"A veces, la mejor forma de solucionar tus problemas es ayudando a alguien más"
(Avatar: la leyenda de Aang)
En ocasiones me pregunto por qué razón vine a este mundo con tanta mala suerte. He oído que algunas personas tienen un karma instantáneo, es decir que en el mismo segundo en que hacen algo indebido, otra cosa mala les sucede como recompensa. Es posible que yo sea una de esas personas. Aunque estoy segura de que no lo tengo del todo merecido.
Hace exactamente tres segundos, le arroje un trozo de pan bañado en leche a Jim. En mi defensa, él ejecutaba una mala imitación de la forma en que me desenvuelvo en esgrima. En fin, en el mismo instante en el que lo hice, el cobarde se inclinó hacia abajo y Aaron entró en la habitación en el segundo y lugar precisos para recibir mi desayuno en la cara. La furia de nuestro tutor fue solo comparable a una erupción volcánica y fui castigada con doble tarea y entrenamientos.
Nuestro guardián se sienta en la punta de la mesa y el desayuno continua su ritmo habitual: May derrama leche cuando intenta volver a servirse cereales; Emmet se sienta en el suelo en una supuesta huelga de hambre; Ulver me patea por debajo de la mesa.
Lo fulmino con la mirada y le pido que se detenga. Tiene diecisiete años y aun así mantiene un comportamiento infantil la mayor parte del tiempo; no es una sorpresa el hecho de que sus aptitudes de combate sean menores a las mías. Sin mencionar que llegó aquí hace unos meses y yo hace cuatro años, pero no tiene importancia.
Las patadas continúan y yo comienzo a impacientarme.
—¿Quieres dejarme en paz, niño malcriado?
Su respuesta son muecas con su boca a modo de burla y retoma sus puntapiés; Jim levanta la vista y enarca una ceja. «¿Qué le sucede?, si tuvo una mala noche no es mi problema».
—¿No has oído sobre la bendición del silencio en las mañanas, Ulver? Cállate y estate quieto o van a castigarte.
—Oh, ¿así como castigaron a Nana por escapar y casi morir en manos de unos monstruos? Exacto, lo sé, y es muy frustrante que jamás la reprendan, no me importa quien sea, las reglas deberían ser las mismas para todos nosotros.
«¡¿Qué?, ¿por qué lo sabe? Peor aún, por qué razón lo menciona frente a Aaron». Clavo mi vista en la mesa, hoy sí voy a morir, adiós a todos. Miro a mi tutor por el rabillo del ojo para no levantar la mirada. Se frota la cara con la mano derecha, mientras que la izquierda permanece cerrada en un puño, sus ojos cerrados. «Sí, va a matarme».
—Mi estudio, ahora mismo.
Sonrío con inocencia y trato de evitar esa charla; desvío el tema al desayuno, le recuerdo que es la comida más importante del día y que ni él ni yo estamos en condiciones de perder valiosos nutrientes.
Frunce aún más el ceño y arrastra la silla al ponerse de pie. Me levanto de un salto y camino con la cabeza gacha con dirección a Ifrinn, quiero decir, la oficina de Aaron, «estúpido Ulver, espero que Jim te dé una lección». Antes de salir le dedico una mirada asesina a mis amigas, de seguro ellas revelaron el secreto.
Camino arrastrando los pies detrás de él mientras pienso qué es lo que voy a decirle. No quería volver a decepcionarlo, suficientemente frustrado esta con mi desempeño en los circuitos.
El despacho de Aaron está más desordenado que de costumbre. Hay pilas de libros por doquier, ropa colgada sobre la chimenea -algo que parece peligoroso- y una toalla en el respaldo de la silla de cuerina donde tanto le gusta sentarse. En el suelo, diviso una manta y una almohada, ¿acaso ha dormido aquí? Huele a tabaco, comida vieja y humedad.
Se deja caer pesadamente en su asiento favorito y hunde la cara en ambas manos. Los años lo han cambiado lo suficiente como para que su edad comience a ser notable su persona: su cabello, antes completamente negro, ya presenta tonalidades grises, al igual que su barba -aunque esta ya era así cuando lo conocí-. Ha perdido masa corporal y músculos, cada vez parece más humano, más débil; eso me preocupa, en mis condiciones no puedo protegerlo.
Clava sus ojos en los míos. Actitud que a gritos demanda saber lo que sucedió detalladamente, pero siempre relatando lo que tiene verdadera relevancia. Le cuento la verdad sin rodeo alguno; eso ya no es necesario dadas las circunstancias.
—¿Por qué?, ¿qué necesidad tenías de ponerte en riesgo de esa manera? —Me encojo de hombros, «lo siento mucho»—. Sabes que todo lo que hago es para protegerlos, en especial a ti sabes que...
«Lo sé, lo recuerdo, la superviviente, la única de los diez elegidos que sobrevivió, alguien importante, la esperanza de la Dimensión de la Luz». Él continúa con su discurso de siempre, pero ya dejé de escuchar.
Yo no pedí esto. No quería ser la esperanza de nadie, no quiero que me traten diferente, yo quiero aprender y conocer el mundo junto con los demás, quiero la misma libertad que todos. Quiero luchar, quiero la gloria, el reconocimiento. Quiero venganza.
Pregunta si tengo algo que decir, «no, la realidad es que no, lamento arruinar todo y seguir decepcionándote».
—Muy bien, entonces no me dejas más alternativa. Pasarás los próximos días sin tus poderes. —Toma un brazalete metálico y lo pone alrededor de mi muñeca—. Esto solo puedo retirarlo yo, mientras lo tengas puesto serás una humana corriente, sin magia. Espero que este castigo te ayude a meditar sobre lo que has hecho. Es tiempo de que entiendas de que las cosas no siempre serán como tú deseas.
«¿Qué?, ¿qué se supone que haga sin mi magia? No puedo vivir sin ella. Todo por una estúpida decisión adolescente, ¿en serio? Realmente no hace falta ser tan drásticos».
Mis poderes son parte de mí, es como quitarme un brazo o un ojo, es más preferiría que me quites cualquiera de esas cosas antes que las habilidades que me hacen ser lo que soy. Lo miro furiosa mientras él da la vuelta a su escritorio y me rodea con sus brazos. El gesto me toma por sorpresa, no esperaba esto, no de él.
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Editado: 24.09.2020