ALEXANDER.
No puedo creer que mí madre haya sido capaz de semejante atrocidad. Sabía cuánto deseaba ser papá.
Miro a Celeste dormida, le dieron calmante y le inyectaron sueros. Tiene las mejillas mojadas de tanto llorar.
– Mí bebé... –dice entre dormida–. Mato a mí bebé.
– Hija... –Magnus se acerca a ella–. Cielo, mí pequeña.
Celeste va poco a poco abriendo sus ojos y empieza a llorar. Me acerco a ella, abrazándola.
– Amor... Tranquila, mí vida –digo sentándome a su lado–. Ya estaremos bien.
– Perdoname... –me dice llorando–. No pude protegerlo.
– No es tu culpa, amor –digo besando su cabeza–. No lo es. Estaremos bien... Estaremos bien.
En ese momento la puerta se abre, una mujer acompañada de otra joven entran a la habitación.
– ¡CELESTE! –grita la mujer–. Mí cielo...
– ¿Mamá? –ella la mira–. Mamá... Estás aquí.
– Mí vida, hija –corre a abrazarla–. Por Dios, hija. ¿Que te hicieron?
– Mí bebé, mamá –se aferra a ella–. Me quitaron a mí bebé.
Ambas se quedan abrazadas, nadie hace ni dice nada. Quizás esto es lo que ella necesita un abrazo de su madre.
– Lo siento tanto –besa su cabeza–. ¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué estás aquí?.
– Tenía que cuidarte... Todo esto... –tartamudea–. Fue por ti, mamá. Te lo debía.
– Todo esto es un infierno –nos mira a todos–. ¿Quien mierda hizo esto?
– Mí madre –digo en voz baja–. No sabía que...
– ¿Y dónde esta esa perra ahora? –pregunta enojada.
– No lo sabemos –dice mí padre–. Pero la buscaremos
Volvemos a la casa, la madre de Celeste, Andressa se la lleva a nuestra habitación seguida de la chica con quién vino. Yo voy a la oficina con Emiliano.
– ¡De verdad no puedo creer que tu madre...! –golpea el escritorio.
– Ni yo, sabía cuánto soñaba ser padre –digo apenado–. Y ahora Celeste está así.
– Menos mal que su madre vino de Grecia –suspira–. Hablé con los médicos que la atendieron, su enfermedad se están controlando de a poco vuelve en si.
– Es justo lo que Celeste necesita ahora –cubro mí cara con mis manos–. Ya no puedo con esto.
– ¿Que vas a hacer con tu madre? –me pregunta.
– Cometió un error muy grave –digo–. Pero es mí madre. ¿Que le puedo hacer?
– Hermano... Escuchame, entiendo el amor hacia tu madre –me pone una mano en mí hombro–. Pero recuerda que ahora tienes una esposa que perdió a su bebé por culpa de tu madre.
– Lo se, Emiliano –miro hacia la ventana–. No sé que hacer.
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CELESTE
Ya casi no puedo pensar, no puedo hablar coherentemente por los calmantes. El abrazo de mi mamá y mí padre a mí lado hacen que me sienta más segura.
– Mí vida... Prometo que jamás me alejaré de ti –me dice mí madre–. Te voy a cuidar de todo y de todos –besa mí cabeza.
– Sabía que era una mala idea –dice Annia sentada al borde de mi cama–. Cuando me dijiste esto...
– No –digo–. Aquí todos me trataron bien desde un principio... Excepto esa maldita mujer.
– ¿Y tu esposo? –pregunta mí madre–. ¿Ese muchacho te trata bien?
– Si, mamá –afirmo–. Lo amo y él a mí. No tienes que preocuparte por eso.
La puerta se abre y Alexander entra, sonríe tristemente al verme se acerca a la cama. El abrazo de mí madre se hace más protector, la miro y le sonrío tranquilizadora.
– No pude cuidar a su hija –le dice a mí padre y a mí madre–. Lo lamento.
– No quiero que esa zorra de tu madre se acerque a mí hija de nuevo –le dice fríamente–. O no dudaré en sacar a mí hija de aquí me importa poco y nada que esté casada con quién mierda seas.
Esas palabras hicieron que el aire se cargará de tensión, pero comprendo a mí madre en cierto punto el miedo que siente por mí. Pudo haberme sacado de mi país pero durante años lucho por darme lo mejor y criarme de la mejor manera, al cuidarla cuando enfermo le devolví lo que hizo por mí.
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EVA
Le preparo algo de comer a Celeste, necesita alimentarse. Escucho que alguien entra en la cocina, al girarme veo a Magnus.
– Hola, señor Magnus –le digo–. ¿Cómo esta Celeste?
– En su cuarto, está alterada –suspira–. Espero que pueda mejorar.
– Dios quiera que si –dejo el plato en la mesada–. Le prepare algo de comer.
– Gracias, Eva –se acerca a mí–. ¿Cómo es posible?. Dime.
Siento como mí corazón late desbocado en mí pecho, se acerca cada vez más. Su aroma llego a nariz, mí cuerpo tiembla.
– Como es posible. ¿Que? –pregunto nerviosa.
– ¿Que seas hija de tu madre? –dice en un tono más suave–. Eres tan diferente a ella.
– Diferente... ¿Cómo? –lo miro.
– Eres tan buena, tierna y gentil –se acerca más–. Tienes una voz tan dulce y cautivadora, tus ojos verdes son tan...
– ¡HIJA! –grita mí padre.
Magnus toma el plato de Celeste. Mí padre aparece en la puerta de la cocina.
– Hermosa... –dice mí padre–. ¿Que estabas haciendo?
– Le preparaba algo de comer a Celeste –me dice–. Sino se pondrá peor.
– De acuerdo –me sonríe.
– Bueno iré a llevarle esto a Celeste –Magnus se va.
Dios mio... ¿Será que también está enamorado de mí?. Bueno no es momento de pensar en eso. ¡BASTA EVA!.