Una Esposa para El señor Wayne

Capítulo XXVIII

ALEXANDER 

Emiliano me dice que Celeste se fue a Grecia. Pero... ¿Por qué motivo?. También me dijo que se fue con ese rubio de la fiesta. Pedí que me trajeran información de él. Aquí estoy leyendo lo que me trajeron junto a Emiliano.

 

– Entonces... Abogado Conrad Matthew Spencer –digo–. Treinta y nueve años.

 

– Hasta dónde se de él es un excelente abogado el mejor –dice Emiliano–. Estudio arquitectura y economía además de abogacía. Todo un don Juan 

 

– ¿Se fue a Grecia con él? –pregunto molesto.

 

– Si, con él, su padre, su madre y la señorita Annia –dice–. Fui a ver a Eva y ella me dijo eso. 

 

– Fuiste a ver a Annia. ¿Eh? –me levanto y miro por la ventana–. Fuiste a verla a ella. ¿O a Celeste?

 

Emiliano abre los ojos con sorpresa. Así es... Lo descubrí. 

 

– ¿Crees que no me di cuenta, "amigo"? –le digo–. Vi como miraste a Celeste cuando la conociste. Estás enamorado de ella. ¿No es así? 

 

– Así es... Me enamoré de ella –me confiesa–. Pero ambos la perdimos. 

 

– Te hacías llamar mí hermano –el exijo–. Te fuiste a su bando haciendo que Eva y su padre se casaran.

 

– Ni tu ni tus padres pensaron en la felicidad de Eva –dice–. Entonces lo hicimos nosotros. ¡Mírala ahora!... Felizmente casada y con un hijo.

 

– ¡Eres un traídor! –le grito.

 

– ¿Estás acusandome de provocar la felicidad de tu hermana? –pregunta con sorpresa–. ¿O me acusas de quizás me acosté con tu mujer? 

 

– ¿Lo hiciste? –me cruzo de brazos–. ¿Lograste acostarte con ella? 

 

– No, no lo hice –me dice–. Pero otro lo hará... Y apuesto a que él abogado será ese.

 

– ¡CELESTE ME AMA! –grito–. ¡Jamás estaría con alguien más!. La recuperaré.

 

– Por favor, Alexander –me dice exasperado–. ¿Para que crees que llamaron a un abogado?. ¿Sabes que?. Me voy,  no me quedaré aquí por más tiempo. 

 

Así se va dejándome solo. Veo la foto de Conrad Spencer, ojalá no intente algo con Celeste y que la dejen tranquila. 

 

************************************

 

CONRAD 

Después de una buena ducha, me cambio a ropa más cómoda y decido bajar. En la sala veo a Celeste con unos libros de arquitectura y una laptop. Me acerco a ella. 

 

– ¿Que estás haciendo? –pregunto. 

 

– Aamm... Estudio, tengo un examen pronto –me dice–. Me quedan cuatro años.

 

– Podrás lograrlo... –digo–. ¿Arquitectura? 

 

– Si, tengo planeado estudiar esto –me dice–. Y seguir junto a mí hermano el negocio de la familia antes de independizarme.

 

– Es una gran carrera. Puedo ayudarte... –tomo sus libros–. Estudie arquitectura, hasta termine la carrera con honores.

 

– ¿Algo más que has hecho? –me pregunta arqueando una ceja. 

 

– Y también estudie economía –me río–. Quería tener experiencia para todo.

 

– Hay cosas para las que nadie está preparado, Conrad –me mira sonriendo.

 

– Te escucho... –le digo cruzándome de brazos. 

 

– La paternidad. Nadie nace listo para eso –me dice–. Por más que nos preparemos antes... Cada persona es diferente. 

 

– ¿Tienes ganas de vivir esa experiencia? –le pregunto. 

 

Ella se tensa en ese momento y voltea su mirada hacia los libros. Pronto el ambiente se vuelve pesado. 

 

– Yo no... –se aclara la garganta–. Yo jamás podre hacerlo... 

 

– ¿Que...? –pregunto sorprendido–. ¿No puedes tener hijos? 

 

– Cuando Arisa me envenenó y perdí mí bebé –baja la mirada–. Daño mí útero... Jamás tendré hijos.

 

– Nunca digas nunca, Celeste... –digo sonriendole.

 

– ¿También eres doctor? –me pregunta.

 

– No, tienes razón –digo apenado–. Lo siento mucho. 

 

– Estoy tan cansada, Conrad. Finjo estar bien y ser fuerte –me mira con lágrimas en los ojos–. Pero por dentro estos destrozada... Vacía, me falta todo. Ya no puedo más. 

 

Sin pensarlo la abrazo, ella apoya su cabeza en mí pecho, acaricio sus brazos y su espalda. Tiembla en mis brazos, es una delicada rosa fingiendo ser un duro roble.

 

– Tranquila... –le digo–. No des nada por hecho, Celeste. Quizá la vida te sorprenda.

 

– Perdón por hacerte ser psicólogo –dice. 

 

– Voy a empezar a estudiar psicología –digo tratando de alegrarla–. ¿Que me dices? 

 

– Voy a llenar tu remera de mocos –dice riendo.

 

– Oye... –le digo fingiendo enojo–. Es mí favorita. 

 

– Perdón... –se ríe conmigo–. Bueno. ¿Vas a ayudarme? 

 

– Bueno, tu profesor supremamente guapo e inteligentemente inteligente... –me río–. Te va a ayudar. Vamos. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.