Una Esposa para El señor Wayne

Capítulo XVIII

ALEXANDER

¡VOY A SER PAPÁ!. No puedo creerlo, voy a ser papá. Siempre tuve ese sueño pero ahora que es realidad casi que no caigo. Regresamos a la granja emocionados a más no poder, hasta que vemos el auto de mis padres.

Entramos junto a los Aster. Apenas entramos mí padre ve a Magnus.

 

– Magnus, cuánto tiempo –dice mí padre.

 

– Máximo –se miran–. Que gusto verlos de nuevo.

 

– Veo que tienen una relación bastante unida –dice mí madre–. Creo que mis palabras no cuenta.

 

– No es eso, mamá –le digo–. Tenemos grandes noticias para ambos.

 

– ¿Que es, hijo? –pregunta mí padre.

B

– Bueno... Vamos a ser papás –digo–. Celeste está embarazada. 

 

A mí padre se le forma una sonrisa al instante que escucha esas palabras y viene con nosotros, nos abraza a ambos.

 

– Muchas felicidades –dice emocionado–. Voy a ser abuelo, no puedo creerlo. 

 

– ¡ESTO ES UNA DESGRACIA! –grita mí madre–. ¿Cómo puedes estar feliz con esto, Máximo?

 

– ¿De que hablas, Arisa? –la mira enojado–. Vamos a ser abuelos. ¿No estás contenta?

 

– ¿¡COMO VOY A ESTAR FELIZ!? –nos mira enojada–. ¡Va a tener un hijo con esta mujer!. Hija de está maldita familia. 

 

– ¡NO PERMITIRE QUE INSULTES A MI FAMILIA! –Celeste alza la voz. 

 

– Tranquila, hija –dice Magnus–. Me voy de la casa para no incomodar.

 

– No incomodas, Magnus. Ni tu ni tu hijo –mi padre lo tranquiliza. 

 

– No pasa nada –besa la frente de Celeste–. Nos vemos. ¿Si?. 

 

– Papá... –dice en una súplica. 

 

Celeste acompaña a su padre, hermano, cuñada y sobrinas a la salida. Yo suspiro cerrando los ojos. 

 

– Me niego completamente a ese bebé, Alexander –me dice mí madre.

 

– Mamá, sabes cuánto he deseado tener un bebé –le digo–. Esto es un sueño cumplido. 

 

– A mí no me importa –dice fríamente–. No quiero un nieto con la sangre de esa familia.

 

Así sin más se fue, mí padre decidió quedarse con nosotros esa noche. Cenamos en medio del silencio, la alegría que Celeste mostraba en sus ojos ya no está ahí. 

En cambio Eva está un poco callada, no es muy normal en ella, pero la moto extraña últimamente. Después de la cena subimos a la habitación, nos abrazamos.

 

– Lamento lo de mí madre –le digo–. Es un poco difícil. 

 

– Ella no está nada contenta con el bebé –dice triste–. Creí que todos estarían felices. 

 

– Estamos felices –digo sonriente–. Solo dale tiempo para que se adapte a esto. 

 

**************************

• AL DIA SIGUIENTE •

 

CELESTE

Amanezco con mucha hambre, así que me levanto antes que Alexander. Me escabulló a la cocina vacía y abro la despensa, saco el dulce de leche y papas fritas. Me siento en un taburete y me pongo a comer. 

 

– ¿Que haces aquí? –dice Alex detrás mío–. Es muy temprano. 

 

– Tengo hambre, quería comer algo rico –le sonrío–. Había dulce de leche argentino y papas fritas. Lo mejor.

 

– ¿Estás... Comiendolos juntos? –me pregunta extrañado. 

 

– Bueno... Quería comer esto –digo–. Imagino que es un antojo. Oye... Mí amor. ¿Puedo preguntarte algo? 

 

– Si, claro –asiente–. ¿Que quieres preguntarme? 

 

– Es sobre mí mamá –digo–. Pudo haberme sacado del país pero me amo y me cuido. No quiero dejarla sola.

 

– ¿Quieres traerla aquí? –pregunta. 

 

– Si, no quiero hacer nada sin tu consentimiento –le digo–. Pero... Si, me gustaría.

 

– Está bien, no tengo problema en que venga –dice sonriente–. Mañana diré que vayan por ella. 

 

– Y por mí amiga, es como mí hermana –digo–. ¿Si? 

 

– Claro que sí –sonrie–. Enviaré por ellas. 

 

 – Gracias mí amor –lo abrazo. 

 

******************************

 

EVA

Estoy en mí cuarto, mirándome al espejo mientras me cepillo el cabello. Últimamente un gran error me atormenta... Me enamoré de Magnus Aster. Pero obviamente no puede pasar, muchos estarán en contra de esa relación... ¡Que tonta!. Hablo como si fuera a pasar algo. 

Los toques de la puerta me sacan de mí pensamiento, Celeste entra cuando le doy mí permiso. 

 

– Buenos días –me dice con una sonrisa–. Pensé que seguías durmiendo. 

 

– No, me desperté hace rato. Pasa –le sonrío–. ¿Cómo estás? ¿Mí sobrino o sobrina? 

 

– Estamos bien... Los dos –se sienta en la cama–. ¿Tu como estás? 

 

– Bien, me encuentro bien –le digo.

 

– Quiero hablar contigo sobre algo –sonrie–. Me di cuenta de algo últimamente.

 

– ¿E...? –me aclaro la garganta–. ¿En cerio? ¿De que te diste cuenta?

 

Bueno.... Me di cuenta que... –me sonríe–. Estás enamorada de mi padre. 

 

¡MIERDA!... Lo sabe. ​​​​




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