Una luz difícil de encontrar

8. Caliéntame (globalmente)

 Alodie

—¿Quién es esa perra?

El doctor Lyon Chomsky sonríe y los glaciares se derriten en algún lugar.

—Te presento a Cosa. —Hace un ademán a su labradora.

Capitán Isvaldo ya está olfateando su trasero.

—¿Le pusiste Cosa a tu mascota?

—Cuando no sabes o recuerdas cómo se llama algo te refieres al objeto como cosa. En su momento no supe cómo ponerle, así que me pareció una alternativa válida. Curiosamente nos olvidamos de cómo se llaman las cosas pero no de la palabra cosa.

Le doy puntos por originalidad y practicidad.

Cosa le gruñe a Isvaldo cuando su hocico excede el límite establecido que un hocico perruno puede alcanzar de otro trasero perruno. Lyon aprovecha para quitarle la correa y yo para apreciar la ajustada camiseta deportiva que lleva. Sin embargo, mi atención queda en el bulto de sus pantalones de gimnasia. Me pilla y sigue la línea de mi visión antes de reír.

—Lamento decepcionarte. —Saca del bolsillo una pelota de tenis y el bulto desaparece.

Finjo decepción y se la quito para hacer que rebote en el césped. Isvaldo y Cosa enloquecen. Ella lo triplica en tamaño y temo que cuando salte lo aplaste. Lanzo la pelota lejos y nuestros acompañantes corren como Carly lejos de Marine cuando le dice que es hora de bañarse.

Espero que Jones tenga mejor conciencia higiénica que su hermana.

—Bueno, ya sabes, lo que importa es que funcione. Todos los extremos son malos, eso es lo que dicen los doctores, ¿no?

—¿Podemos fingir que no soy doctor durante esta cita? Siento que me categorizas y soy más que un doctor.

Me tiende un brazo para que lo entrelace con el mío. Como ya no hay más glaciares, los océanos se evaporan encantados con su caballerosidad.

—Espero que con ser más que un doctor te refieras a que eres un multimillonario.

Me gusta medir a la gente. Si alguien es capaz de manejar una de mis bromas desde el principio sé que entenderá mi sentido del humor. No tiene precio encontrar a uns persona que sepa seguirme la corriente. Mucha de la compatibilidad entre dos personas reside en la complicidad que pueden compartir.

—Te decepcionaré por segunda vez en menos de diez minutos. Soy millonario, no multi.

No sé si lo dice en serio o no, pero me da igual.

—No es lo que buscaba, pero puedo ser flexible. —Me encojo de hombros.

El sol se filtra entre las copas de los árboles dividiendo su rostro en porciones de luz y sombra mientras caminamos por el sendero empedrado, entre corredores, niños en patines y entes perrunos. Él sonríe a los pequeños con un cariño innato. Marine y yo visitábamos el parque casi todos los días antes de que se casara. Luego nuestras salidas se redujeron porque Fabricio es alérgico a las flores, las abejas, los gatos, el polen y a como quince cosas más. También a las personas. Es un anti-sol que se la pasa encerrado leyendo y solo pisa la calle de noche, pero lo queremos a pesar de su vampirismo.

—Además de ser una interesada que acecha multimillonarios, ¿qué haces en tu tiempo libre?

Capitán Isvaldo corre hacia nosotros con la pelota entre los dientes. Cosa viene detrás e intenta morderle la cola para que la suelte. Lyon me suelta para ponerse en cuclillas, tomar la pelota y lanzarla otra vez, no sin antes acariciar a ambos detrás de las orejas.

—Vendo libros usados.

—¿Por qué usados?

—Porque la gente tiende a tirar a la basura lo que es viejo solo porque ya no les sirve, pero no piensan que tal vez le pueda servir a alguien más.

—¿Y por qué libros?

—Los doctores ayudan a las personas, pero también son personas. Necesitan ayuda a veces. Los libros ayudan a las personas, pero primero necesitan que alguien los ayude a llegar a manos de esas personas.

—Para ser alguien que lee mucho no conoces muchos sinónimos para la palabra persona.

—Recurrí a la repetición por énfasis —justifico.

Se echa a reír y tiemblan todos los continentes. Me gusta que me ofenda sin ofenderme y que se tome mis ofensas falsas como eso: algo falso. Hay gente que se siente atacada por cualquier comentario. Aunque entiendo que hay temas con los que no se puede bromear, si se toman absolutamente todo a pecho la vida queda reducida a peleas y carencia de risas.

Cosa y Capitán Isvando regresan. Esta vez ella tiene la pelota. Está tan emocionada que no reduce la velocidad y antes de que pueda reaccionar estoy tirada en la piedra y con un codo raspado.

—¡Tu Cosa me partió el trasero en dos! —acuso.

Lyon se lleva el índice a los labios cuando un grupo de padres obliga a sus hijos a patinar más rápido, horrorizados por mis palabras. Le lanzo una mirada de «¿Ves por qué la gente común no le pone Cosa a su mascota?» mientras me ayuda a ponerme de pie. Me invita a sentarme en la banca más cercana.

—Al menos ellos no están decepcionados por el tamaño de mi acompañante sureño —dice al examinar mi codo por instinto.

Su toque es tan generoso que estoy por pedirle que vayamos a un lugar privado y me revise el trasero de verdad.

—¿No te dio vergüenza? —indago.

Una de las razones por las que mantengo las relaciones casuales es porque todos los casi novios que tuve señalaron que los avergonzaba de una forma u otra, ya sea frente a sus padres, en el trabajo o en un restaurante. Mi forma de hablar no les parecía apropiada para algo a largo plazo y mi lengua no es algo que pueda controlar ni tenga por qué.

El doctor Chomsky —debí verlo venir— saca una curita de caricaturas de su bolsillo. No me sorprende que sea precavido, pero sí que me mire extrañado por la pregunta.

—¿Qué cosa?

—Yo. ¿No te dio vergüenza que la gente malinterpretara el comentario?

—Es su problema si lo malinterpretan, no tuyo, y digamos que es mi culpa haberle puesto Cosa a Cosa.

—Tiene razón, Doctor Chomsky. Es su culpa. Quiero un reembolso de mi dignidad.




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