Una Esposa para El señor Wayne

Capítulo XXXIV

CELESTE

Estoy frente a mí padre y los demás junto a Alex. Las miradas de decepción incluyendo la de Eva no se hacen esperar. 

 

– Hija... ¿Así es como sigue? –pregunta mí padre.

 

– Perdón, papá. Pero es lo que quiero –me acerco a él–. ¿Puedes aceptarlo?

 

– ¿Te convenció con una par de palabras estúpidas? –mi hermano se molesta–. Vas a volver con él.

 

– Hermano... Por favor –lo miro. 

 

– Señor Aster... No será ahora –dice Alex–. Dejaré que pasen unos meses para conquistar a su hija. 

 

– No agradas, Alexander –mi padre no duda en decirle eso–. No quiero que mí hija este conmigo... Pero ella es mayor y sabrá lo que hace. 

 

La mirada de decepción de mi padre hizo que mí corazón se rompiera en mil pedazos, se levantó de la mesa y junto a los demás se va de la habitación.

Acompaño a Alexander a la puerta. 

 

– A tu papá no le gusta nada esta idea –dice apenado–. En cierta parte es mí culpa.

 

– Lo aceptaran... En algún momento –le sonrío–. Nos vemos más tarde. 

 

Antes de irse me da un pequeño beso. Se sube a su auto y se va. 

 

– Espero que te des cuenta... –me dice Eva–. Que mí hermano no va a cambiar. ¿Crees que saldrá de debajo de la falda de mí madre? ¡Lo conozco mejor que nadie!. Tienes a dos hombres a tus pies. Uno es un cobarde y otro un tremendo valiente. Estás eligiendo erróneamente.

 

– Tengo la esperanza... –digo eesperanzad

– No puedo creerlo, Celeste –dice–. Solo espero que no te hayas equivocado y que no te arrepientas después. 

 

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CONRAD

Salgo al pasillo para buscar un archivo cerrado de un caso de abuso que se ha vuelto a reabrir. Mientras lo hago veo a Brunella a lo lejos leyendo uno papeles. Me apoyo contra la estantería y le miro por unos segundos se ve tan centrada, hasta que levanta su mirada hacia mí y me sonríe. Siento algo raro y suelto un profundo suspiro.

Le devuelvo la sonrisa y me acerco a ella.

 

– Me enteré que reabrieron este caso –le digo–. ¿Que me dices? ¿Aceptas se su abogada? 

 

– ¿Puedo leerlo? –pregunta. 

 

– Claro... Tenlo –le extiendo hacia ella y lo agarra–. Fue cerrado hace un año por falta de pruebas. 

 

– Ya veo –dice leyéndolo–. Claro que me haré cargo de este. ¿Tienes el número?

 

– No, pero si se su nueva dirección –le digo seguro–. Será tu primer juicio. ¿No es así? 

 

– Si, voy a estar muy nerviosa –me dice–. ¿Algún consejo? 

 

– No te dejes intimidar –le sonrío–. Se valiente y fuerte.

 

– Valiente y fuerte... ¡Tratare de ganas! ¡NO! ¡VOY A GANAR! –exclamo–. ¡Les voy a romper el...!

 

– ¡Bueno... Bueno! –la detengo–. Está bien, lo harás excelente pero no digas esas cosas frente al juez. 

 

– Si, perdón... Es que suelo emocionarme y hablar de más –dice sacudiendo las manos–. A veces digo lo que pienso en voz alta y la gente cree que estoy más loca que una cabra. 

 

– Entiendo... Eres muy divertida –digo riendo–. Me agradas, Brunella Ferreira. 

 

– Y usted es muy serio... –sonrie divertida–. Usted también me agrada, Conrad Spencer. 

 

Nos quedamos conversando un poco, me hace reír las palabras que allá tienen otros significados. Adoro que cuando sonríe se le formen esos hoyuelos en las mejillas, le dan un toque adorable. Además note un lunar justo en el medio de su cuello.

Salgo de la agencia con su sonrisa en mí mente, su alegría... ¿Todas las latinas son así de alegres?. Llego a la mansión Aster y veo a mí hermana sentada en el sofa.

 

– ¿Cómo estás, hermanita linda? –me siento a su lado–. ¿Y esa cara? ¿Que paso?.

 

– Celeste... –suspira decepcionada–. Va a volver con Alexander o bueno va a intentarlo. ¿Todo esto para nada? ¿Para que vuelva con él? 

 

– Hermana, ella es una mujer adulta –le digo–. Solo nos queda desear que sea feliz y no salga lastimada. 

 

– Entiendo eso... –sacude la cabeza–. Te hicimos venir de Italia para nada...

 

– Dirigo una agencia de abogados gracias a ti hermana –le digo–. No me arrepiento de haber venido. 

 

– Lo se, pero... –se gira hacia mí. 

 

Apenas se gira hacia mí su mirada cambia. Me mira y yo la miro, sonrío confundido. 

 

– ¿Por qué me miras así? –le pregunto.

 

– Tu sonrisa... –me responda–. ¿Que paso?. Jamás he visto esa sonrisa o muy pocas veces.

 

– Oh... Es que pasó algo divertido en el trabajo –me excuso–. Venía pensando en eso. 

 

– Ajam... Sabes que te conozco. ¿No? –dice arqueando una ceja–. No es por eso, pero fingire que te creo si te hace sentir mejor.

 

– No me pasa nada, querida –me dice–. Es imaginación tuya.

 

– ¡Claro!. ¿Cómo no? –dice con sarcasmo. 




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