CELESTE
Literalmente todos los invitados amaron a Brunella, es espontánea, alegre y a la vez inteligente. Veo como Conrad mira a esa chica, no hay que ser muy listos para saber que le gusta.
La fiesta termina y vamos a acostar a las niñas, nos quedamos nosotros en una mesa. Miro atentamente a Brunella, su piel es hermosa, su sonrisa.
– Debes extrañar mucho Argentina –le digo–. ¿No es así?
– Si, mucho –baja la mirada–. Mí hermano quedó allá solo. Espero que no tire la casa.
– Bueno... Te pondré algo para que lo recuerdes –saca mí celular.
– ¿Que cosa vas a hacer? –pregunta Conrad.
De repente empieza a sonar un tema. Dicen que si uno es argentino lo tiene que conocer. El Potro Rodrigo "Ocho Cuarenta". Brunella alza las manos y se levanta, se gira hacia Conrad, extendiendo sus manos hacia ella.
– ¿Que estás haciendo? –pregunta.
– Este temon se baila, Conrad –toma sus manos–. Anda vamos.
– Está bien, bueno –se levanta.
Van hacia la pista, Brunella guía sus movimientos, empiezan a moverse de un lado al otro con ganas. Conrad la sigue bien y bailan perfectamente bien, Conrad parece un niño riendo y mira a Brunella con mucho... Amor.
Alexander me levanta al igual que los demás y nos ponemos a reír y bailar.
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ALEXANDER
Todos nos levantamos para bailar junto a ellos, conozco esta música pero jamás la había bailado. Reímos y la pasamos bien, luego de unos minutos dejamos de bailar.
Mientras todos conversan veo a Conrad apoyado contra el balcón, me acerco a él.
– ¿Tomando aire? –pregunto.
– Si, mirando hacia la nada pensando en todo –dice bromeando–. ¿Que quieres decirme?
– Nada, solo... –suspiro–. De verdad creí que estabas enamorado de Celeste.
– Oh lo estaba o eso creo –me dice–. Si te soy sincero no lo sé.
– Entonces... ¿Por qué tu...? –nos giramos hacia Brunella–. ¿Por qué?
– ¿Sabes?. Creo que si hubiera tenido la oportunidad me hubiera quedado con Celeste –me dice–. Pero ella te quiere.
– ¿Y la chica? –pregunta–. ¿Es un consuelo?
– No, claro que no... Jamás uso a las mujeres como consuelo –se gira hacia ella–. Me gusta, de verdad me gusta... Más de lo que me gustó Celeste.
– No sé si merezco a Celeste –bajo la mirada–. Soy un cobarde.
– Es poco decir solo cobarde –dice alzando las cejas–. Un marica, un niño de mami y...
– ¡Está bien... Está bien! –digo–. Entendí.
– Nadie nace mereciendo algo o a alguien –sonrie–. Eso se gana. Gana ese merecimiento de tener a Celeste, deja de ser ese cobarde, marica e hijo de mami... Se un hombre, por una vez... Ella espera un compañero, un amigo y un confidente. Prueba que ella no se equivocó al elegirte.
– ¿Cómo es que no se quedo contigo? –pregunto.
– Quizás no tenía que ser –se gira de nuevo hacia Brunella–. Ahora me queda claro quien tiene que ser.
– Es una buena mujer... –le digo y extiendo mí mano–. ¿Amigos?
– Familia... –acepta mí saludo.
Me siento mejor ahora que hable con él. Nos volvemos a sentar necesito que todos sepan.
– Bueno quería decirles a todos... –me aclaro la garganta–. Me he equivocado y mucho... Aunque intento hacer algo no puedo sacar de mi corazón la culpa por eso.. –suspiro–. Mí madre es culpable de cosas imperdonables... La vida de Rebecca, de mí bebé y de tantas cosas que ya.. no quiero ni imaginarme.
– Y tu no eres muy inocente –dice Magnus–. Hiciste sufrir a mí hija por ser un...
– Cobarde... –completo sus palabras–. Un marica, un niño de mami. Todo lo que quieran decirme... Lo merezco. Lo que no merezco es una mujer como Celeste, no lo hago, no fui capaz de ser el hombre que ella necesitaba. Pero... –miro a Conrad–. Debo luchar y probar que puedo hacerla feliz. Por eso mismo mañana mismo denunciaré a mí madre por todas las cosas que hizo. Y para eso... Quiero que Conrad y Brunella sean nuestros abogados.
Todos se quedan helados ante esas palabras, se miran entre ellos. Celeste se levanta y se acerca a mí.
– ¿Estoy escuchando bien? –pregunta emocionada.
– No fui buen hombre para ti cuando me necesitas –digo apenado–. Permíteme serlo ahora.
– Claro que sí... –dice emocionada y me abraza–. Gracias.
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CONRAD
Me alegro que Alenxade se haya puesto los pantalones. Luego de unos minutos más decidimos irnos. Llevo a Brunella de nuevo a casa de su amiga. Freno el auto en la acera del frente.
– Espero que la hayas pasado bien –digo mirándola.
– La pasé muy bien –me sonríe–. Tu familia es muy buena y divertida.
– Les caíste bien a todos –rio–. ¿A quien no le caes bien?
– Tenía una compañera en la primaria –me mira–. Me hacía la vida imposible.
Me río con ganas para luego volver a mirarla por unos minutos a sus hermosos ojos oscuros.
– Me gustas, Brunella Ferreira –le confieso–. Me gustas mucho.
– También me gustas mucho, Conrad Spencer –me dice sonriedo–. Más de lo que me gustaría.
– ¿Puedo besarte? –le pregunto.
– Si, puedes besarme, Conrad –dice.
Acerco mí rostro al suyo hasta tocar sus boca con la mía. Apenas nos besamos y siento una enorme descarga en mí corazón y en mí cuerpo, tomo su nuca para profundizar el beso.
Se vuelve más y más apasionado, entonces corro mí asiento y desabrocho su cinturón. La levanto en mis brazos y la siento a horcajadas sobre mí, levanto los bordes de su vestido y deslizo mis manos por sus muslos. Ella arquea el rostro mientras desabrocha mí camisa.