La luz que se filtraba por los innumerables agujeros en el techo, la despertaron.
"Un día mas" pensó.
Gimiendo de dolor, se incorporó y miró a su alrededor. Ya con la luz del día, pudo ver mejor la cabaña destartalada en la que ahora vivía.
Estaba llena de agujeros y una pared estaba a medio caer. Además de sucia y maloliente, pero no estaba tan mal.
Levantándose del jergón, miró hacia el exterior. El paisaje era asombroso pero desolador. Esto le recordó su soledad.
Si moría aquí, nadie se daría cuenta. Si enfermaba, nadie acudiría en su auxilio. Volvió a curar con mimo sus heridas y después de un rato, observó a su alrededor.
Si este era su hogar ahora, debía a pasar frío nuevamente. Así que, lentamente, a causa de sus brazos adoloridos, tapó con lo que pudo las ventanas y atracó bien la puerta. El viento la hacía mecerse y soltaba un chillido que le crispaba los nervios.
Limpió el suelo y se procuró acomodar su lecho en un buen lugar en un rincón. Sacó los escombros al exterior y rebuscó en busca de algo que pudiera servirle. Después de añadir más troncos al fuego, se sentó frente a él a comer un poco de pan.
Dos heridas que tenía en los brazos habían comenzado a sangrar nuevamente a causa del esfuerzo, así que se dispuso a curarselas de nuevo.
Durante tres días estuvo arreglando aquél lugar. Apenas podía levantar alguna cosa sin que le dolieran las costillas pero poco a poco, su nueva casa ya estaba limpia y un poco reparada. Después de haber tapado las ventanas, el calor del hogar había calentado todo el espacio y aunque en el techo aún habían agujeros, estos no eran tan grandes.
Le preocupaba que algún bicho quisiera entrar por ellos, así que salió al exterior y los cubrió con un poco de ramas secas que encontró. Puso algunas piedras encima para que el viento no se las llevará.
Le preocupaba que si llovía, podía inundarse la casa pero por ahora, era mejor no pensar en eso.
Su momento de desesperación llegó cuando notó que el alimento se había acabado. Rebuscó y rebuscó y nada encontró.
-¡Diantres!- exclamó, exasperada.
¿Que haría ahora?
Tomó la navaja que le habían dejado y salió al exterior. Era media tarde, aún había luz pero ya estaba por anochecer.
Divagó por los alrededores de la cabaña en busca de alimento pero era demasiado ruidosa y torpe para cazar algo. Nadie le había enseñado como hacerlo y ella jamás pensó en hallarse en necesidad de hacerlo.
Tomó algunas bayas salvajes y las devoró deseando que no fueran venenosas. O pensándolo bien, daba igual si lo eran.
Agotada y hambrienta, Siguió intentando cazar algo. Pero era en vano. Era muy torpe. Hasta el más tierno conejito se le escapaba.
- ¡Moriré de hambre!-se lamentó.
Pero un gruñido bastante familiar la asustó. Se giró y estuvo a punto de desvanecerse. Los colmillos afilados de un lobo la mantuvieron inmóvil. Era solo uno pero sabía que casi siempre cazaban en manada y no sé equivocó. Pronto llegaron dos más.
Saliendo de su shock, comenzó a retroceder, lentamente.
Los tres lobos se encaminaron hacia ella con gestos fieros y amenazadores.
El sólo pensar en que esos colmillos afilados se incrustarían en su piel, destrozándola, la hicieron palidecer.
Sin pensarlo, corrió. Lo cual fue un tremendísimo error.
Los lobos la persiguieron sin piedad. En su miedo y prisa, se alejó sin proponérselo de la cabaña y adentrándose en las tierras altas, solo pensaba en sobrevivir.
Tropezando con las faldas, resbaló pero se incorporó rápidamente antes de que los terribles animales, que le pisaban los talones, la alcanzaran.
Apenas podía respirar, y el dolor en sus costillas la sofocaba. La debilidad de su hambre, ya comenzaba a tomarle factura.
Sonrió con pesar. Su padre ya podría dormir tranquilo. Su única hija moriría devorada por lobos como él siempre deseó.
Uno de los lobos alcanzó a rasguñarle una pierna y ella soltó un grito desgarrador.
El grito alertó a una comitiva de Highlanders que pasaba cerca. El laird, a lado de sus fieros guerreros, miró, atónito como una mujer era perseguida por un trío de lobos hambrientos. Sin necesidad de pensarlo, acudieron en su ayuda. Los guerreros azuzaron los caballos y se acercaron a donde la mujer estaba.
La chica cayó, tropezando con sus faldas y los tres lobos se le echaron encima. Los gritos de dolor y de desesperación de Lioslaith resonaban en toda la llanura. El dolor que sentía ante las mordidas de aquéllos animales era indescriptible y cuando creyó que moriría, escuchó los chillidos adoloridos de los animales y sintió que dejaban de atacarla.
Los highlanders miraban atónitos a aquella chica de lujosos vestidos cubierta en sangre. ¿Que hacía una mujer como ella por ahí?
El Laird ordenó buscar a sus acompañantes y dos jinetes fueron en busca de ellos.
-No...-gimió ella-No hay nadie...
-¿Estas diciendo que te encuentras sola por estos lares, muchacha?-le increpó uno de ellos mientras le limpiaba las heridas.
-Si, Señor...
Los hombres se miraron entre sí.
El Laird miraba a la muchacha sin decir nada. Su piel pálida y sus cabellos rojizos le recordaban a su pequeña hermanita Aileen.
-Señor, se encuentra muy golpeada y herida.-le indicó Andrew.-Sus golpes no son recientes.
-Dijiste que te encontrabas sola, muchacha-dijo el Laird.-¿Quién te ha golpeado entonces?
-Mi ex marido...-suspiró la chica antes de caer en la insconsciencia.
El Laird Blake Mcdougall la observó desvanecerse.
Los hombres, asombrados se miraban entre ellos. Todos se preguntaban sobre que estaría haciendo aquella mujer sola. No parecía ser una fulana. Por la manera en la que hablaba, se notaba que tenía educación y modales.
Blake miró a su alrededor en busca de posibles acompañantes pero la llanura se encontraba sola y volvió a mirar a la mujer.