Alodie
Tres botellas de cerveza caen desde el cielo, golpean las rocas y estallan en una lluvia de filos y alcohol. Mi sobrina grita y Gareth pierde el equilibrio. Todo mi peso cae sobre mi hombro izquierdo y gimo ante el dolor. La arena me raspa la piel y los trozos de las botellas se clavan en mis palmas cuando tomo impulso para incorporarme.
Carly se retuerce a unos metros. Llora tan fuerte que el corazón no se me sale del pecho solo porque es consciente de que tiene que seguir bombeando para que pueda llegar a ella. El pánico me corta la respiración y me bloquea por los segundos que recorro con los ojos la salpicadura de sangre en su vestido. Es Gareth quien me trae de vuelta a la realidad, arrodillado a mi lado para inspeccionar las heridas de la cría.
—Son cortes superficiales. Estarás bien, Carly... —Pasa uno de sus brazos bajo sus rodillas y otro a lo largo de sus hombros para alzarla—. Sé que duele, pero pronto dejará de hacerlo, ¿sí?
El llanto de la niña se apacigua, pero mi enojo crece hasta alcanzar el tamaño de mi preocupación o sobrepasarla. Me pongo de pie y miro hacia la montaña rocosa donde está la casa en construcción. Cuatro figuras borrachas nos señalan y gritan cosas ininteligibles.
—¡¿Qué diablos está mal con ustedes?! ¡Un corte en la yugular o en la femoral y nos hubiéramos desangrado en minutos! ¡O nos podrían haber quitado un ojo, par de idiotas! ¡Llamaré a la policía!
Me ira bulle como agua al fuego. Avanzo a través de la playa para subir hasta allá arriba y lanzarlos como hicieron con las botellas cuando Gar se interpone. Sus ojos verdes piden que me tranquilice y que nos larguemos de aquí, pero no puedo ignorar que Carly podría haber salido más lastimada de lo que está.
—¡Mejor que tú y la niña sangren por un par de cortes pero se alejen de él a que el desgraciado les quite la virginidad a ambas a la fuerza! —grita uno al derrapar por la escarpada.
La indignación y la cólera me aprietan la boca del estómago en un nudo y me hacen olvidar del dolor físico.
—Alodie, por favor, vámonos —suplica el moreno y echa un nervioso vistazo sobre su hombro, hacia las figuras que están cada vez más cerca.
—Están enfermos... —susurro al relamer el desagradable gusto de las gotas de cerveza en mis labios—. ¡Están enfermos!
Gareth se las ingenia para tirar de mi codo hacia el lado opuesto, aún con Carly en brazos, pero los hombres se acercan hasta rodearnos. Tienen aproximadamente mi edad y están uno más borracho que el otro. Solo el maldito que abrió la boca sonríe entretenido, los demás me sorprenden al estar tan serios y enojados como yo, pero no me miran a mí.
—¡Están locos, miren lo que le hicieron a mi sobrina!
—Loca estás tú por juntarte con este pedazo de escoria, mujer. —El más alto señala con el mentón a mi acompañante—. No somos nosotros por los que debes preocuparte de que hieran a la niña.
Odio lo que insinúan. Odio que se estremezca cada centímetro de mi piel por lo que dicen. Me giro y apoyo la mano en la espalda de Gareth para guiarlo lejos. Sin embargo, ellos no nos dejan. Uno se acerca y hace el intento de quitarle a Carly de los brazos. Argumenta que solo quiere protegerla, por lo que lo empujo con rabia.
—¡Aléjense! —espeto al empujar al segundo que lo intenta—. Ya hicieron suficiente, ebrios de mierda.
—Solo queremos llevar a la niña a urgencias. Está asustada y los vidrios la hirie... —comienza Gar en tono neutro, cauteloso de que no se filtre emoción alguna en su voz, lo cual me extraña.
—¿A urgencias? ¿Seguro que no quieres llevarla a una fiesta y drogarla? —El gracioso del primer comentario saca su teléfono y empieza a grabar.
Gareth cubre el rostro de Carly, que se aferra a su camiseta en silencio, atemorizada. Pienso en lo rápido que debe estar latiendo su pequeño corazón, tal como el de un colibrí, y me regaño por dejarme llevar por mis sentimientos y no ponerla primero. Él tiene razón, lo importante es sacarla de aquí y alejarla de estos imbéciles.
Recojo el pico de una de las botellas y lo sostengo en alto. Ellos retroceden. Abren un camino por el que avanzamos con rapidez, pero el de la cámara trata de filmar nuestros rostro de cerca.
—¡He dicho que se alejen, ¿hablamos distinto idioma o qué?! ¡Tú, deja de grabar!
—Cuando tienes dinero puedes hacer lo que quieras, siempre te saldrás con la tuya como el gran Gar Glance, ¿verdad? —me ignora.
Doy un manotazo al teléfono y la pantalla cruje al hacer contacto con uno de los caparazones de caracol.
—¡Solo queríamos ayudarte! —Es lo último que oigo gritar a uno—. ¡Después no llores si...!
Los sollozos de Carly cubren las palabras del extraño mientras llegamos donde la arena roza el pavimento y Gareth la pasa de sus brazos a los míos para quitar el candado de la motocicleta. Le pone suavemente el casco antes de montarse en el asiento y hacer rugir el motor. Me subo tras él y abrazo a Car con cuidado de no tocar sus heridas.
—Arranca.
No sé cuánto tiempo estamos sobre la moto. Intento distraer a Carly contándole historias de cuando Marine y yo éramos pequeñas porque le encantan. Rememoro la vez que el tío Cherry nos enseñó a disparar y en mi turno le di al neumático de su camioneta sin querer. Ine se volvió loca porque vivíamos alejadas de la ciudad y me sacudió diciendo que si había una emergencia tendríamos que pedalear hasta el hospital. No pudo pegar un ojo en toda la noche y yo me reí por días. Sin embargo, es como si en lugar de escuchar mis palabras Carly oyera una y otra vez el estallido de las botellas. Su llanto se extingue, pero gimotea como si cada respiración fuera un golpe en el estómago.
Mi angustia crece.
Gareth ni siquiera llega a frenar cuando me bajo en el estacionamiento del hospital. Deja caer la moto con un estruendo y me la quita de los brazos porque es más rápido y en cinco zancadas ya está cruzando las puertas —¿sus zapatos quedaron en la playa?—. Le piso los talones cuando mis ojos se encuentran con los de Lyon, quien habla con otro doctor en el corredor. Al vernos deja a su colega y corre hasta a Gar para inspeccionar a la niña.