Una luz difícil de encontrar

16. Una pequeña osa polar

Alodie

Cuando despierto estoy en una cama en la que no recuerdo haberme acostado.

Estábamos en el piso. Él, con las mejillas todavía húmedas, se durmió sobre mi pecho. Me quedé recitando el poema hasta que la última lágrima se secó y mis manos memorizaron el recorrido de la caricia en su espalda. En algún momento, también me dormí, exhausta por un día lleno de revelaciones.

Las luces de la ciudad y la pequeña porción del océano que se veían a través de los ventanales ya no están a la vista. Gareth debió despertarse en medio de la noche para cargarme hasta la cama y cerrar las cortinas. Recuerdo cuando me dijo que le encantaba despertar con la luz del sol y le contesté que a mí me ponía de malhumor.

Aparentemente, él también recordó la conversación.

Giro en la cama, pero está vacía.

—Buenos días —susurra con voz ronca.

Me asomo al borde del colchón y lo encuentro en el piso, acostado sobre su estómago. Usa un brazo como almohada aunque se robó una de la cama. Tiene una manta envuelta alrededor de las caderas y sus ojos permanecen cerrados. Entre el sueño y la vigilia, extiende su brazo hacia mí. Enrosca sus dedos alrededor de mi muñeca y los míos lo imitan. Tomarse de las manos es íntimo, pero esto lo es incluso más; siento su pulso bajo las yemas de mis dedos y la forma en que nos sujetamos es la de dos personas que no se abrazan, sino que se aferran la una a la otra.

—No tenías que dormir en el piso —susurro conmovida.

Sus gruesas pestañas aletean con lentitud cuando abre los ojos. Inhala hondo y cuando exhala es como si el peso de todos los continentes cayera sobre su espalda. Al despertar, por un momento nuestra mente está en blanco. Somos libres de cualquier problema y existe la posibilidad de tener un buen día. Entonces, recordamos; el blanco se vuelve una tormenta gris y uno debe esforzarse en añadirle colores. Lo peor es que a veces el esfuerzo es en vano.

Tal vez durmió en el piso porque es un caballero. Tal vez lo hizo porque creyó que no me sentiría cómoda en la cama con él. Tal vez, porque no quería ser acusado de nada… Puede que sean todas las opciones. No sé si lo hizo por mí, por él o por los dos, pero lo hizo.

Y eso solo logra que le crea un poco más.

—Es mi primera vez —confieso para distraerlo, porque tengo el presentimiento de que me puede leer los pensamientos—. Debes ser gentil, ¿sí?

Su pulgar acaricia el interior de mi muñeca.

—¿Tu primera vez despertando con alguien?

No quiero decir en voz alta que corro fuera de la cama de los hombres antes de que salga el sol porque no estoy dispuesta a acostumbrarme a un placer que no durará.

—En ese caso… —Se levanta sobre uno de sus codos y ladea la cabeza para examinarme—. Tu párpado izquierdo sigue cerrado, tienes la marca de la almohada en la cara, tu maquillaje está corrido y tu cabello parece un nido de ardillas rabiosas. —Su sonrisa es pequeña—. Luces como una loca.

Me aparto el pelo de las mejillas.

—No sabía que las ardillas armaban nidos.

Se encoge de hombros.

—Y yo no tenía idea de que me gustaban las locas.

Me roba una risa, lo que hace que sus ojos brillen con gusto hasta que suena mi móvil. Está en el piso, junto a Gareth. Lo toma y aparta la vista de la pantalla al pasármelo. Reprimo una sonrisa por su sentido de la privacidad.

De: Lyon Chosmky

Hey, quería saber cómo estaban Carly y tú luego del accidente en la playa.

Vi en las noticias a toda la prensa acosándote. Puedes esconderte en mi casa si quieres. Cosa y yo estaríamos encantados.

Estoy aquí para lo que necesites, Al. 

—¿Es tu otra conquista? —Abraza la almohada.

Recuerdo la forma en que se miraron con el doctor y quiero preguntar cómo se conocieron, pero luego de verlo desmoronarse anoche creo que merece un respiro. Además, tengo que ir a hablar con mi hermana. Lo que dijo, o más bien no dijo, Fabricio sobre el tío Cherry salta como una publicidad incesante en mi mente.

—Fuiste tú el que no quiso estar conmigo —recuerdo, medio en broma y medio en serio.

Sonríe con tristeza.

—Créeme, lo deseaba más que nada.

*                                                                         

—¡¿Alguien puede abrirme?! —pido mientras golpeo la puerta de la cocina, que da al patio.

Usualmente no tiene el pestillo puesto, pero desde que somos carnada para los paparazzis asumo que tomaron esa precaución. Es eso o no querían que me escabullera dentro. Observo al perro de la familia sentarse a mi lado y mirarme con curiosidad, sin entender por qué no entro como siempre.

—¡Shhh! —reprocha la nana con cara de pocos amigos al abrir la puerta.

Susurro un «oops» antes de deslizarme dentro. Tiene a Jones acurrucado contra su pecho, quien da pequeñas patadas con la pierna izquierda. Nunca creí que un espasmo me resultaría adorable hasta ahora. Estoy a punto de inclinarme para depositar un beso en su frente cuando oigo pasos desde la escalera.

Ine aparece ajustando su bata, con una toalla envuelta alrededor del cabello. Gotas de la ducha todavía se adhieren a su piel cuando frena con cautela e inhala hondo. Usualmente sabe reconocer cuando alguien está cerca ya sea por su voz, por su perfume o por sus pisadas. Tiene mejor oído y olfato que el Capitán Isvaldo.

—Alodie, por favor, ya lo hablamos. —Suspira frustrada de que haya roto su tranquilidad.

Ruby enarca las cejas al mirarme. Es su forma de decir «buena suerte, chica, la necesitarás», antes de dirigirse a la sala. Al pasar junto a Marine le aprieta el hombro y le susurra algo que no logro oír.

—Fabricio me pidió que lo vaya a recoger al aeropuerto el sábado. —Me aclaro la garganta—. ¿Te gustaría que te lleve a ti y a los niños a darle la bienvenida?

Se relame los labios. Sus hombros están tensos. Sé que odia necesitarme para conducir y que es consciente de que, aunque puede, es mucho trabajo llevar en un taxi consigo a un recién nacido y a una niña pequeña a un aeropuerto donde debe pedir indicaciones y usar su bastón mientras amamanta.

Tal vez una parte de ella cree que hago esto para aprovecharme de la situación. No lo hago, pero es inevitable tener esperanza. Esta era mi excusa para que no me cerrara la puerta en la cara hoy, aunque si lo hubiera hecho habría puesto un pie en el medio.

—No, gracias por la oferta, pero podemos tomar un taxi.

—Ine, por favor… —suplico—. Sé que estás molesta conmigo, pero déjame ayudar. No pido que me perdones, solo que aceptes una mano.

Me da la espalda para abrir la heladera y sacar una botella de agua. En el silencio me debato sobre si debo preguntar sobre Cherry. No quiero presionarla, pero si en dos décadas no me lo contó, ¿piensa hacerlo algún día?

—Entiendo por qué reaccionaste como lo hiciste —digo con cautela, acercándome a la mesada—. Siento mucho haberte hecho pasar por eso.

No hace falta que aclare que hablo del tío Cherry. Mantiene la puerta de la heladera abierta más tiempo del necesario. La luz afila su perfil y noto que cierra los ojos un segundo. Exhala aire con un temblor antes de ir hacia la alacena y tomar un vaso.

—¿Qué te contó Fabricio? —pregunta con calma.

Me siento en el taburete con los ojos fijos en su rostro. Espero que se venga abajo. Que llore frente a mí por todas las veces que debió hacerlo a escondidas.

—Se le escapó. Solo dijo que debía ser más comprensiva con tu reacción, y tenía razón.

Ahora muchas cosas cobran sentido. El por qué no habla de nuestra infancia y jamás pronuncia el nombre del tío Cherry. El por qué cada vez que me pasaba a su cama me devolvía a la mía —¿durante cuánto tiempo ese hombre entró a nuestro cuarto cuando me dormía?—. El por qué Marine odia el café, siendo la bebida favorita del tío y la que me enseñó a preparar. El por qué estuvo alterada cuando desinflé el neumático en un tiro equivocado. ¿Creyó que él se descargaría con ella? ¿Lo hizo? ¿Por qué nunca lo vi?

Se sirve agua. Su mano no vacila mientras se sienta en el taburete frente a mí y bebe. En su tranquilidad encuentro la respuesta a mi última pregunta: «no viste nada porque te protegí para que no lo hicieras, Al».

Siempre cuidó de mí, pero no tenía idea de que se sacrificó tanto. Jamás tendría que haber sido acorralada en una situación que le demandara eso, pero lo hizo. Si una escoria es capaz de abusar de una niña, ¿qué le impide no hacer lo mismo con la otra?

Marine intervino. Lo sé. Se entregó para que yo no tuviera que vivir esa clase de dolor.

—Cuando escuché sobre ese hombre en la tele… —Baja el vaso y le da pequeños golpecitos—. Volvió todo a mí, Alodie. Gareth se convirtió en el tío Cherry.

Extiendo la mano a través de la mesada para agarrar la suya, pero sus siguientes palabras me dejan helada:

—La idea de que mi hija tuviera que pasar por lo mismo me… —Sus ojos se cristalizan y niega con la cabeza: asqueada, furiosa, rota—. ¿Sabes qué es lo peor de ser abusada? Que el pensamiento de que podrías revivir ese tipo de dolor nunca te abandona. Las secuelas son como una enredadera, alcanzan y asfixian cada parte de tu vida. No puedo describir lo avergonzada que me sentía... Cuando conocí a Fabricio tuve miedo de que se alejara porque no pudiera darle la certeza de que tendríamos sexo. Estaba aterrorizada de que llegara el momento y él no se detuviera si se lo pedía, que fuera igual que… —Ni siquiera puede pronunciar su nombre—. Pero eso no sucedió. Porque no todos los hombres son malos, lo sé, pero ¿puedes culparme por desconfiar?

Tomo su mano. La aprieto. Quiero derribar el mundo y rehacerlo desde cero para ella; que su aflicción se haga trizas y no pueda ser reconstruida por nadie.

—¿Sabes qué hizo cuando se dio cuenta que algo me había sucedido? —Sorbe por la nariz—. Me ayudó a ponerme la ropa otra vez y me abrazó tan fuerte que todo a nuestro alrededor empezó a parecerme débil. El temor, también. Me distrajo contándome que en su último viaje al Ártico habían encontrado a la cría de una osa polar. Estaba lastimada. La caza furtiva rusa siempre ha sido un problema y creyeron que se habían llevado a la madre, quien protegió a la bebé para que conservara su vida y su libertad. Rescataron a la cría y la nombraron Carly, que significa «mujer libre».

Creía que había escogido ese nombre para su hija porque le gustaba. Nunca me pregunté si existía un significado más profundo.

—Conoces a Fabricio. —Pone los ojos en blanco y ríe de forma triste pero cálida—. Puede hablar durante horas sobre su trabajo, y mientras lo miraba todavía apoyada en su pecho me di cuenta de que él nunca me haría esa clase de daño, así que lo callé de un beso a modo de agradecimiento y me quite yo sola la ropa en esa ocasión, porque quería. —Aprieta mi mano de regreso y su voz se quiebra—: Lo único que necesitaba era una persona que me dijera que mis límites no eran invisibles, que me veía y me respetaba.

Mis lágrimas emprenden una carrera por mis mejillas. No quiero alimentar su dolor, por lo que opto por hacer lo que mejor se me da: chistes en situaciones donde no debo bromear.

—Y pensar que ahora te falta el respeto pero con consentimiento, tengo un gran cuñado. —Me esfuerzo para no desmoronarme. Agradezco que no pueda verme y sonrío cuando se sonroja—. Marine, por favor… Las paredes son delgadas. Oigo cómo le pides que te llame en la cama, te gusta que te traten como una…

—¡Puede que sea algo guarra! —chilla entre risas, rebalsada de emociones, con los ojos todavía cristalizados—. Pero solo con él.

—Siempre con él —susurro.

Me pongo de pie y rodeo la mesada hasta quedar frente a ella. Ahueco su rostro entre mis manos y deposito un beso en su frente antes de abrazarla:

—No vi tu dolor antes, pero lo veo ahora y prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que cada día duela menos. —Cierro los ojos—. No puedo sanarte, pero puedo darte algo de paz para que intentes hacerlo por tu cuenta, conmigo justo aquí.

El amor siempre encuentra la forma de empujarte hacia arriba, de nuevo sobre tus pies. Te obliga a caminar para alcanzar la mano de quien te quiere y te necesita. Te da la posibilidad de correr, pero no para huir, sino para ser libre.

—Te amo, Al.

—Te amo, Ine.

 




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