ALEXANDER
Ayudo a Celeste y Eva a cocinar. Desayunamos tranquilamente en medio de la tranquilidad la puerta se abre, escuchamos el gritó de mí madre.
– ¿¡DONDE ESTAN!? –grita ella.
– ¿Mamá? ¿Que está pasando? –nos metemos a la casa–. ¿Que pasa, mamá?
– ¿Cómo es eso que está chica es hija de los Aster? –dice señalando a Celeste–. ¿Desde hace cuanto lo saben?
– Mamá... –suspiro–. Así es, es hija de Magnus y Helena. Nos estamos hace poco.
– Sabes los problemas que tenemos con ellos –me mira–. No quiero que sigas casado con ella...
– Señora Wayne –dice Celeste–. Nosotros tenemos buena relación con mí padre y hermano.
– Pero nosotros no –dice segura–. Me niego a que sigas siendo parte de la familia.
– ¿Papá que es lo que piensa de esto? –pregunta Eva.
– No ha dicho nada aun, pero si se reúne ante el consejo... –dice.
– El líder del consejo soy yo... –le digo firmemente–. Aquí las decisiones las tomo yo.
– ¡Piensa hijo! –me grita–. ¿Que dirá la gente cuando se enteren que ella es hija de los Aster?
– Basta, mamá –le ordenó–. Se acabó está historia, no quiero saber más nada.
Así la corto en seco. Ojalá se de cuenta de que se equivoca con los Aster y se de cuenta que son buenas personas.
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DOS MESES DESPUÉS
CELESTE
La relación con la señora Wayne se complicó mucho desde que se enteró que soy hija de Magnus y Helena. ¿Por qué?. No tengo idea. El señor Wayne se alegro mucho, ya que él estuvo presente cuando yo me caí al río y testigo del dolor de mis padres.
Cuando la gente se enteró que hija de los Aster empezaron a rumorear sobre mí y mí familia. Alexander intento no prestarle atención pero creo que en cierto modo le afecta.
– ¡Buenos días! –le digo abrazándolo en la cama–. Ya es hora de despertar.
A penas abre los ojos me sonríe, jamás me canso de esta forma de despertarlo. Aunque prefiero cuando lo golpeo con la almohada porque no despierta.
– Buenos días –me dice–. Que raro que no me estés pegando con una almohada como ayer.
– Bueno es que... Creo que soy bipolar –le sonrío–. Anda hay que levantarnos.
– Uuff... –bufa–. Un ratito más... ¿Si?. Solo unos minutos.
– No, no –digo levantándome–. Tenemos que levantarnos a desayunar.
– De acuerdo, vamos –me dice levantándose.
Bajamos hacia la sala, me sorprendo al ver a mí padre allí, está hablando con Eva quien tiene un pequeño rubor en los ojos. ¿Es una broma? ¿¡Le gusta mí padre!?. Bueno admito que a sus 48 años se mantiene muy bien. Su pelo entre castaño y canoso le aporta un aire maduro y atractivo.
Luego veo a Adler y a mí cuñada a su lado, mis sobrinas corren hacia Alexander.
– ¡TIO ALEX! –lo abrazan.
– Hola muñequitas princesas –las abraza–. ¿Han crecido?
– Si, hemos crecido mucho –dice Dafne–. Papá dice porque comemos mucho.
– Es verdad, hermosas –les digo–. Si comen mucho van a crecer y crecer.
Nos sentamos a desayunar todos juntos, nos reímos mucho. Okey... Las miradas entre mí padre y Eva, no me engañan... Están enamorados. Aunque sería una relación bastante complicada debido a la diferencia de edad.
Pronto terminamos de desayunar.
– Uy... Recuerdo como se llevaban tu y Adler, hija –me dice mí padre–. Muy mal.
– Nosotros también –dice Alex–. Todos tenemos esa historia, pero creo que es una etapa entre hermanos.
– Yo también tengo un hermano –dice Carolina–. Pero hace años no nos vemos.
– No puede comparar a tu hermano es mucho más grande que tu –dice Adler–. Ahora es todo un hombre. Aunque nunca se casó y no tienen hijos.
– ¿Tienes un hermano, cuñada? –le pregunto.
– Si, tengo un hermano mayor. Mismo padre, diferente madre –dice–. Él tiene casi cuarenta años. Todo un mujeriego, casanova.
– Bueno ojalá puedan verse pronto –digo–. Bueno ayudaré a levantar la mesa...
Me levanto un poco pero no dura mucho, me sostengo del borde de la mesa pero termino desvanecida en el suelo. Escucho el gritó de Alexander.
– ¡CELESTE! –corre hacia mí.
Es lo último que veo antes de que todo se vuelva oscuro. Pronto, aunque no tanto ya que abro los ojos en un hospital. Todos están aquí.
– Mí amor –dice Alex en cuanto me ve–. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?
– Creo que bien –digo–. No sé que me pasó.
– Hija... Nos asustaste, cielo –me dice mí padre–. Te desvaneciste de la nada.
En ese momento la puerta se abre y un doctor entra en la habitación.
– Señora Wayne –me dice–. Que bueno que haya despertado.
– Gracias, doctor –digo–. ¿Todo está bien?
– Si, la hemos revisado y todo está más que bien –dice sonriente–. Ya pueden empezar con la felicitaciones... Está embarazada.
La sala se queda en silencio, todos congelados. Miramos al doctor sin palabras hasta que mis lágrimas empiezan a caer y miro a Alex que no sale de su shock.
– Mí amor... Vamos a ser papás –le digo–. Vamos a tener un bebé.
Me mira emocionado y me abraza con ganas para después besarme intensamente. No me cabe tanta felicidad en mi vida.