ALEXANDER
Conversamos un poco con Adler, me agrado un poco poder romper el hielo que se había formado hace años.
Luego nos sentamos para cenar en la mesa. Muchos más se acercaron a saludarnos.
– Celeste. Estás casada... –le dice mí madre–. ¿No te das cuenta?
– Creo que eso lo sé muy bien –le dice desafiante–. ¿Por qué?
– Te vi hablando con dos hombres –se cruza de brazos–. Tienes que respetar a tu esposo.
– Señora Wayne... –suspira exasperada–. Uno de esos hombres era un maleducado idiota que intento sobrepasarse y el otro fue el que me defendió.
– Aún así, no tendría ni que hablarles –le dice molesta.
– Mamá... –la llamo–. No tengo problema en que ella hablé con otros hombres.
– Aún así, hijo –dice mí madre–. Ella no sabe respetar su matrimonio, ni siquiera sabe lo significa respeto.
– Señora, respeto completamente mí matrimonio y a su hijo –Celeste se levanta–. Y si no supiera lo que es respeto... ¡Ahora mismo la estaría insultando!. Permiso.
Celeste se aleja visiblemente molesta por lo que mí madre dijo. Yo la miro y me levanto para seguir y conversar con Celeste. La veo caminar y agarrar una copa de champán la cual toma completamente de un sorbo, llego hasta ella.
– ¡WOW!... Calma, princesa guerrera –le digo bromeando.
– Tu madre me tiene arta –me dice directamente–. Trato de ser respetuosa pero... ¡AY!. Me saca de mis casillas.
– Lo se y te pido perdón por eso –le digo–. Hablaré con ella.
– ¡Oh créeme, Alexander! –exclama–. Ella no va a cambiar.
Toma otra copa de champán y hace lo mismo que la primera. Si sigue así va a emborracharse.
– No es bueno que bebas tanto –le digo–. Espera un poco.
– Soy una mujer adulta –me dice–. Aunque preferiría una cerveza bien fría con papas fritas, mirando una pelicula.
Aunque intente calmarla no pude hacerlo, es muy testaruda. Siguio bebiendo hasta que casi no podía mantenerse en pie. Entonces me voy de la fiesta junto a ella, dice incoherencias que me hacen reír, la subo al auto y conduzco hasta la mansión.
Nadie está afuera así que cargo a Celeste en mis brazos hasta la habitación.
– ¿Sabes que, Alex? –me dice obviamente ebria–. Eres muy guapo, muy muy guapo.
– Estás ebria, Celeste –digo riendo–. Debes descansar.
– ¿Eres tímido? –se ríe–. Pues así es... Eres guapisímo... "El Soltero de Oro"
– Bueno, ya casi llegamos –digo abriendo la puerta–. Ahora debes descansar.
– Sip... –dice–. Efectivamente eres tímido –me mira.
Entonces siento una de sus manos acariciando mí nuca lentamente, causandome varios escalofríos. La miro y me encuentro con su mirada, así nos quedamos unos segundos.
Sacudo mí cabeza.
– Debes descansar –la dejo suavemente en la cama–. Ahora será...
Antes de que pueda alejarme toma el cuello de mi saco y me tira hacia ella, sostengo mí peso con mis brazos, colocando mis manos en el colchón a ambos lado de sus hombros.
– No te vayas... –me dice–. No lo hagas, Alexander.
– Celes... –intento hablar.
Levanta su rostro y pega su boca a la mía, una corriente atraviesa de arriba abajo mí cuerpo. Le digo la corriente del beso como hipnotizado, sus pequeñas manos van hacia mí torso, lo recorre lentamente de arriba abajo. Mis músculos se tensan bajo sus manos.
Llevo una de mis manos a su cintura, ella suelta un pequeño jadeo como si le gustará. Esa misma mano alcanza la ruptura de su vestido y se desliza por su suave pierna desnuda hasta su muslo. Celeste hace su cabeza hacia atrás, aprovecho para besar su cuello, lamiendo, sintiendo su exquisito aroma.
– ¡Ah! –gime–. Más...
De pronto recuerdo algo... Está ebria, no puedo hacerle esto. No quiero que su primera vez sea así, estaría aprovechandome de ella, haciendo un esfuerzo sobrehumano me alejo de ella.
– Perdón, Celeste –digo pasándome una mano por el pelo–. No puedo hacerte esto.
– ¿Que paso...? –pregunta triste–. Perdona... Tu esposa, la amas aún. Perdona.
Noto como su voz se quiebra al final, sus manos cubren su rostro y empieza a llorar.
– Perdón, perdón –dice desconsolada–. Tu eres tan bueno conmigo y yo solo te mentí, perdón.
– ¿Me mentiste? –pregunto–. ¿De que estás hablando?
– ¡Lo hice! ¡Te mentí! –se sienta en la cama–. Mí papá nos abandono, yo falsifique la carta.
– ¿De que estás hablando, Celeste? –la miro enojado.
– Él se fue, nos dejó solas –llora–. ¡Cuando le dieron el dinero cuando era niña como adelanto!. Se fue, encontré la carta y falsifique la otra. ¡Te casaste conmigo por mí culpa! ¡PERDONAME!.
La miro atónito, sin palabras. La rabia sube por mí cuerpo, me acerco a ella y la tomo por los hombros.
– ¿¡QUE HAZ HECHO!? –le gritó–. ¡YO NO ME QUERIA CASAR!
– Perdón –se disculpa llorando–. Mí mamá está enferma, me quedé sin trabajo –me mira–. ¿Que iba a conseguir?. Deje el secundario para trabajar y cuidarla, no tenía nada. ¡Estaba sola!.
Entonces me abraza, se aferra a mí como si fuera un salvavidas. Creo que esto era lo que ella necesitaba un abrazo consuelo, paso mis manos por su espalda.
– Calma... Está bien –le digo–. Lamento haberte gritado.
– No me dejes sola, por favor –hunde su cabeza en el hueco de mí cuello–. Por favor.
– No lo haré –susurro mientras la abrazo–. No estarás más sola. Ayudaremos a tu madre. ¿De acuerdo?
– Me van a matar por esto. ¿Verdad? –me pregunta angustiada.
– No sino se enteran –le digo–. Descansa ahora.