Gareth
—¿Por eso te quedabas en el camarín en lugar de ir a verme cantar en el escenario? —inquiero desde la puerta del vestidor, de brazos cruzados.
Al principio creí que habían comenzado a salir después de nuestra ruptura, pero en cuanto vi el anillo de compromiso en su dedo supe que no bastaban unas semanas para conocer lo suficiente a alguien y aceptar pasar el resto de tu vida con él. Ellos tenían una historia de amor detrás de la mía, que no era más que una farsa.
Quiero meter mi cabeza dentro de una licuadora por jamás haberlo notado. Ahora los pequeños gestos se convierten en pistas innegables.
—No es como si nunca te hubiera visto, pero después de la segunda vez, cuando ya me sabía todas tus canciones de memoria y no estaba de ánimo para estar entre tus groupies mientras te arrojaban sus sostenes, decidí parar —dice desde la escalera al sacar una caja de zapatos que ni siquiera sabía que tenía aquí—. Me aburrí, entiéndelo.
—Esa no es excusa para serme infiel con mi mejor amigo y mánager —espeto con enojo. Desciende y saca dos vestidos de sus perchas—. Ex mejor amigo y mánager —corrijo, negando con la cabeza, incrédulo—. Hubiera entendido si no querías acompañarme a todos los conciertos, ¡hasta que me hubieras dejado si te sentías así! Pero, ¿esto? ¿Que tú me besaras y tuvieras sexo conmigo justo después de tirártelo y que él me estrechara la mano y dijera lo orgulloso que estaba después de meterte la lengua hasta quién sabe qué lugar? Carajo, Sadie...
No contesta, pasa por mi lado hasta la habitación donde tira sus cosas dentro de una caja.
—¿No vas a decir nada al respecto? —provoco, porque necesito que me grite y pueda desahogarme regresándoselo—. ¿Ni siquiera una discul...?
—¿Una disculpa? —escupe. En sus ojos marrones brilla la cólera—. ¡Lo hubiera hecho, pero ¿crees que siento remordimiento luego de lo que le hiciste a Dove Bröndel?! —Regresa sobre sus pasos hasta estar frente a mí. Me señala con el índice mientras su pecho sube y baja con respiraciones superficiales—. Te mereces más que una infidelidad, Gareth.
—Estaba borracho —digo entre dientes.
—No es una justificación y lo sabes.
—No presentó cargos, no hice nada malo —insisto y trato de borrar la imagen de mi cabeza.
—¿Eso te dices por las noches para dormir tranquilo? —Se burla, aunque hay seriedad e incluso dolor en su voz.
—Lo digo porque es la verdad.
Rodeo su muñeca con la mano y alejo su dedo acusatorio de mí. Contiene el aliento cuando la toco. Por un momento, creo que su ira y repugnancia hacia mí se evaporan. Me mira de la misma manera en que lo hacía los sábados a la madrugada, cuando después de una presentación nos metíamos en la tina y no salíamos de ahí hasta tener la piel como un par de pasas.
—Suéltala si no quieres que te rompa la puta mano. —Orson hace añicos nuestro momento cuando atraviesa la puerta del cuarto con una guitarra en mano.
Sadie se zafa de mi agarre y va a su lado. La furia vuelve a adueñarse de su rostro, pero la de Orson alcanza otro nivel. Maldita escoria, creí que era mi amigo, pero al primer problema huyó como un cobarde.
—Suéltala si no quieres que haga desaparecer ese bronceado tan lindo que tienes —amenazo y hago un ademán con la barbilla a la guitarra.
—Yo te regalé esta, considéralo como un reembolso por el calvario que nos hiciste pasar con tus idioteces —replica con una sonrisa maliciosa.
Sadie frunce el ceño, en desacuerdo con el término «idioteces», pero se queda callada.
—Y yo fui el que te dio un salario por demás de bueno en primer lugar, para que pudieras pagarla. —No le doy tiempo a reaccionar, con dos zancadas ya estoy por quitársela, pero no cede.
Exhalamos tensión a través de los poros. Sadie fija su mirada en mí, aconsejando que retroceda, pero no voy a dejar que me quiten mis cosas después de saber que estuvieron jugando conmigo por tanto tiempo. Lo material es todo lo que me queda, no me desprenderé de él, mucho menos cuando me lo gané de forma honesta.
Orson apenas tiene cuarenta. Consume más proteínas que agua y, si por él fuera, dormiría sobre una caminadora con unas pesas de almohada. Cuida mucho su apariencia, apenas le ha salido una cana en cuatro décadas y no duda en pasarse por el salón de belleza cuando puede, pero por más atractivo que se vea para mi exnovia o cualquier mujer, lo exterior no compensa lo interior. Antes aceptaba ciertas actitudes porque éramos camaradas, pero si algo bueno sale de los líos personales es que uno ya no tiene que aguantar la porquería de nadie al pasar la explosión.
Perder a una persona vale la pena si encuentras paz a cambio.
—Vámonos, déjalo que la conserve —interviene la morena con su mano sobre la de él—. No vale la pena.
A regañadientes la suelta. Sadie va por la caja con sus cosas y se detiene por él en la puerta, esperando que la siga, pero continuamos con los ojos sobre el otro. Sé que me detesta, pero no creo que lo haga por lo que muestran en los medios. Su aversión es profunda, lo que me hace preguntarme por cuánto tiempo ha estado guardándome rencor.
—Una guitarra no, pero esto si lo valdrá —sentencia.
Sin darme tiempo a reaccionar, su puño hace contacto con mi rostro.
*
—Más lento, hombre —advierte una voz femenina cuando abro los ojos.
Con la vista borrosa trato de incorporarme, pero me empuja con gentileza de vuelta al piso, donde apoyo la cabeza con un quejido. Siento que acaban de abofetearme con ladrillos y me duele la espalda por estar tirado aquí por quién sabe cuánto tiempo.
—¿No te gusta rápido? —digo, aún algo desorientado y aturdido.
Ríe. La figura se centra y veo a Alodie arrodillada a mi lado, presionando un paquete de lentejas congeladas contra mi mejilla —debí revisar el freezer, ahí había más comida—. La luz que entra por el ventanal es de una calidez apagada, así que asumo que está atardeciendo. Si las matemáticas no fallan gracias a que Orson no desplazó nada importante en mi cerebro, he estado desmayado por al menos medio día.