Una Esposa para El señor Wayne

Capítulo IV

ALEXANDER

Mí padre se la pasa toda la noche halagando a esa chica llamada Celeste. La llena de cumplidos como si la conociera de toda la vida.

- También es una hermosa jovencita -dice finalizando su discurso-. Además es virgen

- Es difícil encontrar a una joven virgen en estos tiempos -dice un hombre-. Que buena suerte, Alexander

– Si, gracias –digo sarcástico–. Si me permiten, me retiro.

– Es tu fiesta, hijo –dijo mí padre molesto–. ¿Te irás así?

– Si, padre –suspiro–. Mañana es mí boda y tengo que descansar, buenas noches a todos

No espere a que me dijera nada más, fui a mí antigua habitación. Me acuesto mirando al techo.

– Perdón, Rebecca –digo angustiado–. No es mí decisión.

***********
 


CELESTE

No duermo nada esa noche, solo mire al techo recordando mis buenos momentos en Grecia, mis amigos, mí mamá. Cayeron varias lágrimas por mis mejillas, mojando la almohada en la que mí cabeza reposaba.

Estoy delante del juez. En este pueblo tienen tradiciones muy extraña, los novios no se casan juntos. Firman un papel por separado y no se ven hasta la noche de bodas.

– Bien, señorita –dice el juez–. ¿Puede firmar?

– Aaamm... Si, perdone –le dedico una sonrisa–. No estaba prestando atención.

Suelto un fuerte suspiro antes de firmar, mí mano temblado traza la firma sobre el papel que me sentencia al lado de un hombre que no amo en absoluto.

Luego de haberme convertido en la Señora Wayne, las mujeres que reúnen para no festejar, sino prepararme para la noche de bodas. Aquí todo parece haber salido de otra época, ondula mí cabello para que caiga sobre mis hombros, me maquillan yo miro a la pared.

Todas las mujeres salen de la habitación dejándome con la señora Wayne.

– Querida –me dice–. Sonríe un poco, no pongas esa cara. Parece que vas a la orca.

– ¿A usted también la obligaron a esto? –le pregunto.

– Gracias a Dios, no –responde con una sonrisa–. Yo amaba a mí esposo cuando me case.

– ¿Y su esposo...? –la miro–. ¿La amaba a usted?

Se queda mirándome y se aleja de mí, con una mirada fría.

– Mí hijo llegara pronto –dice–. No tengas esa cara.

Se va dejándome sola, en esa enorme habitación. ¿Que he hecho, Dios? ¿Que hice?.
 


 

**************
 


 

ALEXANDER
 


 

Firme los papeles delante del juez y bajo la mirada de mí padre. Ya no me siento humano, dejé la memoria de Rebecca manchada con esa tinta. Llego a la mansión, veo a las mujeres salir y al final a mí madre, quien viene a abrazarme.
 


 

– Hijo mío –dice tomando mí rostro entre sus manos–. Felicidades.
 


 

– Gracias, mamá –le digo seriamente.
 


 


– Bueno, la chica te espera arriba –me dice–. Hasta mañana, hijo mío. 
 


 

Veo como se va subiéndose al auto en el que vino. Entro a la mansión lo primero que hago es ir a la otra habitación y cambiarme de ropa, este traje me sofoca.
 


 

Miro hacia la habitación principal, camino hacia ella como si fuera las puertas del inframundo. Entro y la veo mirando hacia la ventana.
 


 

– No quiero hacerlo –me dice sin darse vuelta–. Por favor, no quiero...
 


 

Su voz en quebrada, triste. Aunque no me mira noto la tristeza en su mirada. 
 


 

– Date vuelta –digo mientras me acerco a ella. 
 


 

*************
 


 

CELESTE
 


 

Escuché su voz, ronca, dominante. Con una autoridad desconcentrante, me giro lentamente rogando que él tampoco quiera hacerlo. 
 


 

Me giro lentamente, no pienso bajar la mirada, lo miro fijamente. Es un hombre joven, quizás unos años más que yo.
 


 


 


 


 


 

– Por favor –le digo–. No quiero esto.
 


 

– Ve a cambiarte –me ordena–. Y duerme, mañana vendrán mis padres. 
 


 

– ¿De verdad? –pregunto mirándolo–. Gracias.
 


 

– De nada –responde. 
 


 

Corro al baño y me cambio la ropa, me miró al espejo antes de salir. Cuando lo hago veo las sábanas revueltas con una mancha de sangre en medio de ellas. Me giro hacia él que tiene una venda en la mano.


 

– ¿Que te paso? –pregunto–. ¿Estás bien? 
 


 

– Si, estoy bien –dice envolviendo su mano–. Para que sea más creíble.
 


 

– Entiendo –le digo. 
 


 

Rodeo la cama, quiero estar del lado de las ventanas. Me acuesto mirando al techo. ¿Que pasará de ahora en adelante? ¿Volveré a ver a mí madre? ¿Volveré a Grecia?. Quizás me obliguen a ser como las mujeres de aquí, sumisas y obedientes... Y CLARO que no soy así y no pienso serlo jamás. 
 

CELESTE

Cuando amanece me encuentro sola en la cama, no dormí casi nada anoche. La puerta de la habitación se abre y una chica de mí edad pero cubierta hasta el cuello aparece.

– Señora, buenos días –me dice amablemente.

– Aaamm... Buenos días –veo que trae algo en sus manos–. ¿Que es eso?

– La señora Wayne está aquí, señorita –asiente con la cabeza–. Le trajo está ropa.

Lo deja a los pies de la cama y se va, me levanto acercándome a lo que dejó. ¡Tiene que ser una maldita broma!. Es un vestido de MONJA larguísimo. ¡OH NO NO!... lo lamento en el alma señora pero no.

Abro el armario donde dejé mí ropa y tomo uno de mis vestidos más "conservadores" que tengo.


 

 

Me miró al espejo convencida, sonrío. Abro la puerta y las mujeres que están ahí me miran con asombró.

– Buenos días a todas –les sonrío–. ¿Están abajo?




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