Valentina
El suave llanto de Sofía me despierta a las 6 de la mañana, marcando el inicio de un día que nunca hubiera imaginado. Mis ojos se ajustan a la luz tenue que se filtra a través de las cortinas, y abrazo a mi pequeña, buscando consolarla con el arrullo materno que ha sido mi refugio y suyo desde que nació.
—Buenos días, mi amor. ¿Por qué esos ojitos están llorosos hoy?
Nos levantamos juntas, enfrentando la nueva mansión que ahora llamamos hogar. Aunque la elegancia silenciosa del lugar es impactante, sé que es un símbolo de la nueva realidad que estamos construyendo, una que nunca anticipé.
No es lo que soñé para Sofía y para mí, pero tenemos que seguir adelante.
Mientras baño a Sofía, escucho un suave golpe en la puerta. Al abrir, me encuentro con Gabriel parado en el umbral.
—Hola, Gabriel. Pasa, por favor —sonrío.
Gabriel asiente con cortesía y cruza el umbral, ingresando con una expresión cálida.
—Espero no interrumpir.
—No para nada. ¿Necesitas algo?
—Solo quería asegurarme de que estén bien. Vi la luz bajo la puerta y pensé en pasar.
—Sofía y yo estamos bien, gracias. Estábamos solo disfrutando de un relajante baño.
—Me alegra escucharlo. Si en algún momento necesitan algo, no duden en decírmelo.
—Lo tendremos en cuenta, Gabriel. Gracias por tu preocupación.
Gabriel se despide con un gesto amistoso y se retira, dejándome con la sensación reconfortante de saber que hay alguien dispuesto a velar por nosotros en medio de estos tiempos turbulentos.
La tarde avanza lentamente mientras Sofía juega en la habitación, creando pequeños rastros de risas que llenan la mansión. Me sumerjo en la rutina diaria, cuidando de ella y tratando de establecer una sensación de normalidad en este nuevo capítulo de nuestras vidas.
En medio de este quehacer, la puerta de la habitación se entreabre, revelando la figura de Gabriel.
—Valentina, ¿tienes un momento?
—Claro, Gabriel. ¿Pasa algo?
Gabriel se adentra con una elegancia natural y se acerca, su presencia, llenando la habitación con una calidez que va más allá de las paredes de la mansión.
—Quería hablar contigo sobre algo. ¿Podemos?
—Por supuesto. ¿Qué pasa?
—Pensé que sería agradable salir un poco esta noche. ¿Te gustaría ir a cenar a un restaurante?
La propuesta de Gabriel me toma por sorpresa, y por un momento, siento una mezcla de emoción y nerviosismo. Salir a cenar parece tan mundano y, al mismo tiempo, tan lejano de la realidad que solíamos conocer.
—Eso suena encantador, Gabriel. Pero, ¿no crees que después de todo lo sucedido deberíamos quedarnos aquí?
—Entiendo tus preocupaciones, Valentina. Pero a veces, cambiar el entorno puede ser rejuvenecedor. Además, podría ser una oportunidad para dejar atrás por un momento todo lo que ha pasado.
Su perspectiva resonaba con una sabiduría reconfortante, y la idea de sumergirnos en la normalidad por una noche era tentadora.
—Tienes razón. Salir podría ser bueno para Sofía y para mí. Aceptamos tu invitación.
—Perfecto. He reservado en un lugar encantador. Será nuestra pequeña escapada.
La noticia de que Gabriel ha organizado todo con anticipación me sorprende gratamente. Mientras continúa explicando los detalles de la reserva y cómo nos prepararemos, siento que la anticipación comienza a reemplazar la incertidumbre.
La noche llega lentamente, y mientras me arreglo y preparo a Sofía, siento una mezcla de nervios y emoción. La idea de salir con el senador, no como un empleador, sino como alguien con quien compartir una cena, agrega una capa adicional de complejidad a nuestra relación.
Finalmente, cuando estamos listas, Gabriel nos espera en la puerta, una sonrisa amigable iluminando su rostro.
—Listas para una velada especial.
El suave rugido del motor llena el interior del auto mientras nos desplazamos por la ciudad en la noche. Gabriel, al volante con destreza, mantiene una conversación ligera que fluye como una melodía suave en el fondo.
—¿Cómo te sientes, Valentina? —pone su mano en mi pierna.
—Sinceramente, un poco emocionada. No esperaba salir esta noche.
—A veces, las sorpresas inesperadas pueden ser agradables.
La ciudad iluminada se extiende frente a nosotros, sus luces titilando como estrellas urbanas. Sofía, en su silla de seguridad, observa curiosa el paisaje nocturno.
—¿Qué tal estás, princesa? ¿Te diviertes? —mira a Sofia.
Sofía responde con un pequeño balbuceo, sus ojos brillando con la chispa de la inocencia. Gabriel, en un gesto espontáneo, alcanza un juguete que tenía preparado en el asiento trasero.
—¿Quieres jugar, Sofía?
Sofía acepta el juguete con entusiasmo, y Gabriel comienza a jugar con ella, creando un vínculo instantáneo a través de risas y sonrisas. Observo la escena con el corazón lleno, sintiendo una conexión más allá de los roles definidos.
—Gracias por ser tan amable con ella, Gabriel.
—No hay de qué. Sofía es encantadora, y verla sonreír es contagioso.
La conversación se torna más personal mientras avanzamos por las calles iluminadas. Gabriel comparte anécdotas sobre su infancia, revelando capítulos de su vida que normalmente permanecen ocultos detrás de la figura pública.
#3810 en Novela romántica
#1124 en Chick lit
celos amor destino amor verdadero, amor romance humor, madre joven soltera
Editado: 13.03.2024