos absurdos. Reuní valor y toqué a la puerta, mi miedo hizo que los golpes fueran tan débiles que probablemente Esteldor no los había escuchado. Pero no fue así, la puerta se abrió despacio. Me asomé dentro tímidamente, Esteldor se encontraba sentado en la cornisa de la ventana mirando hacia el exterior. Me sobresaltó que nadie hubiera abierto la puerta, era difícil habituarse a la magia del rey. Permanecí de pie bajo el marco de la puerta viendo a mi esposo absorto en sus cavilaciones. El aroma tan agradable y característico del rey invadía el interior de la habitación como si hubiera entrado en el frasco de su loción. Por instinto, inhalé profundamente. Esteldor volteó cansinamente hacia donde yo me encontraba, su semblante revelaba el agotamiento que sentía, su aspecto no había mejorado mucho desde la mañana.
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Editado: 01.08.2022