Gareth
El sonido del elevador me obliga a dejar el tazón de cereal —mi poco nutritiva cena— sobre la mesada y atravesar la sala. A menos que Nicolette y Chris estén ocupados estudiando las distintas partes de la lengua del otro, no deberían permitir que nadie suba. Sadie y Orson, las únicas personas que creo que tendrían un motivo para venir, ya están en la lista negra luego de su última visita. Mi madre jamás aparece por aquí y Tam avisaría que está de camino para que baje la tapa del retrete y le diga de qué comida dispongo.
Si llegara a darle cereal para cenar me asesinaría.
Cuando las puertas se abren es Alodie la que sale del elevador. No vacila y, mientras la confusión me aturde, lanza su bolso al sofá.
—No me iré hasta que me cuentes qué demonios pasó, Gareth. —Se saca el abrigo—. ¡Mi patio parece un mar de consoladores, porque sí, los micrófonos me recuerdan a los consoladores! ¡Me acosan los reporteros, mi negocio cae en picada, me secuestran supermodelos en sus superautos y mi hermana no quiere que esté cerca de mis sobrinos! —Se cruza de brazos—. Dime que, al menos, hay una buena razón por la que está pasando esto. Cuéntame si poner patas arriba mi vida le dará justicia a alguien al final, porque si ese es el caso, te diré que te odio, me marcharé y aguantaré el peso de mis errores al dejar que te acercaras.
No encendí el televisor por miedo a toparme con eso: otra vida arruinada a costa de mis acciones. Esta Alodie no se parece a la mujer feliz que conocí la noche que me echaron del bar. No es libre para cruzar la calle y amenazarte con un biberón como solía hacerlo, y me duele porque conozco lo mucho que las personas pueden abrumarte para que contestes cosas que no sabes cómo contestar.
—No puedo contarte todo, pero debes confiar en mí.
—¿Y cómo voy a confiar en ti si no puedes decirme la verdad?
—Tal vez puedes hacerlo, precisamente, porque no estoy dispuesto a contarte una mentira.
Oprime los labios y niega con la cabeza. Sé que merece más, pero no puedo dárselo.
Tomo el tazón de cereal y la miro con una disculpa en los ojos antes de dirigirme a mi habitación. Creo que se irá porque se da cuenta de que es inútil insistir por una respuesta que no le di ni en la peor circunstancia, con Carly en el hospital.
—¿No quieres saber lo que planea Sadie? —Sus pisadas son fuertes al seguirme.
No me sorprende que fuera tras ella. Mi exnovia y Orson están sacando mucho partido de la situación: dan entrevistas por miles de dólares y sus seguidores aumentan por jugar a la victimización. Sus carreras despegan a costa de liderar un movimiento que no tiene fundamento porque jamás tocaría a nadie sin su consentimiento, pero una mentira sigue siendo alimento para la prensa.
Aplaudiría que defiendan a las verdaderas víctimas de abuso si no fuera porque sé que Orson es el que más fuerte se ríe con chistes machistas y porque Sadie siempre se quedó callada cuando una noticia parecida salía a la luz, decidiendo ser tibia para que las empresas no la tachen de problemática. Estoy seguro de que es empática, pero ¿por qué solo cuando la beneficia salta en defensa de otros?
—Porque está buscando a Dove —insiste.
—Pues no la encontrará. —Me siento al borde de la cama—. Ella no está interesada en hablar ni con Sadie ni con nadie.
—¿Por qué?
Me meto una cucharada en la boca. Alodie asume lo peor en el silencio que nos sigue. Lo noto en la forma en que da un paso atrás.
—No la soborné para que callara —digo al tragar, y me enoja tener que defenderme, lo cual no tiene sentido porque yo solo me metí en esta situación—. Dios, ¿cómo puedes creer eso?
—¡Es que no sé qué creer! —Abre los brazos, exasperada—. ¿Por qué no puedes decirme la verdad?
—¡Porque no es mi secreto para contar! —estallo.
Avergonzado por haberle levantado la voz, bajo la cabeza. El cereal comienza a verse borroso y maldigo por lo bajo. Estoy por llevarme otra cucharada a la boca para evitar echarme a llorar cuando se pone en cuclillas frente a mí y toma el tazón. Con cuidado de no derramar la leche, lo deja a un lado en la alfombra.
—Dime qué puedo hacer.
Me encojo de hombros, derrotado.
—¿Podrías abrazarme como si el mundo creyera que lo merezco?
Pedirlo en voz alta es patético y triste, pero estoy cansado de intentar ocultar lo difícil que es.
—Lo importante es saber si tú crees merecerlo, sin pensar en el resto —susurra y sus rodillas caen en la alfombra—. ¿Lo haces, Gareth?
Luchar contra las lágrimas es imposible cuando la suavidad de su voz es un tobogán que las invita a rodar fuera de mis ojos. Extiende una mano, insegura; las yemas de sus dedos rozan mi barba incipiente y se sobresalta como si el encuentro fuera electrificante. Mi corazón se lanza en una carrera contra sí mismo y, cuando su palma ahueca con firmeza mi mejilla, rompo a llorar como el niño que soy.
No tengo idea de cómo enfrentar esto. No sé cómo ser un hombre. Todos hablan de eso, pero nadie te explica qué demonios significa ser uno. ¿Y si no es tan importante? ¿Y si los términos están confusos y ser un hombre solo quiere decir que debes ser un buen ser humano? Alguien que es responsable, pero puede equivocarse; alguien que enfrenta los obstáculos, pero naturalmente se siente afectado por ellos; alguien que alza la voz, pero que también puede perderla.
Enmarca mi rostro con su toque gentil y me mira como si fuera una obra de arte que ha estado en un ático por años. Sopla el polvillo al depositar un beso en mi frente y tira de mí hacia ella. Mis rodillas golpean el suelo con cansancio y mis manos se cierran sobre sus muñecas para arrastrarse por los brazos que quiero que me rodeen toda la noche.