CELESTE
Alexander me enseña toda la granja la cual es gigantesca, me presenta a todos los que trabajan ahí, son muy agradables.
– Alexander –lo llamo–. ¿Puedo pedirte algo?.
– Claro –me mira–. ¿Que quieres?.
– ¿Puede venir a quedarse aquí Helena? –pregunto–. Es que desde que llegué es la única amiga que pude tener.
– No tengo problema, llamaré a la mansión y pediré que la envíen –asiente–. Mí hermana también vivirá aquí.
– Claro, está bien –le digo.
Entramos a la casa principal, me sorprende cada vez más el lujo y la elegancia de todo. Bien ordenado y organizado, impeclabe es poco decir.
Decido subir al balcón y mirar más allá. Hay como otro pruebo, se que no es este ya que está del otro lado. Vuelvo a entrar a la casa para darme un baño y bajar a cenar.
Estamos cernando solo Alexander y yo, lo cual es pacifico y tranquilo, no me quejo.
– ¿Alguna vez te haz enamorado? –me pregunta de la nada.
– Creí que ya había quedado claro que... –intento hablar.
– No, no. No me malentiendas –me dice–. No hablo de eso, sino de... Solo enamorarte.
– Ah. Pues... No, la verdad no –digo–. Jamás me sentí atraída por alguien.
– ¿Los hombres no te gustan? –pregunta interesado–. ¿Te gustan las mujeres?
– ¿Es una persona de este pueblo quien me habla? –pregunto burlona.
– No entiendo tu pregunta –me dice.
– Este pueblo está mal, Alexander –le digo–. Matan a mujeres por no poder dar la luz porque le temen a lo nuevo, matan a personas que intentan huir porque saben que aquí no son libres, matan animales por el hecho de que no toleran su naturaleza salvaje.
– ¿Crees que me divierte esto a mí? –me pregunta apenas–. Daría todo por cambiar esto.
– Puedes hacerlo, pero eres tan... –suspiro–. Cobarde, Alexander. Impones autoridad y decisión, pero es exactamente lo que te falta.
– Lo se, Celeste –suspira y baja la mirada–. Pero así me criaron. ¿Crees que puedo cambiar toda una vida de ser así en unos días?
– No y no te juzgo –le digo–. Aunque quizás parezca que lo haga, pero no lo hago. Porque yo tampoco puedo hacer eso... Me crié en un ambiente tan libre, tan... Mío.
– A veces te envidio por eso –aleja su plato–. Iré a darme un baño e irme a acostar.
– Buenas noches –le digo.
Quizás me haya pasado con mis palabras, pero no pude evitar decirlo, es la verdad.
Termino de cenar sola y me levanto, subo al baño principal y me cambio para irme a dormir finalmente. Entro a la habitación y veo a Alexander acostado leyendo un libro, me cruzo de brazos... ¡Habíamos acordado que el lado de la ventana era mío!.
– Creo que está del lado incorrecto, señor Wayne –le digo.
– Yo creo que no –sigue leyendo–. Está el otro lado, puedes acostarte.
– ¡No!. Hicimos un trato, Alexander –le exigo–. ¡Vete al otro lado!.
– No lo voy a hacer –insiste–. Puedes acostarte de este lado.
– Okey... –camino hacia la cama.
Me acuesto del otro lado y me pongo en posición horizontal, el me mira con sorpresa y una sonrisa.
– No te atreverías –me dice seguro.
– ¿Apostamos? –lo miro sonriendo maquivelicamente
Con mis piernas lo pateo y logro hacerlo caer de la cama.
– ¡BUM! –digo acostándome en mí lado–. Está potra salvaje patea, muchacho.
– Te fuiste de mambo –me dice.
Se levanta y tomándome de una pierna y un brazos me empuja hacia abajo. Caigo de trasero al suelo, él se ríe y vuelve a acostarse. Veo la almohada que cayó al suelo con una sonrisa maquiavélica en la cara, la tomo y me levanto.
– ¡Hursurpador! –empiezo a golpearlo–. ¡Devuélveme mí lado!
– ¡BASTA! –me grita cubriendose con otra almohada–. Pareces una niña.
– ¡Esto no pasaria sino hubieras robado mí lado! –sigo golpeandolo.
Logra recomponerse y empieza a golpearme con la otra almohada. Veo como las plumas de las almohadas vuelan por todos lados.
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• DIA SIGUIENTE •
ALEXANDER
¡NO PUEDO CREERLO!. Termine durmiendo en el sofa de la habitación. ¿Cómo pasó esto?. Mientras ella duerme cómodamente en la cama, de verdad parece más cómoda aquí que en la mansión.
Me levanto y me cambio de ropa para salir a la cocina. Mí hermana Eva acaba de llegar, está sentada en el sofá.
– Eva. ¿Cuando llegaste, hermana? –pregunto sentándome a su lado.
– Hace unas horas, me dijeron que estabas durmiendo así que no quería despertarte –me sonríe–. ¿Cómo está Celeste?
– Bien, arriba durmiendo –le sonrío–. ¿Tu como has estado?
– Bien, hermano –suspira–. No aguantaba más estar con mamá y papá, los amo pero a veces son...
– Si, lo sé –le digo–. Por eso nos vinimos aquí, ella está más cómoda.
– Oí que tiene un temperamento fuerte –se ríe–. ¿Cómo es eso que les puso los puntos a mamá? ¿Eh?
– Bueno... En realidad fueron dos veces –me río–. En el mismo día, no se que onda pero si, tiene un temperamento fuerte.
Escuchamos pasos bajando por las escaleras, luego Celeste aparece en la sala y sonríe al ver a Eva.
– Bienvenida, Eva –le sonríe–. Me alegra verte de nuevo.
– Igual, querida Celeste –se levanta y le da dos besos en la mejilla–. Me encanta tu vestido.
– Gracias, cuando quieras te presto uno –le dice amable–. Te quedarían muy bien.
– Aaamm... No creo que mí pueblo este de acuerdo –dice apenada–. Pero tu si que los luces muy bien.
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